La escritora vasca Arantza Portalbes presenta este viernes en La Librera del Savoy su nueva novela, 'El hombre que mató a Antía Morgade'. | Pere Bota

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Arantza Portalbes (San Sebastián, 1973) regresa este viernes por la tarde a La Librera del Savoy, su librería de cabecera en Palma, con su nueva novela El hombre que mató a Antía Morgade (Lumen), la tercera entrega de la saga negra ambientada en Galicia. La cita será a las 19.00 horas.

Canción de amor y muerte, de Iván y Amaro Ferreiro, y una frase de la célebre obra de Agatha Christie, Diez negritos, abren la novela. ¿Amor, muerte y el sospechar de todos son los pilares de esta obra?
—Siempre digo que en mis novelas hay dos en realidad: la trama policial y lo que quiero contar, en tercera y primera persona, respectivamente. En esta quiero hablar de la muerte, el duelo y las desgracias que te devastan y que impiden que puedas continuar, que es lo que sucede a Carlos Morgade, hermano de Antía. Por otra parte, siempre he sido muy fan de Iván Ferreiro y también quería hacer un homenaje explícito a esta obra de Christie. No es un retelling, porque eso sería imposible, pero sí quise que el cerco se fuera estrechando cada vez más sobre los protagonistas. Es una historia de amor, de miedo, amistad y muerte.

Se titula El hombre que mató a Antía Morgade, aunque en realidad es ella quien se quita la vida.
—A lo largo del libro se comprende que todos, en cierta manera, contribuyeron a su muerte. Por eso se centran en culpar a Héctor, porque realmente quieren focalizar la culpa en otra persona para redimirse.

Aquí las víctimas no son personas perfectas, algo que llama la atención porque se las suele idealizar, en ficción y en la vida real.
—Es algo muy buscado. Vivimos en una sociedad que exige la perfección en las víctimas en vez de fijarse en los agresores. Hay muchos ejemplos de ello: el caso de Dani Alves, en el que la víctima renunció a ser indemnizada, o la de La Manada, a la que se criticó muy duramente porque dos semanas después salió de fiesta y parecía feliz. Estamos constantemente focalizando todo hacia la víctima, en vez de girar la mirada hacia el agresor. Fíjate que se suele hacer referencia al caso Fernández en vez de Álvarez [refiriéndose al exalcalde de Ponferrada, condenado por abuso sexual en 2002 a la concejala]. Precisamente quería poner a víctimas imperfectas en un esfuerzo por difuminar el bien y el mal. Nadie es tan perfecto ni tan monstruo. Bueno, sí que hay monstruos.

Y las grandes víctimas de la novela lo son del sistema. Viven su adolescencia, etapa ya de por sí muy dura, en un piso tutelado, sin familia.
—Necesitaba un colectivo vulnerable que no tuviera a quien acudir. Porque, precisamente, la persona a la que podrían acudir es aquella que abusa de Antía. No pueden acudir al sistema porque es este quien les está fallando. Por otra parte, no está muy interiorizado el hecho de que estos chicos, a los 18 años, los ponen a la calle y es ahí cuando surgen tantos problemas. La verdad al final es que los colectivos vulnerables son los más susceptibles a sufrir abusos.

El concepto de familia también es muy interesante.
—Cuando uno no tiene nada, no tiene referentes, se aferra a lo que puede. Yo misma, por ejemplo, aún conservo una amistad que hice cuando estuve de au pair hace 30 años. Hay quien me ha dicho que el duelo de Carlos por la muerte de su hermana es muy exagerado, pero es que es un gran drama: era la única persona sobre la faz de la Tierra con quien compartía su pasado. Ahora se queda sin pasado ni referentes. La pérdida no es igual sin una estructura familiar. Y sí, puede que sea muy exagerado, pero para eso está la literatura. Mi literatura roza lo inverosímil y me da igual, me gusta poner a la gente al límite porque coloca al lector en una posición de preguntarse qué haría en ese contexto.

De hecho, se suele decir que conocemos realmente a las personas cuando están en una situación límite.
—Cada vez que me ha pasado algo así he reaccionado de distintas maneras a cómo pensaba que lo haría. Uno nunca sabe cómo va a actuar y los sentimientos no son tan predecibles como imaginamos.

También se habla del disimulo y del callar para sobrevivir. Se dice que en los 90 nadie escucharía a gente con problemas mentales o de drogas. ¿Es diferente ahora?
—Ahora visibilizamos muchas cosas que antes eran tabú, como la orientación sexual o las víctimas de abusos. Puede que al poner el foco ahora estemos revictimizando a las víctimas, pero por lo menos se habla de ello. Antes nadie decía que tomaba Trankimazin porque te tomaban por la loca del pueblo, pero ahora un 90% lo tome y no tienen problema en decirlo. Antes nadie denunciaba los abusos y la novela habla también de la valentía de denunciar. Hay un personaje que, aunque es secundario, me parece muy importante porque es un buen ejemplo de ello. Su caso roza lo irreal, porque esa endereza no está al alcance de todos. El estar segura y asumir que lo ocurrido no es culpa tuya es de una clarividencia bestial y más teniendo en cuenta cómo pesa la sentencia de ‘llevaba minifalda’ o ‘estaba borracha’.

Mientras, Abad y Barroso intentan resolver su relación amorosa siendo solamente amigos y lo consiguen disimulando los celos y la atracción que sienten.
—Hay quien ha dicho que parecen el dúo Pimpinela y oye, pues vendió millones de discos. Lo que quiero decir es que, al final, la novela negra sirve para tratar muchos temas y, en este sentido, uso los adultos con actitudes casi infantiles. En la vida he ido observando a adultos que actúan como adolescentes y es que, en un momento de amor o pasión, uno puede no tener conciencia propia de su integridad o renunciar a sus principios. Me gustaba también esa reflexión de dos adultos que viven su vida libremente sin coacción y además son capaces de sobreponerse a sus sentimientos para trabajar.

Inició su trayectoria literaria hace justo diez años, ¿se esperaba este éxito?
—Hace diez que, efectivamente, empecé a escribir, apuntándome a un curso; pero mi primer libro publicado tiene ocho años. Todo ha ido muy rápido y no me lo esperaba para nada. No es cuestión de humildad. Cuando me preparaba para las oposiciones de hacienda sabía que las aprobaría tarde o temprano, pero cuando me apunté a algunos concursos de relatos nunca imaginé que acabaría publicando en Penguin o que me traducirían mis obras. Es como quien decide apuntarse al gimnasio y finalmente acaba yendo a las Olimpiadas. Quiero decir que nada de esto estaba planificado.