La filósofa Ana Carrasco Conde participa en una conferencia en Palma. | BEGOÑA RIVAS

TW
4

La línea de pensamiento de Ana Carrasco Conde, sin ser nueva, sí es novedosa. La filósofa, considerada como una de las 10 mentes que marcarán el debate en las próximas décadas, centra sus investigaciones en algo cotidiano y próximo, pero no por ello menos ajeno y desconocido: el mal. Esto le ha hecho ganarse el apodo de la filósofa del mal, algo que ella acepta, pero matiza: «No es estudiar el mal por el mal, sino encarar la realidad para buscar soluciones». Carrasco participa hoy en la segunda jornada de Sa Nostra Conversa, ciclo de charlas y conferencias en la que participa junto a Joan-Carles Mélich a las 19.00 horas en el Centre de Cultura Sa Nostra de Palma.

La charla girará en torno a La mitología de la libertad, un horizonte desde el cual Carrasco pretende «abordar el título mismo» para proponer una «recuperación del mythos [palabra griega para mito]» entendido como «forma de relato que transmite un sentido en estilo parabólico», algo que juzga muy útil en nuetra época «en la que el concepto de libertad aparece de manera muy clara como algo opuesto a la opresión, la esclavitud y a la coacción».

Esas ideas, sin embargo, pueden obedecer a una mitología llena de prejuicios, en relación al concepto que Adorno y Horkheimer detallaron en su libro La dialéctica de la Ilustración, ya que «al identificar la libertad con el concepto de coacción opacamos su significado real», señala.

La filosofía, pues, sirve para Carrasco como una manera de «entender el mundo» y para identificar «formas de verlo», de ahí su interés en «recuperar otra noción del relato» porque «nuestra forma de comportarnos está apegada a ciertas creencias que practicamos sin ser conscientes» y las ideas que «filosofamos nos afectan a todos».

De ahí el interés filosófico y personal de Carrasco para con el mal. «Es un concepto misterioso y lleno de enigmas» que «se ha trabajado desde siempre, aunque se había dejado apartado recientemente». Por un lado, le llamó la atención del mal el hecho de que «nos afecta a todos porque todos hemos experimentado cierto daño» y, por otro lado, su mención en un diálogo de Platón, el Parménides, en el que un Sócrates joven charla con un Parménides mayor y cuando el primero dice que no hay una forma pura y perfecta del mal, el segundo le contesta «es muy joven y no ha aprendido a valorar la función real de la filosofía», lo que llevó a Carrasco a reflexionar sobre que «pensamos el bien, pero no metemos las manos en el barro» y que «la filosofía también sirve para cambiar el mundo».

En su libro Decir el mal, además, Carrasco une testimonios reales con ficticios procedentes de la literatura, así como los trabajos filosóficos, psicológicos, etcétera, previos sobre el tema. Con todo esto, sus tesis se basan en decir el mal cotidiano, el del día a día, el «ordinario», el que «todos cometemos» y con razón cita a Todorov: «Recordamos más el mal que nos hacen que el que hacemos». Este es el movimiento que lleva a cabo, el que «no nos gusta hacer», el de reconocer el mal propio que infligimos y obviar las etiquetas de loco, bestia o animal que adscribimos a aquellos que, siempre otros, son malos.

Por último, Carrasco también valora el mal como «absoluto», pero entendido no como una «esencia del mal», sino como aquello que «separa al hombre de sí mismo y su comunidad al generar formas de relacionarnos que nos generan daño». Y comenta que hay daños necesarios y otros innecesarios, por ello hay que actuar con responsabilidad con –así conecta con el hilo de la charla de hoy– la libertad que tenemos, porque «el mal nos acompañará toda la historia, pero la filosofía nos permite tomar conciencia del daño innecesario».