Santillana y Grup 62, que publican en nuestro país los libros de Roald Dahl, han comunicado que no adoptarán ningún cambio. | Jaume Morey

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Se suele decir que estos tiempos son muy polarizados y que cuesta ponerse de acuerdo en algo. Sin embargo, parece que la gran mayoría de escritores, editores, traductores y lectores sí coinciden estos días en algo: los clásicos son intocables. Elvira Lindo celebraba en su artículo de El País que por fin se armaba revuelo con un caso de «censura» que con demasiada frecuencia ocurre en la literatura infantil. La última víctima ha sido ni más ni menos que un «tótem»: Roald Dahl.

Hace apenas unos días saltó la noticia de que la editorial británica Puffin Books, con el consentimiento de The Roald Dahl Story Company –que gestiona el legado del escritor y que Netflix adquirió en 2021– ha empezado a editar obras de Dahl con correcciones para eliminar el lenguaje ofensivo a favor de la inclusividad. Los diarios británicos The Daily Telegraph y The Guardian avisaron que en las novelas de Dahl ya no había «gordos» ni «feos».

Así, por ejemplo, Augustus Gloop pasa de ser «gordo» a «enorme» o los Umpa-Lumpas ya no son «hombres pequeños» sino «gente pequeña». Incluso en Las brujas, en el fragmento que se habla de que son calvas bajo las pelucas, se han tomado el lujo de añadir la siguiente explicación: «Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente no hay nada de malo en eso».

Tanto Santillana como Grup 62, que se encargan de editar en castellano y catalán los libros de Dahl, comunicaron, para alivio de muchos, que no adoptarán estos cambios en nuestro país. En todo caso, la polémica ya está servida. Escritores y expertos en literatura infantil de la Isla también concuerdan en que semejantes intervenciones son una «estupidez» y que no es la primera vez que ocurre.

Florencia di Bernardo
Miquel Rayó
«Roald Dahl sigue gustando mucho a los niños precisamente porque era muy franco»

El autor de títulos como El raïm del sol i de la lluna o Les ales roges, por los que ha recibido el Premi Guillem Cifre de Colonya o el Josep Maria Folch i Torres, respectivamente, tilda esta práctica de «aberración». «Sería comprensible, aunque no estoy de acuerdo, que hoy en día no se escribiera de esa manera. Aunque pienso que todo el mundo tiene que escribir como quiera. Personalmente, no escribiría algo antifeminista o que pudiera ofender a un colectivo minoritario, pero si lo quisiera hacer tendría que poder. A cambio, no compraría ese libro, pero es importante que se pueda hacer», aclara.

«Dahl gustaba y sigue gustando todavía a los niños precisamente porque era muy franco. Y, puestos a cambiar este tipo de lenguaje o de historias, deberíamos empezar por la Biblia, en la que abundan los asesinatos, incestos, violaciones, guerras o exterminios», razona.

Florencia di Bernardo
Caterina Valriu
«¿Reescribiríamos también las 'rondalles'? Hay que educar la mirada crítica»

La escritora y experta en rondalles Caterina Valriu se declara «contraria a todo tipo endulzamiento, aligeramiento, retoque y cualquier cosa de este tipo en torno a una obra. Otra cosa es hablar de adaptaciones de clásicos para que los pequeños o los jóvenes puedan entenderla mejor y acceder a ella, por ejemplo, Robinson Crusoe o El lazarrillo de Tormes. Ahora bien, presentar los libros como versiones del original y hacer esto me parece una estupidez. Los cambios que se proponen significan amputar la creatividad, tergiversando la literatura y haciendo que las personas sean incapaces de valorar las cosas en su contexto.

«En las rondalles de Alcover hay incesto y violaciones. ¿Tienen que reescribirse? Se trata de educar en una mirada crítica y dialogar, plantearse cómo lo vemos hoy en día», compara la también docente.

Florencia di Bernardo
Maria de la Pau Janer
«Dahl tendría sus ideas personales, pero nos interesa su obra y es fruto de un contexto»

«Estoy totalmente en contra de todo lo que sea cambiar o transformar la obra literaria de Roald Dahl», sentencia la ganadora del Premio Planeta con Pasiones romanas y reconocida autora de literatura infantil, con títulos como L’illa d’Omar, que le valió el Premi Serra d’Or.

«En nombre de ser políticamente correctos nos estamos extralimitando. Hay límites que no se pueden pasar. Uno de ellos es el artístico. Es como si, de golpe, decidiéramos coger cuadros y porque aparecen según qué figuras que ahora no forman parte del canon, empezáramos a añadir pinceladas. Sería un desastre y todo el mundo lo vería como una barbarie. Esto es lo mismo, pero en literatura. Dahl tendría como persona sus ideas o sus obsesiones, pero da igual, nos interesa su obra, que es fruto de una época y de un contexto», detalla la colaboradora de este periódico. «¡Nos podríamos poner a retocar muchas otras obras, como las rondalles, Ana Karenina, Madame Bovary o Tirant lo Blanc! ¡Es vergonzoso!», insiste.

Florencia di Bernardo
Sebastià Marí
«Está bien escribir en lenguaje inclusivo, pero hay que respetar lo que ya está escrito»

El autor y responsable del sello Disset Edició, que tiene en su catálogo una gran variedad de cuentos infantiles y álbumes ilustrados –firmados, entre muchos otros, por Max, Enriqueta Llorca, Nívola Uyá o Canizales–, reconoce que «entiendo y valoro positivamente que los nuevos textos incluyan un lenguaje inclusivo, adaptado a la sociedad actual, pero si editamos un clásico debería respetarse el estilo del autor, tal y como lo escribió en su momento». Así las cosas, Marí confirma que «no tocaría lo que ya se ha hecho; me parece lo más respetable».

En este sentido, el editor explica que «creo que todos comprendemos que los tiempos han cambiado. Por ejemplo, cuando hablamos de personas con discapacidad a nadie se le ocurriría decir ‘inválidos’, ‘minusválidos’ o ‘disminuidos’. También hay muchos ejemplos en la música y no por ello dejaremos de escuchar las canciones», razona.

Florencia di Bernardo
Neus Canyelles
«'Enorme' no es 'gordo'; cada palabra tiene su significado exacto ideal»

«La reconocida escritora –ganadora de premios como el Mercè Rodoreda por su libro de relatos Mai no sé què fer fora de casa o el Lletra d’Or por su más reciente novela, Autobiografia autoritzada
y colaboradora de este periódico asegura que «lo que acaba de ocurrir con los libros de Roald Dahl me parece un ejemplo de que la estupidez humana no tiene límites».

«Si hubiera que eliminar todo lo que puede resultar ofensivo de la literatura universal, apenas quedaría algo que leer, teniendo en cuenta que hoy todo el mundo se siente ofendido por una cosa u otra. ‘Enorme’ no es ‘gordo’. Cada palabra tiene su significado exacto, pero parece que habrá que eliminar muchas de los diccionarios, a este paso. No sé qué se está tratando de hacer con los niños, de qué se les quiere proteger. Esto sí que es maltrato. En fin, supongo que esto cada vez irá a peor. Como decía Ferlosio, «vendrán más años malos y nos harán más ciegos».

Florencia di Bernardo
Sebastià Portell
«Esta situación deja clara la vulnerabilidad de los autores»

El autor y presidente de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC) afirma que desde la entidad les preocupa este tipo de intervenciones. «Aunque sea legal y lícita, es discutible desde un punto de vista ético». «Comprendemos que estos cambios se sugieren con buena intención de la editorial y la empresa gestora de sus derechos, pero nos inquieta que suceda cuando el autor no está», lamenta.

«Las obras literarias, más allá de los derechos económicos y de explotación o royalties, también incluyen los morales, de respeto a una soberanía y a los decisiones del autor con su texto. Esta situación deja clara la vulnerabilidad de los autores y más cuando ya no están, a merced de los que gestionan sus derechos», señala. «Esta revisión, además, se acerca a la censura. Como lector de las novelas de Dahl, si algo me impresionaba de sus obras era el fomento de su espíritu crítico y de una cierta ironía, que son síntomas de una gran inteligencia», concluye.

El apunte

Ni ‘gordos’, ‘feos’ o o ‘negros’ en los libros de Roald Dahl

Además de los cambios comentados en el reportaje y que afectan a Charlie y la fábrica de chocolate y a Las brujas, el diario The Telegraph, que fue el primero en dar la noticia, detalló que habría un centenar de retoques, siempre relacionados con cuestiones étnicas, además de elementos sobre el peso, el género, la salud mental o la violencia.

Siguiendo esta premisa, los Cloud Men (hombres de las nubes) de James y el melocotón gigante ya no son hombres, sino gente (Cloud-People). Además, Tía Sponge ya no es ‘gorda’, la Araña ya no tiene la cabeza ‘negra’ y el Gusano, en vez de tener una «deliciosa piel rosada» solo tiene «una deliciosa piel».