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Día triste para los amantes de la música que discurre por el subsuelo alternativo. Andy Rourke, bajista de The Smiths, la banda que despojó al pop de su andamiaje naïf llevándolo a un terreno repleto de aristas y dolor, se nos ha ido. Redoble de campanas, silencio, y un chupito en su memoria. Comenzamos el segundo día del Mallorca Live Festival.

Oleadas de gente desplazándose entre escenarios, como una perezosa marabunta que picotea de aquí y de allá, fue la tónica general en los primeros compases de la segunda jornada del Mallorca Live. La situación exigía, en efecto, un buen fondo físico. Créanme, devorar las tres jornadas de este evento, con su kilométrico set de actuaciones divididas en cinco espacios diferentes, certifica a los presentes como atletas inmunes al desaliento.

Jane Yo puso elegancia a los primeros directos de la tarde. Ritmo, estilo y un post punk neblinoso acompañó a quienes se apostaban frente al set, que no eran demasiados, pero eso no arrugó a esta banda, que nunca bajó la intensidad. Mientras, Foraster, Los del Ficus, Queen Marsa y Ombra alternaban sus propuestas en otros rincones del antiguo Aquapark. Estos últimos se toman el directo como una buena oportunidad para agrandar lo tatuado en disco, concibiendo un universo paralelo que linda con la emoción.

Les reemplazó la cercanía de L.A., cuyas canciones mantienen el tipo recostadas sobre un frontman con presencia y un poderoso registro vocal. Su rock con pegada y aliento melódico desembocó en algo vibrante, el cruce perfecto entre la rabia crítica y la libido del baile. Procedieron como lo que son: un valor seguro que en directo se impone por knock out. Por su parte, el neo pop de Jimena Amarillo y el guitarreo peleón de las madrileñas Hickeys se combinó con las propuestas de La Calor, Voilaaa y Crudo Pimento.

Nostalgia

Uno de los primeros síntomas del envejecimiento es la nostalgia musical. Habrá quien lo interprete como un entrañable achaque de la edad, pero lo cierto es que uno se siente mayor entre tanto postadolescente hormonado. Busco entre el cartel algo que echarme a la boca, pero la mayoría de propuestas dejan claro que, como cualquier fenómeno cíclico, la música también ha sufrido un relevo generacional. ‘Te haces mayor, Xavi’, me decía el otro día un compañero. Hasta no hace demasiado, transitaba el presente como un tiempo propio, pero algo ha cambiado, me ha salido una arruga sonora.

Balanceo la cabeza siguiendo el ritmo de Rincón exquisito -quizá el mejor tema de Second-, mientras me imagino con 10 años menos. Una época tan lejana como asombrosamente cercana. Pero nada… no logro sacudirme la sensación de decrepitud. De hecho, me perseguirá el resto de la jornada, como el fantasma de las Navidades pasadas, como una pata de gallo en el espejo del alma. En fin, unos se hacen un lifting y a mi generación le sale la primera arruga. Sigamos.

Papelón

El show de Black Eyed Peas dejó la sensación de que, tras ellos, se acababa el festival. ¿Qué podría venir después de ese último chirrido de guitarras?, ¿quién podría superar esa hora de energía, entrega y delirio sin pausa? Menudo papelón para quien tome su relevo. El suyo fue uno de esos shows que quedan en la retina, que son atesorados y cuyo recuerdo se luce con orgullo por aquello de ‘haber estado allí’. Unos chavales con chándal no compartían mi entusiasmo, entre tragos de cerveza animaban a los americanos a «ir desfilando». Aguardan con impaciencia -e impertinencia- a Quevedo, una de las realidades más cuajadas del trap y, sin duda, otra de las grandes bazas del festival.

La fiesta sigue en el escenario donde Black Rebel Motorcycle Club revisa su legado, más prolífico de lo que aparenta. Suena Spread your love con el mismo poder evocador que a orillas del nuevo milenio. Pero los de San Francisco no son una pieza de museo. Sus canciones suenan frescas y legítimas. Un rock de atmósferas densas en el que su guitarra y bajo, en conjunción con el sonido marcial de la batería, te arrean un puntapié de los que dejan moratón. Por momentos creí estar ante The Jesus & Mary Chain, banda con la que comparten un impenetrable muro de sonido. El público más veterano reconoció a los americanos como la gran baza del 'clasicismo' que se desprende de un cartel cada vez más dominado por los sonidos urbanos.

Hip hop

Ayax y Prok, el dúo de hip hop granadino, se había metido al público en el bolsillo, donde lo retuvo hasta el final con sus rimas proletarias, de las que nunca agachan la cabeza, llenas de energía y una lírica bronca e incendiaria. Su música espasmódica y tensionada hasta el peligro es la banda sonora de una generación cuyo futuro viene marcado por la precariedad laboral, los muros de grafiti y los coches tuneados. Ellos son los punks del siglo XXI.