El grupo La Habitación Roja, que este sábado actúa en Palma.

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La Habitación Roja nació en L’Eliana (Valencia), aunque sus miembros están desperdigados por el mundo. Empezando por Jorge Martí, el cantante, que vive en Noruega, de donde es su pareja. Banda de canciones mayúsculas y un sonido que se desmarca del resto, pionera en el campo del indie pop estatal. Fieles a su etiqueta de clásicos, no hay festival donde no hayan cantado esos estribillos que, como la vida, manchan. Aunque donde más se les disfruta es en las distancias cortas. Así podremos verles este sábado 11, a partir de las 20.00 horas, en el escenario del Parc de la Mar, englobados en el cartel del Palma On Season Fest.

Mi habitación, Universal, Cuando te hablen de mí, Un día perfecto, Largometraje, Voy a hacerte recordar, Berlín, Nuevos tiempos, Polaroid... los levantinos atesoran una larga lista de himnos. Llegan con nuevo material, Años luz (2021), un álbum que marca su regreso a la casilla de salida. Estilísticamente recuperan su toque melancólico, en detrimento de los sonidos de baile con los que habían experimentado en el pasado. Años luz habla de la incomunicación, de la decepción, de la tristeza y del miedo y la soledad con esa elegancia que les caracteriza, conservando todo su potencial para forjar estribillos épicos. El cuarteto ha parido un álbum de pop de contornos nítidos y trasfondo sentimental en el que se impone un título: Taquicardia, tema que cogió forma tras el ingreso de Jorge Martí en el hospital por causa de una embolia pulmonar masiva. De ahí que su sonido se envuelva en una atmósfera neblinosa, a lo Joy Division.

Formados en el excitante ecuador de la década de los 90, en plena efervescencia del brit pop, La Habitación Roja sigue, casi treinta años después, plasmando su grandeza y anglofilia en hermosas crónicas de lo cotidiano. Pocos discutirán su papel hegemónico en en el indie pop nacional. Quien lo dude es que no les ha visto sobre un escenario, allí donde sus himnos barren el sonido enclenque de otros que presumen de ‘indies’.

Jorge Martí ha transformado su reconocida inestabilidad emocional en un manual de supervivencia, en un decálogo contra la desazón. Pocos artistas son capaces de convertir su desaliento en lecciones positivas, en balsámicos himnos pop que acuñan noches de puño en alto. Sigue incomodándole el escenario -hay demonios de los que no se puede escapar-, pero ya ha dejado de luchar contra ello y ha aceptado, con cierta resignación, que lo suyo no son los grandes parlamentos. Su arenga nace en sus canciones, por cuyas esquinas asoman antiguos amores y amistades perdidas, canciones que, como el prozak, ayudan a seguir adelante.

La Habitación Roja mantiene una extraña habilidad para sonar radiantes, aunque se harten de pedir cita con el psicólogo. No es una dicotomía original, ahí está la negrísima luminosidad de The Cure. Sueños arruinados, destinos sin retorno, el paso inexorable del tiempo... Como la banda de Robert Smith, los valencianos bailan con la tristeza en canciones catárticas. Es como si nos dijeran ‘alégrate chaval, esta vida apesta’. Y da igual si suenan más pop o más rock, sus estribillos jamás renuncian al melodrama, y sirven para impregnarnos con su pegadiza euforia de los afligidos.

Mención aparte para 1986, un corte de su último elepé. Un título que evoca el año en el que The Smiths publicó The Queen is Dead. Escucharla es un golpe al mentón, conmueve en lo más profundo. Habla sobre la inenarrable emoción que les embargó la primera vez que pisaron una discoteca y, entre la sorpresa y la euforia, sonó sonó There is a light that never goes out. Décadas después, la música y The Smiths siguen siendo la llama que brilla imponente, que jamás se apaga, iluminando sus pasos.