¿Cuál es el motivo de su interés por el tema del Mar Menor?
—Realmente la idea de hablar del Mar Menor fue por una necesidad de recuperar mis raíces murcianas. Quise buscar una excusa literaria para volver a un territorio que sentía como propio. No tenía un conocimiento especial de lo que estaba ocurriendo ahí. Me siento apelada por las cuestiones ecológicas, pero mi aproximación fue diferente. Me sirvió más como una búsqueda personal.
Habla del Mar Menor a partir del cuerpo y del feminismo, ¿cómo logró dar con ese enfoque?
—Venía de un momento en el que estaba preocupada por el cuerpo y por aquello que significa ser mujer. La categoría de lo femenino liga muy bien con la idea de un territorio vulnerable y frágil. Entiendo el Mar Menor como un cuerpo. Acabé de ver clara esta idea cuando me enteré de la iniciativa popular para otorgarle la consideración de objeto de derecho. La relación con los activistas fue espectacular, me hicieron sentir muy responsable. Ellos tienen un ámbito diferente, de lucha cotidiana. Creo que les interesó escuchar a una voz de fuera que no está vinculada al día a día, por ejemplo, de las actividades económicas, que son las responsables o al menos cómplices del desastre ecológico.
El libro se sirve como hilo conductor de una mujer que se mete en el lodo, ¿cómo pensó esa imagen?
—Esa mujer existió. Aparece en un documental, ahí lo escuche. La utilizo como metáfora o hilo conductor que aprovecho para darle coherencia al texto. Al final aparece, en modo de fantasía, otorgándole poder a ese cuerpo hundido en el Mar Menor que se astilla y se hunde, que revienta. La convierto en un volcán que carga contra los que celebran fiestas ilegales, contra los responsables de la situación. Me apetecía contarlo, pero no quería que fuese literal. Por eso me decidí por un tono que casi se convierte en un poema en prosa, por la metáfora de esa mujer que aparece cerrando el libro y mediante la que regreso de nuevo al cuerpo.
Otro de los grandes temas del libro es su propia condición de forastera, hija de padre murciano y de madre menorquina, ¿no es así?
—Sí, siempre he experimentado esa sensación. Quería aprovechar el tema del ecocidio del Mar Menor para explicar mi relación con ese territorio, la manera en la que está presente en mi propia biografía. Esa sensación de tener que estar todo el rato explicando a que lugar perteneces. Al ir a Murcia entendí algunas cosas. Mis abuelos, cuando era niña, me parecían extraños; su carácter, la forma de ser, era algo que no veía fuera de la casa de ellos, pero fue llegar a Murcia y encontrarme con gente que era así, igual que mis abuelos. Eso lo fui descubriendo a medida que viajaba. Nuestra vinculación va más allá de lo familiar, pude entenderme mejor gracias a mi relación con el territorio.
Pese a ser triste, el libro cuenta con un epílogo final en el que habla de las iniciativas de mejora que se están realizando. ¿Es un pequeño canto a la esperanza?
—Había pintado un paisaje devastador. Me llama mucho la atención que los activistas con los que hablé son gente esperanzada con la situación del Mar Menor, pese a todo. Mi mirada lo es mucho menos, pero alguien que tiene poca esperanza necesita también contemplar el entusiasmo. El libro está atravesado por el descreimiento, no tanto por la posibilidad de que existan mejoras, sino por la voluntad de que se lleven a cabo. Si que necesitaba, al final, darle un poco de aire al libro. Por eso escribí el epílogo contando que es lo que se está haciendo para mejorar la situación del Mar Menor.
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Enhorabona. S'ha de donar més importància a la cultura i menys al salseo de l'esport