El ensayista Agustín Fernández Mallo, en su casa de Palma. | Teresa Ayuga

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Cuando hablamos de capitalismo solemos pensar en el dinero, en la especulación o en la bolsa. Sin embargo, Agustín Fernández Mallo ahonda en otros dos capitalismos, el antropológico y el de tiempo infinitesimal, en su nuevo ensayo: La forma de la multitud (capitalismo, religión, identidad). El texto, que le ha valido el primer Premio de Ensayo Eugenio Trías y que publica Galaxia Gutenberg, parte de la imposibilidad de representar la multitud de forma visual. «La multitud siempre es susceptible de sumarle algo», asegura el autor gallego afincado en Palma, donde tiene pendiente de cerrar una fecha para su presentación.

«La forma de la multitud, de existir alguna, es en su dimensión contable, solo tiene forma a través de la enumeración: los datos de la multitud. No he querido hablar de masa o pueblo porque son palabras asociadas a los movimientos sociales o a la política, mientras que ‘multitud’ es más aséptica, está más vacía y, por tanto, la puedo llenar de contenido personal», razona el autor.

«Hace muchos años que me rondaba por la cabeza una idea, incluso de la época de cuando estudiaba Física: lo que el ser humano teoriza y piensa nunca se corresponde a lo que lleva a la experiencia. Teoría y experiencia están separadas por un agujero estrechísimo e infinito que el ser humano nunca podrá traspasar», cuenta.

«Ahí está el drama y la grandeza del ser humano. La teoría siempre se corta por la experiencia o viceversa. Esto que parece muy simple es muy importante porque toda la filosofía del ser humano se reduce en este planteamiento: teorizar para llevar a la experiencia y no poder hacerlo exactamente. Todas las sociedades se articulan en torno a esta premisa», aclara.

Capitalismos

El primer capitalismo que analiza Fernández Mallo es relativamente reciente: el capitalismo de tiempo infinitesimal. El ensayista acuña este término para «dar cabida a un tipo de capitalismo nuevo que funciona en tiempos tan pequeños, en un mundo internauta, que el ser humano no los percibe. Es antropológicamente nuevo porque nos enfrentamos a algo que sale de nuestra escala de tiempo, pero que sin embargo ocurre y nos afecta. Todos los datos que cada uno da gustosamente en el mundo internauta, a través de multitud de algoritmos y bots que no se pueden identificar en la que es imposible señalar a un culpable. Eso genera lo que llamo una identidad estadística, un yo paralelo».

Aquí, por ejemplo, entran en juego las famosas y las molestas cookies. «El capitalismo se ha dado cuenta de que la mejor forma para hacernos consumir es manejar el emocapitalismo, es decir, el que vehicula sus ventas a través de las emociones. El capitalismo del 'quiero esto aquí y ahora', que no es más que una infantilización. Este es el capitalismo más perverso porque maneja nuestras emociones haciéndonos creer que no lo hace. Es más perverso que la publicidad porque, aunque la gente diga 'esto es un engaño', al menos es honesta desde el principio, no mienta. El emocapitalismo, en cambio, sí lo hace», compara.

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Falta

Una parte importante del ensayo lo ocupa su discurso sobre el capitalismo antropológico. «Al contrario que el de tiempo infinitesimal, es el que se desarrolla en tiempos tan grandes que se sale también de la escala humana. El ser humano, desde que lo es, está negociando con su entorno con intercambios, sean materiales o simbólicos. La religión es un ejemplo de ello», compara.

«La idea fundamental es que ese capitalismo antropológico es infinito. Al ser humano le falta algo, tiene una falta que nunca podrá llenar en ese eterno diálogo con el entorno: dar algo para intentar obtener algo a cambio. Lo que separa ambos capitalismos es que el antropológico no es utópico, no quiere llegar a un lugar final, como ocurre con el cristianismo o el comunismo», puntualiza.

¿Y cómo llenamos esa falta, esa carencia? Según Fernández Mallo, a través de lo que llama prótesis. «Pero es algo paradójico, pues son prótesis de una falta que nunca existió que tampoco la suplen del todo nunca, así que puede decirse que se implementan para dar lugar a miembros fantasma, pero a miembros fantasma de algo que nunca estuvo realmente ahí», recalca. Pero para el ensayista no tiene tanto que ver con el afán por acumular, sino por el de «crear objetos, teorías, ideas, arte o religiones».

«Son elementos que, si te fijas, usan la metáfora, que es una forma para, a través del lenguaje, ir por delante del mismo. El ser humano ha inventado la herramienta más perfecta y potente: el lenguaje. El lenguaje humano es el más complejo y preciso porque, de hecho, es el más imperfecto. El lenguaje de la naturaleza dice lo que dice y nada más, en cambio, nosotros jugamos con la ambigüedad, con las metáforas», explica.

En este sentido, el autor subraya que otro aspecto interesante de La forma de la multitud es que «el ser humano siempre quiere ser constructor de algo». «No nos basta con crear humanos a través de la procreación, queremos crear otras cosas. La inteligencia artificial no es más que un sueño antiguo de juntar tornillos para crear algo superior al ser humano. La religión son todas las entidades que el ser humano construye para verter en las deidades tareas que no podemos resolver. Siempre hemos querido construir una inteligencia a partir de objetos inertes y, como no hemos podido lograrlo, lo hemos intentado con los animales. De ahí el salto clave: del animal a la mascota. Estamos viviendo una mascotización del mundo, que no es más que la forma de querer crear humanos donde no hay humanidad», detalla.

«Al final, cuando hablamos con los animales hablamos con nosotros mismos. Creo que es un delirio controlado. El animal te oye, pero no te escucha. El animal, para el humano, es el otro absoluto; no sabemos qué hay ahí adentro», matiza.

A pesar de que lo expuesto pueda sonar pesimista o incluso angustioso, Fernández Mallo asegura que «no soy apocalíptico». «Llevan vendiéndonos el cuento del fin del mundo 30 siglos y aún no se ha acabado. Todas las civilizaciones han ficcionado el apocalipsis. No creo que pueda existir, no me imagino cómo puede ocurrir el fin de la humanidad. En todo caso, sabemos que nunca ha ocurrido y lo más probable es que nunca ocurra», concluye.