Antònia Font hace vibrar a Son Fusteret. | Laura Becerra

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El caché y un incremento del aforo marcaron la agenda previa del concierto de Antònia Font. Un evento que, como un Barça-Madrid, ha dividido a la ciudadanía. Pero esa es otra historia. Faltaban pocos minutos para las 20.00 horas y Son Fusteret lucía el aspecto de las grandes ocasiones, como una vela erguida sobre un pastel. Nos aguardaban dos horas de magia, un hechizo que ni la inestable climatología pudo perturbar.

La música, en general, es nocturna. Y la de Antònia Font no escapa a la regla. Sus canciones necesitan de la oscuridad, de un cierto sentido dramático y una densidad que solo se dan en la noche. Pues bien, a diferencia de su visita a Inca, que dio comienzo a plena luz del día, esta vez prendieron la mecha ante un aforo sumergido en las gélidas penumbras de la noche (4 grados marcaba el mercurio al inicio del show). La mesa estaba preparada y el público quería darse un buen atracón.

Sencillez

A las 20.10 horas, el recinto se vino abajo. Haciendo gala de su habitual sencillez y economía de movimientos, Pau Debon inauguró su enésima comunión con el público al calor de Un minut estroboscòpica, tema que da título a las ‘últimas aventuras en alta fidelidad’ del quinteto. Griterío infernal, el de 19.000 personas dando la bienvenida –por debajo del aforo previsto, de 26.000– a Oliver y compañía. Impresionante. ‘Gallina en piel’, como decía el maestro Johan. Y todo eso quedó en nada cuando sonaron los primeros acordes de Darrera una revista, esa oda afligida y perezosa que no te cansas nunca de escuchar... «I quan va sortir es sol, després de quatre dies, pensaves i fumaves darrera una revista...» Cuánta belleza. Alguien debería embotellarla y venderla como antidepresivo. Un chute de pasión que por muchas veces que se haya escuchado nunca se contempla impávido. La velada alcanzaba su velocidad de crucero al vuelo de unos sonidos mil veces escuchados, pero siempre vividos como una primera vez, como un primer beso. Pasó por escena Love Song y Oh La La, que sembró inicios de afonía entre quienes la corearon.

Pau Debon ejerció de Pau Debon y habló poco, el resto fue un desfile de pop ensoñador, surtido con gran variedad de registros, entre etéreos, épicos y melancólicos. El público festejaba y aplaudía todo, incluso los gestos mínimos del cantante, porque ningún concierto de Antònia Font es previsible, siempre deviene una experiencia tan atractiva como sus discos, con mucha experimentación y tecnología pero también con un derroche de canciones emotivas y sensibles.

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El sonido sigue siendo el talón de Aquiles de Son Fusteret. Digamos que no fue excelente, al menos en el primer tramo del concierto. Mientras, el repertorio seguía cayendo, treinta y tantas canciones que gravitaban entre la tormenta y la calma. En los temas más lentos, el recinto se iluminó con las titilantes luces de los móviles, recreando un cielo digital bajo el que todo el mundo desbordaba entusiasmo. Una hermosa estampa que descubre a la música como un mecanismo romántico para escapar de la rutina.

Y sonó Robot, de nuevo otro instante para la emotividad. Salva de aplausos, preludio de silencio y adelante con su lírica profunda, con su hipnotizante desarrollo, cadencioso y pausado, enmarcado por la estampa de Debon cantando en el centro del escenario, dando sentido a la letra con el movimiento de sus brazos. Sin la capacidad expresiva de otros, el cantante ha sido siempre el representante más terrenal entre los ídolos canónicos del pop. No precisa de cambios de vestuario ni de absurdas coreografías. Se limita a liderar, junto al esquivo Joan Miquel Oliver, a una banda de tipos normales, tanto que cuando suben al escenario no se olvidan de predicar con el ejemplo.

Debo cerrar la crónica y aún no ha sonado Caramel·let. ¿Tardará mucho? Aguardo impaciente sus dulces arpegios, tiernos como una fábula infantil. Dice su letra «és com un somni on ses espigues a banda i banda se mouen amb so vent». Reparen en el término somni (sueño), porque es un argumento recurrente en el universo onírico de una banda que no puede sino devolver parte de lo que proyecta en sus propios fans.

Se trata del primer concierto en la capital mallorquina desde que a finales de 2021 Antònia Font anunciase su regreso a los escenarios tras casi una década de silencio, una vuelta que se materializó en la última edición del Primavera Sound Festival y que el pasado verano recaló en el Poliesportiu Mateu Cañellas de Inca.