Román Muret, Carlos Navarro, Román Piña, Carmen Serra, Carme Riera, Ramón García, Maria Francisca Ramón y Luis Piña, este martes durante el acto de entrega de la placa a Riera en el Hotel Saratoga. | Teresa Ayuga

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Para una intelectual como Carme Riera, cualquier excusa es buena para hablar a favor de la cultura y de la enseñanza. No en vano, la profesora, escritora y académica de la Real Academia Española se considera una «luchadora». Ayer el Club Rotary de Palma la distinguió con el Premi Ramon Llull por su dilatada trayectoria en un acto conducido por Ramón García, que contó con la intervención de Román Piña Homs y que tuvo lugar en el Hotel Saratoga. Así pues, como no podía ser de otra manera, Riera aprovechó la ocasión para compartir sus inquietudes, centradas en el «terrible deterioro de la enseñanza que provoca graves problemas de comprensión lectora».

Fue Carmen Serra, presidenta del Grup Serra, la encargada de presentar a una autora que, paradójicamente, como ella misma señaló, «no necesita demasiada presentación». Sin embargo, Serra hizo un repaso por su dilatada trayectoria como autora de una «extensa obra de más de veinte títulos, que abarcan desde novela y narrativa corta hasta ensayos, guiones y estudios de crítica literaria», aunque se centró en Te deix amor la mar com a penyora (1975), Jo pos per testimoni les gavines (1977), Dins el darrer blau (1994) y Temps d’innocència (2013). Asimismo, Carmen Serra destacó la «sensibilidad» de Riera, con el Mediterráneo muy presente en sus textos, así como también sus recuerdos marcados por las rondalles que le contaba su abuela y por la ferviente defensa de «nuestra cultura».

Por su parte, la autora lamentó que «hace veinte años mis alumnos podían leer de corrido en clase un texto y comprendían lo que decían. Ahora, en cambio, lo que más oigo es ‘qué dice’». «Los chicos no entienden las palabras. Estamos en otra era, en una en la que impera lo visual, las imágenes, pero siempre he pensado que estas no tienen alas, pero sí las palabras». Por ello, avisó que «seremos muy desgraciados, y también nuestros hijos y nietos, si no son capaces de comprender qué pone en un texto, porque les darán gato por liebre y eso interesa a muchos políticos».

«Por eso hay que revertir la enseñanza a favor de la literatura y de las palabras», razonó la premiada autora. «Tengo una confianza ciega en la sociedad civil, creo que muchas cosas que no arreglan los políticos las tenemos que arreglar nosotros», apuntó.