Antònia Font espera repetir en Son Fusteret el éxito de su gira de regreso, que el año pasado recaló en Inca y doblete en Barcelona. | R.C.

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¿Qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran noche? Raphael se lo pregunta desde la noche de los tiempos, y Antònia Font regresaba a los escenarios con la misma duda. Pero tras nueve años huérfano de sus canciones, vehículos que transforman la ensoñación en estructuras corpóreas, el público se lo puso fácil. Aunque lo mejor de su regreso fue que llegó con nuevo disco bajo el brazo, Un minut estroboscòpica (2022), sin duda la mejor forma de poner tierra de por medio con respecto a esas giras que apestan a bucanero, en las que veteranos en baja forma se juntan para recordarnos que existieron. El quinteto bajará el telón de las fiestas de Sant Sebastià con un concierto que, antes de perpetrarse, ya ha hecho correr ríos de tinta.

Será este sábado, a partir de las 20.00, en un Son Fusteret (Palma) que prevé acoger a unas 26.000 gargantas. El acceso será gratuito, Cort paga el sarao. Antònia Font irrumpió a finales de los 90, esbozando un lenguaje musical único e intransferible. El proyecto se detuvo en 2013, quizá, como decía Guardiola, se sentían vacíos. Este sábado, de ellos pende la etiqueta de ‘banda seminal’, un término que designa a esos artistas que, con el tiempo, han esparcido su semilla inspirando a nuevas generaciones. Sus años de ausencia no han aplacado sus paisajes electrizantes, sus emociones desvaídas y punzantes, sus textos marcianos… Un minut estroboscòpica no ha decepcionado y entronca con el minimalismo introspectivo de la banda.

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Estamos ante una digna continuación de su sonido pulido y complejo, ese que nos atrapa en una atmósfera agridulce y escapista, de gran poder evocador. Concebida por un Joan Miquel Oliver al que no se le agotan los argumentos y, consciente de sus virtudes, ancla su discurso en la vulnerabilidad. ¿Para qué cambiar algo que funciona? En cambio, ha crecido en ambición la puesta en escena de la banda, con un montaje de altos vuelos que cautiva al espectador con su recorte caleidoscópico y tridimensional.

Hay algo en sus conciertos que entronca con el ritual, con el concepto de ceremonia. Son mágicos, narcóticos, complejos. Demandan atención, algo complicado en grandes aforos como Son Fusteret. Convendrá no despistarse demasiado porque siempre dejan motivos para la apología. En Antònia Font todo acontece con la pausa suficiente para que Pau Debon espacie cualquier sonido brotado de su paladar. El frontman tiene un remoto aspecto de artista, algo afligido y frágil, vestido como para dar una clase de Filosofía. Pero cuando abre la boca fluye un registro que, como la flauta a la cobra, hipnotiza. Él es la voz, el canal, por el que fluye el delicioso y bizarro ‘universo Oliver’.