La Plaça Major siempre es uno de los espacios más concurridos. | P. Pellicer

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La operación se repitió miles de veces ayer. Unos ojos se fijan en una portada. Ceño fruncido de interés. Alza el libro y lo hojea. Las ganas de seguir leyendo crecen. «¡Me llevo este!», dice. Tras pagar, la joven, con una rosa sobresaliendo de su tote bag, no puede apartar la mirada de su nueva adquisición mientras al otro lado de la mesa, el librero o librera sonríe ante otra venta satisfactoria. Si París era una fiesta, Sant Jordi fue la madre de todas las fiestas literarias en una jornada de domingo tan exitosa como soleada en la que Palma recuperó el tono y el amor a los libros. Y todo envuelto en el dulce aroma de las rosas.

Y había cierto recelo, es cierto. Algunos no estaban del todo seguros ante el hecho de que el Dia del Llibre coincidiera con un domingo y hasta hubo quien propuso pasarlo a hoy, pero la tónica general final fue que había sido un acierto mantener la fecha. «Ha funcionado muy bien que sea domingo», comentaban en el puesto de La Salina, ubicada en Vía Roma, donde se vendió mucho «todo lo local, desde las rondalles hasta historia». Este era su segundo año en Sant Jordi tras un primero pasado por agua, por lo que «por comparación ha ido mucho mejor», pero el sentimiento de éxito se explicaba por mucho más.

Muy cerca, en La Rambla, las floristerías y los estands convivían en un domingo tras varios años sin que ocurriera, y el trasiego de público era un no parar. Allí, Ínsula Literària, El Corte Inglés, Curolletes, Es Raconet, Espai Caramulls, Lila i els contes, la Llibreria Campus y Llibres Ramon Llull se repartían a lo largo de un paseo frenético y lleno de color a través de las vívidas portadas y las flores.

Sant Jordi 2023
Al haber obras en Plaza España, nueve librerías situaron sus estands en La Rambla. Allí, todas las floristerías estaban abiertas, lo que contribuyó a que la jornada fuera más colorida y festiva. Foto: LAURA BECERRA

Los clientes no daban un respiro apenas, preguntando mucho por lo nuevo de Maggie O’Farrell, por ejemplo, y con un especial protagonismo de los niños y la literatura infantil, uno de los principales polos del día.

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En los alrededores de la Plaza Mayor se ubicaron Abacus, Baobab, Gotham Còmics, Quars, Llibreria Lluna, Quart Creixent, Univers del Còmic, Casa del Libro, FNAC, Rata Corner y Drac Màgic. En esta última, donde se vendió muy bien Al mig de la vida, jo, la biografía ilustrada de Mercè Rodoreda a cargo de Marina Porras y Elisa Munsó, se mostraban entusiasmados con el ritmo de trabajo: «Ya había miedo hace seis años cuando coincidió en domingo y fue muy bien y este año ha sido igual», destacaron.

Importante

No lejos de allí, en Plaza de Cort, eran los de Literanta quienes aseguraban que «desde hace unos años se nota que la gente tiene ganas de Sant Jordi y de que es un día importante para el público». Lo decían con cierto tono de sorpresa, es cierto, pero con la misma satisfacción.

En San Miguel, donde se colocaron Come In, Embat, Finis Africae, La Biblioteca de Babel y Llibres Colom, más de lo mismo: «Ya era hora de que fuera tan bien tras varios años malos», comentaban algunos mientras otros confesaban el «recelo» que había, pero ya disipado tras las horas transcurridas.

Àlex Volney, de Llibres Ramon Llull y presidente del Gremi de Llibreters, también recogía el sentimiento satisfactorio de sus colegas: «La tónica general es que ha ido bien y volver a La Rambla, algo que pedíamos desde hace años, ha sido un acierto y es el principio de algo», subrayaba en su establecimiento entre clientes y amigos que entraban constantemente. La tarde no ahuyentó a los lectores, sino que el pulso volvió a aumentar y vibró, de nuevo, con un Sant Jordi realmente activo, alegre y festivo, con música incluida en el Born, donde se encontraba La Librera del Savoy.
Así pues, los nubarrones del año anterior dieron paso a un sol que ayudó a leer mejor las páginas de las nuevas adquisiciones y a que Ciutat ganara una literaria y exuberante fragancia a rosas.

Punto de vista
Neus Canyelles

Un lenguado no es un rape

Neus Canyelles

Decía hace unos días un novelista de la generación de los 80 (también llamados postnovísimos) que el 90% de los libros que están en los escaparates de las librerías no son obra de escritores. Es una evidencia que no tiene discusión y que no es nueva. Cocineros, psicólogos, ecologistas, influencers, enfermos mentales, estilistas avanzados y demás ejemplares humanos llevan años llenando páginas que después se reúnen en mamotretos infumables pero muy necesarios, por lo visto, para la industria editorial. No pasa nada. Aunque no deja de ser curioso, puesto que parece que no existe otro oficio tan plagado de impostores. ¿Se imaginan un mercado en el que los verduleros no distinguieran una judía de una col y los pescaderos confundieran un lenguado con un rape? ¿Y una orquesta cuyos miembros no supieran diferenciar entre una redonda y una corchea? Descacharrante. Pues con los libros ocurre este fenómeno. Una no para de preguntarse dónde estarán los escritores, si es que queda alguno. Pero da igual. Qué gracia que, con tantos síndromes pululando por ahí, no se den por aludidos los farsantes. Ayer tuvimos un espléndido Día del Libro, con sus rosas, sus colas, sus firmas y mucho sol. Ah, y puede que también hubiera algún escritor.