Susi Sánchez es Loli Tormenta, una anciana algo caótica y enferma de Alzheimer.

TW
0

Decía Friedrich Nietzsche que cuando uno mira suficiente tiempo a un abismo debe cuidarse de que el abismo no mire también dentro de él. El cine de Agustí Villaronga es una mirada a ese abismo, a ese pozo sin fondo que en ocasiones parece ser el comportamiento humano. Pero además de cineasta, Villaronga era un gran alquimista, capaz de crear luz en la más oscura de las estancias. Loli Tormenta, su última película –algo que todavía cuesta escribir– llega hoy a las salas de cine y es la más luminosa de toda su filmografía, la más inocente y, sobre todo, la más cómica.

Susi Sánchez es Loli, una abuela que se hace cargo de sus dos nietos, Edgar y Robert, tras la muerte de la madre de estos. Viven a duras penas y con penurias, pero viven. Todo cambia, sin embargo, cuando el Alzheimer hace acto de presencia para trastocar los planes y la mente de Lola. Temiendo que les separen, los dos niños se las ingenian para cuidarla en secreto y sacar adelante los pagos inmediatos y las responsabilidades adultas que no les corresponden.

Dicho de otro modo, unos niños arrastrados por una realidad que les supera, una constante en su obra, pero cuyo tratamiento no puede ser más diferente: la comedia está presente en todo el filme, desde el arranque hasta el final. Incluso en los momentos en los que la imagen no invita a la sonrisa, Villaronga logra que riamos.

Y si Loli Tormenta es capaz de mantener siempre el tono alegre es porque Villaronga hace mejor y más sostenidamente que nunca una cosa que siempre le ha caracterizado: invitar a mirar desde ojos infantiles. Esa mirada que es inocente, pura y que solo desborda la esperanza del que se aferra al cabo vital en forma del mantra de que dice que ‘todo saldrá bien’.

A través de una nueva lección de dirección de actores, algo en lo que siempre sobresalió el mallorquín, Villaronga guía a los protagonistas infantiles –que están espectaculares, sobre todo el menor, Mor Ngom, que regala una muy tierna actuación– en una película imperfecta, pero luminosa por optimista y juguetona. Las situaciones, las respuestas a las mismas, los diálogos y, en varias ocasiones, la tensión generada con algunos planos, se resuelve con la carcajada.

Incluso el desenlace de la cinta, triste por necesidad interna del guion, huye del melodrama para centrarse en la nota positiva y Villaronga nos regala la bonita lección de que todo lo que muere vuelve de alguna manera, no termina de irse la vida es una carrera en la que corremos por el simple hecho de correr.

Villaronga se va riendo y se despide haciéndonos reír con un guiño final que es pura alegría y enorme gracias al público, al cine y a las historias por contar. La confirmación de que aunque el abismo hubiera mirado en el mallorquín solo habría encontrado una cosa en su interior: luz.