Marisol Salanova charlará este jueves en Es Baluard Museu sobre el mundo de la crítica de arte. | ANDREA SAVALL

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Hace justo un año Marisol Salanova (València, 1982) presentaba en Es Baluard Museu su libro Inteligencia artística (Plataforma Editorial) como parte del programa Llegim juntxs la contemporaneïtat. Ahora, la crítica y comisaria de arte formada en filosofía regresa a Es Baluard para charlar sobre Crítica de arte actual: entre el papel y la pantalla, un tema que ahonda en La crítica de arte en la actualidad, que acaba de publicar la editorial Akal. La cita, que se llevará a cabo este jueves a las 19.00 horas, cierra el ciclo Art en pantalla.

Las redes sociales han democratizado el acceso a la información, algo muy positivo que, sin embargo, también ha generado la percepción de que todos podemos ser expertos, en este caso de arte. ¿El crítico gozaba de más prestigio en la época del papel que en la actualidad?
Creo que sí gozaba de más prestigio antes, pero no por el elemento digital. Que todo el mundo opine no nos convierte en críticos ni la crítica desaparecerá en el formato analógico, sino que convivirá con la digital. Lo que sí ha provocado es que muchos medios han precarizado económicamente el acto de escribir. El mayor problema de la crítica de hoy es afianzar la calidad en este ámbito precario que lleva a que alguien no se pueda dedicar exclusivamente a la crítica y eso hace que tengas que tener muchos proyectos en marcha, con instituciones y otros agentes, lo cual provoca conflictos de intereses e insinceridad. ¿Cómo vas a criticar negativamente una institución cuyo proyecto has comisariado? La gran diferencia entre críticos de mediados o finales del XX es que tenían más independencia y no se cortaban en señalar los aspectos negativos o positivos. Había redes clientelares, pero no como ahora. Hay mucha autocensura. Cuando se escribe en suplementos que tienen una página de publicidad de galerías o museos, la crítica padece condicionamiento.

Es un sistema perverso.
Sí, y cuesta ir a la contra, porque si lo haces te conviertes en un paria. Es más fácil entrar en pequeños grupos y lobbies que se apoyan y que te aseguran encargos. Hay que tener en cuenta que la figura del crítico no está en nómina, es alguien que escribe por encargo. En mi caso, gracias al prestigio que me ha dado dedicarme durante años a la crítica tengo encargos editoriales, así que si merman los encargos de prensa porque escribo algo polémico puedo hacerlo a través de los libros o redes sociales, que me permiten comunicarme directamente con el público y futuros lectores.

Tampoco hay que demonizar las redes, de hecho, gracias a su canal de Tik Tok son muchos los que se acercan al mundo del arte.
Tanto público como los propios artistas. Hay creadores que me piden consejos porque no consiguen que ningún crítico escriba sobre su obra. Y te invitan directamente a que visites su estudio, sin intermediarios. En cuanto a Tik Tok, hay vídeos que se han viralizado sobre exposiciones que nadie me ha querido publicar. Por ejemplo: Picasso y la modelo, de la Fundación Bancaja. Como Picasso ahora es un personaje del que se está haciendo una relectura como persona, se ahonda en lo machista que era o sus malos comportamientos, está cancelado. Sin embargo, eso no le hace peor artista, pero como no es posible separar obra y artista, hay un acuerdo tácito en el cual se intenta ignorar a Picasso: está mal visto entre el feminismo, el periodismo cultural... Nadie me ha aceptado escribir sobre esa exposición, así que hice un vídeo, en clave cómica, sobre esta cancelación.

La cancelación es muy peligrosa... imagínese que nos hubiéramos perdido, por ejemplo, Lolita.
Es una radicalización peligrosa porque el propio creador se frena a sí mismo. Nos encontramos que, de repente, está penado leer clásicos como Lolita o que hay que leerlo en clave de rabia. Luego leer Una belleza rusa y ya sólo ves a un pederasta, no puedes seguir leyéndole sin esa visión y te autocensuras constantemente, incluso en la cultura que consumes. Estamos en un momento delicado.

Una de las preguntas que plantea en este libro, y que también abordó en cierto modo en el anterior, es si puede sustituir al crítico una inteligencia artificial. ¿Qué opina al respecto?
Creo firmemente en las habilidades combinadas. Podemos trabajar con IA en tanto que nos aporta habilidades que no tenemos y que pueden enriquecer los proyectos. Por ejemplo, si tienes que hacer una búsqueda bibliográfica, lo que antaño podías tardar días en confeccionar, ahora lo puedes conseguir más rápido. Sin embargo, la IA no tiene moralidad, no tiene capacidad crítica para juzgar las obras. No creo que sea factible que nos sustituya, imitar sí, pero no substituir. De momento, la IA no tiene conciencia.

Con este libro pretende hacer accesible «un ámbito endogámico», acabado con «mitos y auras mágicas». ¿Realmente sabemos cómo trabaja un crítico del arte?
Es un mundo opaco que toca fibras sensibles que la mayoría de profesionales de la crítica dejarían intactas, porque mientras sea opaco, te permite hacer tejemanejes e intercambio de favores y que, a su vez, se idealice al crítico. En este libro lo que hago es explicar de forma muy didáctica y muy honesta el propósito del crítico de arte actual, cómo funciona y cuándo empezó a perder fuerza su figura, entre muchas otras cuestiones.

Entonces el crítico de arte ideal sería aquel que, como un niño, no tiene una visión ‘contaminada’, sin contactos ni tejemanejes...
En realidad, sería algo muy lejano a lo ingenuo, porque tiene que ser alguien suficientemente perspicaz como para detectar cuándo la crítica es honesta y fundamentada porque aporta al lector algo útil y estimula el pensamiento crítico. De hecho, la crítica del arte tiene su origen en esa necesidad de estimular el pensamiento crítico al lector y animarle a formar su propia opinión sobre las obras y exposiciones de las que hablas. El mundo del arte es pequeño, todos nos conocemos, pero es distinto cuando hay intercambio económico. Hay museos que invitan a críticos con todos los gastos pagados para que viajen a esa ciudad y hablen bien de su exposición, cuando en el propio lugar ya hay críticos de arte. Usan la crítica como ejercicio de márketing. Y cuando la crítica se convierte en publicidad no tiene ningún sentido.

Recientemente se vendío el 'plátano' de Maurizio Cattelan por 5,8 millones. Este tipo de excentricidades alejan al público del arte contemporáneo, ¿no cree?
De eso también hablo en este libro. Hay que indagar en el paso que se produjo, a mediados del siglo XX. Todo empieza con Duchamp, con el conceptualismo, que lleva a que cualquier objeto cotidiano pueda ser una obra de arte. Esto no fue bien recibido por el público y provocó que el mundo del arte se convirtiera en una herramienta especulativa. En el caso de Cattelan me da rabia porque al final es un elemento publicitario, de márketing, y lo podría entender si se tratara de un artista desconocido, pero es que él ya es un gran artista, sus esculturas con un punto hiperrealista son muy buenas. Así que este caso me choca porque es como intentar burlarse de que en estos tiempos que corren somos incapaces de distinguir entre lo que es arte y lo que no.

¿Es la provocación la principal característica de la obra de arte actual?
Creo que es a lo que más se apela ahora en todos los ámbitos. Se busca lo que más conmueve, lo que emociona. El márketing de ahora se centra en la emoción. Los artistas se han dado cuenta de que apelar a las emociones viscerales, a algo que rechaces profundamente o que te encante porque es naíf o tierno, funciona.

¿Cree que, de cara el futuro, el arte seguirá en esta línea?
Cuando tensas mucho una tendencia surge un movimiento que defiende lo opuesto. Los críticos y artistas retinianos en el siglo pasado, a los que interesaba el canon y la pintura figurativa, dieron paso a la reacción que fue lo conceptual. Creo que ahora esta vorágine de emociones, de tener los ánimos constantemente exaltados nos llevará a querer lo contrario. Así que creo que la evolución se encaminará hacia la demanda de la calma, la lentitud y el pensamiento. Confío y espero en que así sea, por propia supervivencia humana. No podemos vivir en perpetua crispación.