Dolores Redondo, este miércoles en un hotel de Palma antes de protagonizar el acto en el Museu Fundación Juan March. | M. À. Cañellas

TW
0

La firma de ejemplares del martes en Casa del Libro confirmó lo que es vox populi: hablar de Dolores Redondo (Donostia, 1969) implica referirse ya a un fenómeno que empezó con su aplaudida Trilogía del Baztán y que se consolidó con el Premio Planeta 2016 por Todo esto te daré. Sin embargo, no ha sido hasta ahora que la escritora ha venido a la Isla con novela bajo el brazo, concretamente con Esperando al diluvio (Destino, 2022). Un estreno que además ha sido con una doble cita en Palma, ya que este miércoles charló con el periodista Sergio Vila-Sanjuán en el Museu Fundación Juan March.

¿Cómo asume el que se refieran a usted como fenómeno?
—Entiendo que se dice siempre con buena intención, pero otra cosa es que yo lo considere así. Todos los que conocemos la parte íntima de este trabajo sabemos que las cosas no funcionan así. No se trata de causar una gran ola, llevo diez años con siete novelas ahora, y cada una implica darlo todo porque hay que trabajar, documentarse, aprender muchas cosas para luego escribir y tener un tiempo de retiro que siempre hago. Y entonces tienes que volver a conseguir llegar a los lectores. No se trata de un evento fenomenal que ocurre y ya está, es una carrera de fondo, una escalada continua pero sin cima.

Dicho así resulta angustioso...
—No me lo parece, ¡la vida es así! Quien cree que hay una cima o que está instalado en ella mal va. A no ser que te mueras joven y dejes un bonito cadáver. Pienso en Amy Winehouse o Elvis Presley, por ejemplo.

Una piensa en el legado que podría haber dejado...
—Sí, yo también lo pienso mucho. Y estaban en la cima seguro, pero ¿se hubieran mantenido ahí? Vete tú a saber. Lo que está claro es que sus trabajos son imborrables. Pero creo que incluso, si le preguntáramos a Elvis, nos diría que se jugaba la vida en cada disco. Otro ejemplo que me viene a la cabeza sobre la carrera es José Sacristán. En una entrevista dijo que todavía le temblaban las piernas antes de salir a escena. Imagínate, un actor con su trayectoria. Y es que tiene que ser así. Es verdad que hay una vertiente angustiosa, pero es que nos da una señal del respeto que le tiene a su trabajo, como yo le tengo al mío.

Tener tantos lectores conlleva una gran responsabilidad.
—Es una mezcla, porque te da una red de seguridad para el salto mortal, pero efectivamente es una gran responsabilidad porque no puedes defraudar a toda aquella gente que se acerca a ciegas a leerte. Es un gran compromiso.

Ese compromiso con el lector le llevó, por ejemplo, a ganar el Premio Planeta.
—Con la Trilogía del Baztán tuve muchísimos lectores y ha sido premiada en países como Finlandia. Cuando la terminé todo el mundo me animaba a continuar con ella, pero decidí cambiar con una novela totalmente distinta, policíaca, pero que no tenía nada que ver. Fue mi apuesta por algo más literario y lo conseguí. Sigo teniendo aférrimos al Baztán, pero también fueron muchos en Casa del Libro que me dijeron que su preferida era Todo esto te daré.

También se oyeron comentarios sobre que Esperando al diluvio era su mejor novela.
—Yo no tengo favoritas porque todas son mis criaturas. Lo que sí tengo la sensación es que con mis novelas ha ocurrido un fenómeno llamativo, pero que lo han hecho los lectores: las novelas siguen vivas. Publiqué El guardián invisible a principios de 2013 y sigue dentro de las librerías, se ha convertido en un libro de fondo y eso es gracias a los lectores.

¿Escribe para los lectores o para sí misma?
—Hay dos vertientes. Como decía, siento que tengo una red de seguridad y a la vez una responsabilidad. Soy perfectamente consciente de que, al final, lo que me sostiene son los lectores. Porque aunque seas feliz escribiendo y para ti sea una terapia, sé que los lectores esperan el libro. Siempre digo que el lector es mi rey, el señor al que sirvo, pero cuando escribo soy absolutamente libre. Para mí escribir tiene algo maravilloso y, como la lectura, me permite transportarme a lugares. En Esperando al diluvio viví en Bilbao, las pasiones de los personajes y también su dolor y miedo a morir. Escribo por corazonadas, no tanto para gustar o emocionar, sino que me sale de dentro. De hecho, suelo distinguir entre escritores y autores.

Noticias relacionadas

¿Cuál es la diferencia?
—Todos los que escribimos somos autores, pero hay una diferencia entre quien escribe lo que debe, por seguir una moda, y quien no. Al escritor, le crece una novela dentro, aunque alomejor el tema que trate esté o no de moda o no sea políticamente correcto. En la Trilogía mezclaba mitología con novela negra y estuve dos años recorriendo editoriales, que me decían que eso no iba a vender, que era muy local, que se ceñía a una parte del mundo demasiado concreta. Supongo que ahora se darán cabezazos contra la pared.

No sufre el síndrome del impostor.
—Eso tiene que ver más con otras cuestiones personales que están sin resolver y que seguramente vienen de la familia y de las relaciones afectivas. Yo ya tenía mucho éxito en mi vida: estaba bien con mi familia, con mis amigos... Qué voy a impostar, entonces, si estoy hablando de mi casa y al final, en mis novelas hablo de mí, de mis miedos y emociones. Me dejo la piel en ellas. Por eso la escritura también es dolorosa en según qué momentos. Tu personaje no eres tú y no es exactamente lo mismo, pero la emoción auténtica está ahí. Las emociones son honestas y, por eso, no hay impostor.

Decía que tenía claro el germen de Esperando al diluvio. ¿Siempre lo tiene tan claro?
—Ha habido novelas en las que luego me he pueso a analizar de dónde provienen esas historias que me han impactado, pero en esta supe bien de dónde me venía. Lo que ocurrió fue llamativo y está grabado en la memoria de todos los que lo vivimos [la inundación que se produjo en Bilbao en 1983]. Pueden pasar los años, pero quedó una huella tremenda.

¿Por qué tardó tanto en escribirla?
—Nunca sé exactamente cómo funciona. Es como que siento qué historia toca escribir. Ahora estoy con más de una novela en la cabeza, pero me centro en la que noto que es la que toca en este momento. Es como si los personajes llamaran a mi puerta. Como decía, funciono por corazonadas.

¿Esta novela inaugura una nueva etapa?
—No creo que sea una trilogía ni una saga, pero sí diría que hay novelas que pertenecen a una misma línea. No es tanto que no lo sepa explicar como que quiero reservar la sorpresa a los lectores. Es como preparar una fiesta sorpresa, os tengo que llevar con los ojos cerrados.

¿No puede avanzar ni la fecha?
—Nunca tengo fecha. Soy muy disciplinada, eso sí. Siempre digo que un escritor tiene que serlo o bien tiene que buscarse un coach. Para mí la escritura es evasión. Hay algo en escribir que me parece peligroso y yo no he dejado que me pase: despegarte de la realidad. Aunque tengas tus mundos imaginarios o estés promocionando tu libro, no debes desprenderte de la realidad.

Es decir, no tiene que convertirse en personaje.
—Exacto, tienes que estar pegado a las rutinas, a la gente que te importa... De hecho, es a la realidad a la que me debo. Me daría mucha pena que me ocurriera lo que sucede a muchos, incluso a los grandes escritores, que en su juventud escriben historias maravillosas y luego se alejan de la realidad. Han perdido su frescura. Hay que preocuparse de lo cotidiano, porque la vida es el día a día.

En Esperando al diluvio se basa en un personaje real aunque, como avisa, se ha tomado licencias: el asesino en serie John Biblia, que, según se sugiere, podría estar vivo en alguna parte del mundo. ¿Hay algo morboso en el planteamiento?
—Supe de su existencia a través de una ficción, que por cierto aprovecho para recomendar, Azul y negro, de Martín Muñoz, en la que hay un imitador de Biblia. Cuando, al final, el autor explica que Biblia existió de verdad, me empecé a interesar por él. No es cuestión de morbo, porque aquí es verdad que es poco conocido, pero allí es muy famoso, es como Jack el Destripador. Esa curiosidad es inevitable porque los asesinos son tan diferentes a nosotros que nos llama la atención. Lo que más miedo me da son los que parecen personas normales y corrientes, que podrían estar sentadas aquí mismo, a nuestro lado, pero no lo sabemos.