La escritora Gemma Ventura, en Palma. | Pere Bota

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Cuenta la flamante ganadora del Premi Josep Pla Gemma Ventura (el Vendrell, 1990) que le gusta la idea de pensar de Antònia Vicens y su idea de soledad: «Es como si no existiera». «Todo lo que nos rodea nos acompaña, también las ausencias son presencias», asegura. Precisamente, la reconocida escritora mallorquina fue encargada de presentarle este miércoles 15 de febrero en la Llibreria Lluna de Palma La llei de l’hivern (Destino), obra ganadora del mencionado galardón.

El relato se centra en una joven que acompaña a su abuelo en su lecho de muerte. «Tengo un interés muy grande por el interior de las personas. Me he pasado la vida escuchando a los demás e intentando entenderlos. Hoy parece que todo se centra en el yo, en el ‘conócete a ti mismo’. Pero hay que ir con cuidado con esas modas porque solo crean a narcisistas. Tanto mirarnos a nosotros mismos y puede que hayamos olvidado a quien tenemos a nuestro lado. Por eso me gustan tanto las presentaciones, porque implican pasear por pueblos y encontrarme con personas diferentes», detalla. «Me interesan más los otros que yo; mirar con lupa los sentimientos, porque hay muchos tipos de tristeza; puede ser feliz, derrotada... Mirar con microscopio todo: lo más pequeño es lo que más me importa», añade.


Imaginación

En la novela, la protagonista tampoco se encuentra sola: tiene como grandes compañeras la memoria y la imaginación. «La imaginación nos puede proteger de la soledad. Ella está delante de la persona que más quiere, su abuelo, que se está muriendo, y en este vacío y frialdad, en este invierno interior, pasa un hombre a quien convierte en su esperanza. Proyecta el amor en el cuerpo de un desconocido», razona.

Así pues, como afirma Manuel Forcano, en esta novela «los únicos protagonistas son los sentimientos». «En este libro no pasa nada y, a la vez, pasa todo. Vivimos en contradicciones: amamos, envidiamos... todo está dentro de nosotros, ahí pasan muchas cosas y es eso lo que quiero mostrar», señala.

Tabú

Sobre el acompañamiento a la muerte, la autora lamenta que todavía es un tema tabú: «Nunca sabemos cuándo vemos a alguien por última vez y es natural, la vida implica la muerte y no es algo catastrófico, sino lo más natural del mundo. Estamos aquí por un tiempo limitado. Si fuéramos más conscientes de eso viviríamos de otra manera. Me da miedo caer en la resignación y en la apatía, en el ‘qué le vamos a hacer’ o ‘ya lo haré otro día’, como si el futuro fuera eterno. Estar vivo es un milagro», insiste.

«Vivimos más en el futuro que en el presente, claro, es mucho más cómodo que vivir en el ahora. La vida está llena de pérdidas, pero cada una es un inicio de algo. No soy una persona nostálgica, el pasado no me interesa para nada, tengo un sentido de la vida práctico», añade.

En este sentido, Ventura denuncia que «vivimos obsesionados en la juventud cuando la belleza está en la vejez». «La eterna juventud me parece algo triste. Tengo 32 años, soy una persona adulta, no una joven, ¡y qué bien! La juventud es algo que se lleva dentro. Conozco a personas de 70 años que por dentro tienen 20 y jóvenes de 20 que parecen de 100. No sé qué problema hay en hacerse mayor, en esa manía por querer retener el tiempo. Hacer eso es caer en una trampa, en alimentar la industria del dinero», concluye.