El actor Javier Gutiérrez protagoniza 'Los santos inocentes'.

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El suyo es un nombre común que no sobresale por sí solo, pero lo que Javier Gutiérrez es y ha sido capaz de demostrar en su trabajo actoral sí se sale de la norma. No en vano ha ganado dos Premios Goya por La isla mínima y El autor y casi cada año está en las quinielas de un nuevo reconocimiento. Pero Gutiérrez no cultiva solo el séptimo arte, donde acaba de estrenar Lobo feroz en Netflix, sino que es habitual verle en televisión y teatro. Este último le trae de vuelta a la Isla con la obra Los santos inocentes, mítico texto de Miguel Delibes adaptado a la gran pantalla por Mario Camus y que han trabajado dramatúrgicamente Javier Marías (fallecido el pasado septiembre) y Javier Hernández-Simón. Mañana, a las 21.30 horas, será la primera función en el Auditòrium de Palma.

¿Cómo está viviendo la exitosa gira de Los santos inocentes?
—Hacía tiempo que no vivía una gira tan exitosa y nos ha sorprendido porque no pasa tan a menudo como uno quisiera.

¿A qué que se debe la acogida?
—Creo que son varios factores. Por un lado, un texto maravilloso, fundamental de la literatura española, como el de Delibes, pero además la adaptación de Marías y Fernández-Simón es muy buena y habla, aunque hayan pasado muchos años, de algo que por desgracia sigue ocurriendo en España: el de arriba pisa el cuello al de abajo y hay ciudadanos que siguen humillados y ofendidos como la familia de Paco el Bajo [su personaje].

La obra se esfuerza por actualizar el texto de Delibes, pero los ecos de lo que describe siguen presentes, como usted comenta.
—Vemos las colas del hambre y al mismo tiempo hay políticos que se mofan de las ‘paguitas’, como llaman a cosas como el Ingreso Vital. Nuestra versión es pulcra con el texto original, pero hace hincapié en un tema como la educación y arranca haciendo mención a que la formación es la base para prosperar.

¿Cómo ha vivido la moción de censura y el teatrillo montado en el Congreso de los Diputados?
—Es la espectacularización de la política. Deberían estar para servir, pero asistimos impávidos a un espectáculo grotesco. No me meto en lo ideológico, porque esto atañe a todo el arco parlamentario y dejan mucho que desear. Deberían estar más pendientes de servir al pueblo que de batirse de manera tan zafia. Además, echo de menos algo de antaño: la esgrima verbal. Había gente en las antípodas ideológicas, pero se hablaban con un verbo que no hacía daño al oído e invitaban a pensar que se trataban con sensibilidad y con respeto a los ciudadanos. Ahora, sin embargo, deben creer que somos imbéciles.

¿Deben los políticos ir al más al teatro?
—(risas) Deberíamos acercarnos a Francia, que vive tiempos convulsos, pero que me produce la misma envidia su política cultural como sonrojo ver cómo los políticos españoles maltratan la nuestra. Hemos tenido un presidente hace poco, Rajoy, que se jactaba de no ver cine español, lo que me parece lamentable. O Espinosa de los Monteros, que dice que el cine no es cultura. A mí esto me parece tomar el pelo.

La situación de actores y actrices es precaria, con solo un ocho por ciento capaz de vivir de su trabajo, ¿se siente un privilegiado?
—El dato es trágico y descorazonador. Es alarmante y sí, me siento un privilegiado. No lo pierdo nunca de vista. En esta profesión hay una porción de la tarta que es la suerte que hace que el teléfono siga sonando. Por esto hay que dar gracias, porque no todo depende del talento.

Usted, además, juega en las tres ligas: cine, televisión y teatro.
—Soy un apasionado de lo mío y si no tengo algo, me lo invento. Por eso llevo una buena cantidad de espectáculos en casi 15 años que produzco o coproduzco.

Hace un tiempo, el mundo del cine miraba por encima del hombro a la tele y el teatro lo hacía con todos. ¿Sigue siendo así?
—Han cambiado mucho las cosas. El tablero y la forma de producir no son las mismas en el cine y la tele, pero el teatro es el único que lleva en crisis desde sus orígenes. Por ello su salud aguantará y tendrá mejor vida que el cine, por desgracia, porque igual que el público va más al teatro, va menos al cine.

Usted ha conjugado papeles dramáticos con cómidos, ¿hay algún género que le sea más cómodo?
—Eso es como si quieres más a mamá o a papá. He sido más emparentado con la comedia con series como Águila Roja o Los Serrano, pero cuando hay buenos guiones o directores te se sientes a gusto. Los que hacemos comedia y nos desenvolvemos bien en ella tenemos menor problema para el drama. Puede ser sorpresivo para el público, pero creo que es el género difícil.