La escritora catalana Marta Orriols, antes de la presentación en Rata Corner. | Pere Bota

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¿A qué llamamos hogar? ¿Al lugar donde nacemos, a la familia? Esas son algunas de las cuestiones que Marta Orriols (Sabadell, 1975) –autora de Aprendre a parlar amb les plantes (Premi Òmnium) y Dolça introducció al caos– plantea en su nueva novela, La possibilitat de dir-ne casa (Proa), que presentó este miércoles 15 en la librería Rata Corner de Palma.

La possibilitat de dir-ne casa es una novela sobre lugares, íntimos y geográficos.
—Antes de comenzar hay una frase de Siri Hustvedt que precisamente hace referencia a cómo llevamos lugares dentro, en nuestro interior. Es verdad que la novela es una reflexión sobre qué significa pertenecer a un lugar. Todos tenemos claro de dónde venimos y dónde crecemos, pero hay lugares que despiertan sentimientos, sean o no de acogida. Un sinónimo de casa, un refugio, más que un lugar o entorno, para mí personalmente son las personas con las que puedes ser tú mismo y ser libre.

Valentina, la protagonista, es una corresponsal de guerra en Beirut de 43 años que, curiosamente, encuentra allí un hogar, lejos de donde nació.
—Es verdad que puede que sea un contexto que, en un principio, no invita pensar en un hogar, pero sobre todo lo es porque allí encuentra una familia en sus compañeros. Su marcha de Beirut es una huida personal y profesional. Cuando regresa a lo que cree que es su casa, la de los padres y de su infancia, siente que va desencaminada y está lejos de encontrarse a sí misma.

Se siente muy culpable precisamente por eso.
—Sí, porque no solo ha estado lejos de la familia durante tantos años, sino que se encuentra con que los padres han envejecido de verdad. Se da cuenta de que no ha estado ahí y que su hermana pequeña es la que se ha ocupado de todo. Luego se cuestiona por qué no siente un amor exagerado cuando se reencuentra con ellos y con sus amigos. Son contradicciones que nos hacen personas y que se dan cuando una vuelve a su lugar de origen después de mucho tiempo fuera. De esta manera, hay una distancia geográfica y emocional, pues estar lejos de los suyos le permite ser extranjera de sí misma. Fíjate que en los viajes nos comportamos de forma diferente; hablamos con desconocidos, por ejemplo. En mis novelas me gusta tratar las contradicciones y las ambivalencias en los sentimientos. Creo que todos buscamos estabilidad, pero cuando la conseguimos echamos de menos la aventura, la novedad. La cuestión está en equilibrar nuestra vida entre esas dos fuerzas.

¿Por qué eligió que la protagonista fuera periodista?
—Hace un tiempo que me apetecía rendir homenaje al periodismo y también hacer una crítica acerca de cómo consumimos información. Hoy en día manda la inmediatez y pensamos que leer opiniones en Twitter significa estar bien informados. Así, reducimos cosas muy complejas, años de crisis, como es el caso de Oriente Medio, en dos minutos de emisión. En un primer momento pensé que el tema daba para un ensayo, pero seguí el trabajo de la periodista Txell Feixas Torras en Beirut y supe que la protagonista tenía que ser corresponsal. Me fijé en que ella relataba las historias al margen del frente, le interesaban las consecuencias de la guerra más allá de la geopolítica o las fronteras.

El amor también está muy presente. La protagonista afirma: ‘Nadie nos tendría que haber explicado nada sobre el amor’.
—El amor es el gran motor de la literatura, es un tótem temático difícil de saltar. Efectivamente, en la novela se habla mucho sobre el amor en sus diferentes facetas. Valentina no ha tenido relaciones muy buenas, ha estado más bien sola; al final, se da cuenta de que se siente atraída por una mujer. Y ella, que es periodista y siempre busca la palabra exacta, no quiere ponerle nombre a eso, se niega en rotundo a hacerlo.

Se siente agobiada por las etiquetas.
—Tiene la sensación de que si coge una palabra, cae en una categoría, eso es, en algo estancado. Lo que siente no tiene nombre, es especial. No todos tenemos que sentir lo mismo; siempre es interesante hablar de amor y definirlo. Cada cierto tiempo lo revisitamos, hablamos de amor con definiciones diferentes. El amor, como la amistad o la libertad, que también es un tema muy presente en la novela, son imposibles de definir con palabras. Son experiencias que hay que mirar egoístamente y pocas veces podemos poner una palabra a lo que sentimos. Creo que cada uno lo tiene que poder vivir como quiera. En todo caso, hace ya tiempo que el amor romántico ha quedado atrás. Tenemos clara la teoría, pero nos cuesta ponerla en práctica. Estamos en un momento positivo para hablar de estos temas. Basta ver que el lenguaje político ha entrado a un nivel sentimental; hay un montón de palabras sexoafectivas.