La escritora mallorquina Alejandra Parejo (1990). | Pere Bota

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Si en su debut Alejandra Parejo abordó el concepto mal planteado de familia normal, en su segunda novela, Una madre (AdN), la autora mallorquina profundiza sobre la maternidad y los cuidados entre madres e hijas. La presentará este jueves 16 de febrero, a las 19.00 horas, en la librería Rata Corner de Palma junto a Claudia Albons.

Después de Una familia normal publica Una madre, está claro que le interesa indagar en las relaciones y estructuras familiares.
—Sí, aunque no tiene nada que ver una con la otra. Sí es verdad que comparten algunos temas que me interesan: la familia, la maternidad, cómo se mueve la mujer en estos temas y en la situación actual... Pero para mí son historias separadas. Bruna y Olivia tienen temas en común, pero cada una tiene sus problemas y sus historias.

Bruna se pregunta constantemente por qué su madre la abandona y si ella será una buena madre. ¿Hemos aceptado por fin que la maternidad no es algo perfecto y que no está lleno de certezas, hay un despertar en este sentido?
—Creo que sí hay un despertar de esa idealización de la maternidad y la familia y eso es, en parte, gracias a la comunicación y a la tecnología. Igual que idealizamos nuestras vidas en Instagram, mucha gente se está abriendo para contar lo que no es tan bueno. Estamos en un momento en el que puedes hablar de las sombras de la maternidad y de lo que te preocupa con más libertad. Antes se veía a la familia como algo sagrado que no se podía ni cuestionar y si hablabas de algún problema se consideraba una deslealtad. Hoy en día no se ve de ese modo, aunque todavía queda algo de eso. Lo importante es que hablemos de lo bueno y de lo malo.

Prueba de ese despertar es la gran cantidad de ficciones que tratan esas cuestiones, como por ejemplo la película Cinco lobitos.
—Sí, se está haciendo mucho cine y literatura sobre estos temas y cada vez hay más presencia de mujeres contando historias muy necesarias. En Cinco lobitos precisamente se muestran las sombras, pero también las luces de la maternidad y de su conexión con los cuidados, de lo duro que es hacerse cargo de alguien. En Alcarràs también hay momentos cotidianos y sencillos que reflejan ese acompañarse, de formar parte de una familia.

¿Podría verse la maternidad como un pacto de cuidados?
—Hay una frase que fue la premisa de toda la novela: ‘Yo no iba a cuidarte’. Toda la novela surge de pensar en que, como hija, tienes el papel intrínseco de que en algún momento cuidarás de tus padres, que forma parte de la vida y cada uno decidirá cómo lo hace. Pero me preguntaba por ese cambio que supone en tu vida responsabilizarse de una persona mayor, con sus enfermedades. ¿Y si a mí no me hubieran cuidado? De ahí nace Una madre. De darme cuenta de que hay una parte de generosidad y también de pacto como dices. Tener hijos pensando en que te cuidarán me parece egoísta, porque los hijos tendrán su propia vida. Aunque es inevitable pensar en la soledad en la que conviven las personas mayores, en esa tristeza, y me gustaría pensar que los hijos estarán cerca de mí, pero no hay que dar nada por hecho.

Portada de 'Una madre' (AdN)
Portada de la novela 'Una madre' (AdN).
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Parece que hay un debate sobre la maternidad y el egoísmo: ¿Es más egoísta quien decide no tener hijos o quién decide traer hijos a este mundo perverso?
—Una decisión tan importante no se puede zanjar con si es egoísta o no. También sucede con el suicidio. No hay que juzgar las decisiones de los demás. Traer un hijo al mundo puede ser un acto de generosidad, de traer a alguien para que pueda disfrutar por ejemplo de ver los atardeceres. Yo misma estoy reconstruyéndome. Hay muchas cosas que en el pasado he dicho que no iba a hacer y ahora estoy haciéndolas. Hay que encontrar ese punto de aprendizaje de no juzgar. Todo el mundo parece tener una opinión concreta en redes sociales, un discurso montado, pues a mí se me desmontan esos discursos. Creo que es muy bueno poder decir: ‘Ayer pensaba esto, pero resulta que me he informado y ahora no opino igual, pero tampoco sé cómo opinaré mañana’.

«Las madres no lo sabemos todo», afirma la protagonista, Bruna.
—Es natural que de niños idealicemos a los padres, son los que te dan todo lo que necesitas, aunque también te regañen. Cuando creces y empiezas a ser adulto es cuando empiezas a comprender comportamientos de tus padres. Efectivamente, los padres no lo saben todo y habría que darles la oportunidad de equivocarse. En la novela se siente mucha culpa, Bruna no se quiere quejar y ella ha sufrido lo que es no tener a una madre cerca y quiere darle todo a su hijo, como todas. No por ser madre eres mejor o peor persona, te puedes equivocar y es algo natural. Creo que se siente mucho peso porque parece que todo el mundo a tu alrededor lo hace bien. Yo no quería hacer un personaje perfecto, puede que haya gente que tenga más certezas, pero quería que Bruna tuviera un espacio para dudar y también que la culpa estuviera presente. La maternidad está muy unida a la culpa, por lo que nos han contado, por lo que se espera de nosotros...

La madre de Bruna, Encarna, tiene un trastorno bipolar, a partir de lo que aborda la salud mental y el estigma.
—Me parecía necesario hablar de ello. Hay que nombrar la enfermedad, pero no banalizarla. Si Bruna acepta la enfermedad, tiene que responsabilizarse de cómo reacciona frente a ella, ya no es la víctima de la historia. No hay que dejar que la enfermedad te defina, pero si está bien saber lo que tenemos para poder buscar herramientas para organizar tu vida para que estés lo mejor posible. Está bien poder hablar con naturalidad de estos temas, de poder decir que vas al psicólogo como quien va al fisioterapeuta. Señalar a alguien por la enfermedad mental que padece no tiene sentido, solamente lo tiene si para uno mismo le facilita la vida o que haga que el de al lado le comprenda, sin hacer ciertos juicios o tener unas actitudes.

La novela también invita a reflexionar sobre la comunicación, en un pueblo con apenas cobertura y con las notas de voz de la mejor amiga de Bruna, Marion.
—Cuando WhatsApp ofreció la posibilidad de poder reproducir más rápidamente una nota de voz pensé en qué tipo de personas nos estábamos convirtiendo y mira, ahora confieso que lo he hecho más de una vez. He vivido en Madrid y aquí cerca de Palma y me he dado cuenta de que siempre he tenido a alguien querido que vivía lejos. Por eso, cuando una amiga me envía una nota de voz de siete minutos no pienso qué tostón, aunque haya gente que diga que eso ya parece un pódcast, a mí me alegran este tipo de monólogos, de hilar temas diferentes...

El pueblo en el que vive Encarna está prácticamente incomunicado y madre e hija tampoco se pueden comunicar bien...
—En el primer borrador de la novela Bruna era más hermética y la incomunicación entre Bruna y Encarna era más fuerte. Tuve la necesidad de colocarlas en un espacio sin distracciones casi por obligación, porque faltaba el aire... Ahí aparece también Marion y sus notas de voz, esa manera de comunicarse sin filtros y de hablar con tranquilidad.