Lluís Pasqual ha recibido premios como el Nacional de Teatro y, más recientemente, el del festival Almagro.

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El Teatre del Mar celebra 30 años de teatro con la proyección del documental Empuñando el alma: Ensayando con Lluís Pasqual, dedicado a una de las grandes figuras de este arte: Lluís Pasqual (Reus, 1951). La proyección del filme, el primero que produce la Academia de las Artes Escénicas, será a las 20.00 horas.

¿Qué siente uno al protagonizar un documental y recibir tantos premios?
—En primer lugar, tengo que decir que vengo a Palma siempre que me invitan. Es una ciudad que me gusta y también su gente. En cuanto al documental, yo solamente me limité a hacer mi trabajo en un momento determinado. La película ha tenido mucho éxito, seguramente porque es como ver el juguete por dentro. Lo que pasa es que se me hace muy extraño verme ensayar, es como si viera a otra persona. No me reconozco. Supongo que al futbolista le pasa igual cuando se ve desde la televisión, sentado en el sofá. También tengo que reconocer que no he visto el documental entero. He visto algunos fragmentos, con los ojos un poco cerrados, como si viera una película de miedo.

Dice que el documental tiene interés porque se ve el interior del juguete. ¿A qué se refiere?
—La gente no piensa en la gran cantidad de trabajo y de gente que hay detrás de una obra de teatro. Y casi mejor, porque el misterio no se desvela. La gente sabe vagamente que un pianista dedica muchas horas a hacer escalas, pero no sabe que hay detrás de un actor o que los decorados no los compras en Ikea. Es artesanía y, como tal, tiene detrás muchos oficios diferentes y horas de dedicación.

¿Qué le motivó a aceptar la propuesta de esta película?
—Al principio dije que no, porque pensaba que sería una molestia, que no nos dejarían trabajar. ¡Pero incluso se compraron unos zapatos para no hacer ruido! Me ponían el micrófono y a los cinco minutos ni me acordaba de él. Eso es una gran virtud.

Al principio del filme asegura que muchos días no se levantaría de la cama si no fuera por el poder compartir el teatro.
—Dije esa frase en un momento concreto. De todas maneras, esa sensación la tengo desde siempre. Necesito a los demás y para mí es una manera de luchar contra la soledad que nos acompaña desde que nacemos. He tenido la suerte de contar con gente que siente la misma pasión y eso se ve en el documental, en el que nos une Federico García Lorca.

La película, dirigida y escrita por Arantxa Vela Buendía, se basa en los ensayos, en noviembre de 2018, de El sueño de la vida, en la que Alberto Conejero continúa la obra inacabada de Lorca Comedia sin título. ¿Qué significó para su carrera?
—Significó llenar un vacío en un momento que recuerdo especialmente emotivo. He tenido la gran suerte de poder estrenar dos textos de Lorca que nadie había hecho antes. En el caso de la Comedia fue un regalo que la familia puso en mis manos. No sabemos qué hubiera dicho Lorca porque, aunque dejó más o menos escrito lo que pasaría, no me lo creo porque era un gran mentiroso y un gran seductor. Pero la idea de imaginar una posible segunda parte me tentó. Me enteré por un periódico de que Alberto la estaba escribiendo. Busqué su teléfono y le dije: ‘Tú no lo sabes aún, pero la estás escribiendo para mí’.

En él afirma que es en los ensayos donde se siente libre.
—Todo el mundo tiene que ser libre. Quien va al teatro lo hace porque quiere. Es una actividad libre. Con 71 años siento una enorme gratitud por dejarme continuar con esta actividad. No digo trabajo porque para mí no lo es: es un actividad que me ocupa muchas horas al día y un gran porcentaje de mi vida.

El teatro, la cultura en general, ¿nos hace mejores personas?
—Sí, si la practicáramos. Todos estamos bautizados, pero nadie practica la religión. Todos defendemos la cultura, pero a veces nos la imponen por obligación, otras la ignoramos... La cultura nace de otra cosa: la educación. Si en las escuelas te hicieran amar la cultura, después no la verías como una obligación.

Hace casi medio siglo fundó el Teatre Lliure. ¿Cómo es echar la vista atrás?
—Empecé muy joven. Tuve la suerte de vivir una época privilegiada, al menos, visto desde la perspectiva de ahora. Porque esta discutida Transición se puede explicar de muchas maneras, pero lo cierto es que la gente de la cultura empujábamos todos hacia el mismo sitio. Queríamos salir del túnel, de la oscuridad, de la casta... Era gente más solidaria. Cuando murió Franco tenía 23 años y lo tenía más fácil que un joven de hoy con esa edad. Proponías proyectos y los podías hacer. Las cosas se hicieron bien o mal, pero se hicieron. ¡Y eso que no había nada! No te podías manifestar ante el Ministerio de Cultura porque simplemente no había. Tú tenías que inventártelo y la gente te dejaba hacerlo. Tengo 71 años y no he hecho más que teatro en mi vida. He intentado vivir, que no es lo mismo que hacer teatro.

¿Es un nostálgico?
—No lo puedo ser y no lo soy, igual que tampoco puedo ser un jugador de básquet porque mido 1’69. No soy nostálgico y trabajo para no serlo. Para mí lo importante es el presente, lo que viene este año, que es mucho. Como me quiero sorprender a mí mismo para sorprender a los demás me tengo que renovar cada vez.

¿Qué proyectos tiene para este año?
—De momento puedo decir que inauguro la temporada de la Scala de Milán con la ópera Don Carlo, de Verdi. Mi trabajo es así: no hay nada y de repente tienes una cosa tras otra. La pandemia obligó a posponer muchos proyectos, algunos se han podido recuperar y otros no... Y así es como este año me encuentro con muchos espectáculos, más de los que esperaba. Pero no es algo que decidas tú. No sé qué o quién lo hace. Estoy encantado de la vida, estoy impartiendo un curso sobre Chéjov en la escuela de Cristina Rota, estoy rodeado de gente... Este todavía es mi sitio: una sala de ensayo.