Antoni Clapés es poeta, tradcutor y editor.  | FABIAN PETERSENS

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La editorial con sede en Pollença Quid Pro Quo cuenta, entre sus numerosas novedades, con dos títulos firmados por el reconocido poeta y traductor –además de editor, junto a Víctor Sunyol, de Cafè Central– Antoni Clapés (Barcelona, 1948). Se trata de Converses seguit de Fer les cartes, un volumen muy especial que reúne tres libros que constituyen un diálogo profundo y honesto con Carles Hac Mor –fallecido en 2016– y la traducción de L’home de les tres lletres, de Pascal Quignard, un gran homenaje a la literatura.

¿Converses podría leerse como una larga conversación, como una reflexión a dos voces o a dos plumas?

—Podría ser una conversación, entre comillas, de café. Todo surgió a raíz de la amistad con Carles, una persona muy cercana y simpática pero cuya obra y opinión eran un poco especiales. Tenía un pensamiento muy radial sobre el arte y la escritura y mucha gente no le entendía. Yo conocía un libro publicado hace mucho tiempo del norteamericano John Cage en el que conversaba con    Richard Kostelanetz y pensé que sería buena idea hacer algo similar. Decidimos hacernos preguntas directas, contestando también así, a través de correo electrónico. Y responder sin meditar. Cuando tuvimos el libro hecho, en el que yo le hacía a él las preguntas, me propuso hacerlo al revés. Y, finalmente, lo hicimos por correo postal, aquí con discursos más reposados. De todo esto ya hace unos veinte años y como no podían encontrarse en las librerías, Toni Xumet [editor] quiso reeditarlos.

¿El diálogo es el camino perfecto para abordar la vida, la cultura y, más concretamente, la literatura?

—Sí, el propio Platón ya lo demostró. Estos diálogos de aquí no son tan dialógicos, pero podemos decir que históricamente han funcionado para transmitir conocimiento al lector, dar a conocer pensamiento o tendencia literaria. Aquí el lector se encontrará preguntas concretas que exigen respuestas concretas.

Diálogo no implica estar de acuerdo. Hay un momento en el que Hac Mor y usted confiesan que se ponen contra las cuerdas, pero siempre desde el respeto.

—Siempre fuimos respetuosos, aunque había mucha divergencia, incluso en la manera de vivir. Carles vivía en la intemperie, en la contracultura, no tenía un trabajo fijo, por ejemplo, mientras que yo tenía unas rutinas. En este sentido, era lógico que discrepáramos. Pero no era una discusión ad infinitum, razonábamos.

En Twitter parece que la gente no dialoga, directamente se falta al respeto. ¿Cree que se ha perdido la capacidad de razonar?

—Twitter es una fuente de odio, sobre todo teniendo en cuenta como está la política, que también ha hecho que haya exposiciones tan bestiales y brutales que acaban en bloqueos. Si no piensas igual que el otro, ya lo bloqueas. La gente busca reafirmar sus opiniones:‘Subo cosas a Twitter porque sé que me aplaudirán’. Eso tiene muy poco de dialógico. Dialogar es explicar un pensamiento tuyo a otra persona que, como mínimo, tiene que estar en condiciones de comprender lo que digo. Hay personas con las que es imposible dialogar porque vamos en trenes opuestos y no hay nada que hacer.

A una pregunta de Hac Mor contesta que le gusta hablar de poesía y de su obra, pero que detesta «los discursos sobre la sociología de la poesía: una cosa es la poesía y la otra, muy diferente, de lo que se habla y del tono con el que se habla».

—Me apasiona hablar de poesía, pero del núcleo: por qué escribes así o sobre esto, qué buscas escribiendo... Todo lo demás, la salsa rosa de la poesía, no me interesa nada. He estado en miles de situaciones en las que los poetas hablan mal de otros, pero sin aportar ningún debate poético sobre la escritura. En Mallorca, que es un territorio más pequeño, también pasa. Y tenéis grandes proyectos editoriales, como Lleonard Muntaner o Adia. Creo que todo viene de un problema mayor, como el hecho de que no tenemos buenos críticos o, simplemente, no tenemos.

¿Lo único que importa es el poema?

—Sí. Un libro me puede no gustar, pero interesarme. Por ejemplo, me interesa conocer lo que hacen los jóvenes, hacia dónde va la poesía, a qué le dan valor.

¿Y qué tendencia observa?

—Creo que es una poesía que aparentemente quiere ser rompedora y no lo es en absoluto. De hecho, es bastante reaccionaria en el sentido de que no plantea nada, no dice nada, es puro estatismo, un retorno a los 70 y 80. Muchos creen que innovan y no. Por ejemplo, cuando hablan de poesía del cuerpo. Es curioso porque Mallorca ha dado grandes nombres, como Andreu Vidal, Damià Huguet, Àngel Terron o Antònia Vicens. Son nombres que se tienen que leer y conocer bien y luego podrás hacer algo nuevo a partir de las cenizas. Da la sensación de que se desconoce la literatura propia, la tradición.

El libro de Quignard es un gran homenaje a la literatura.

—Empieza que es un homenaje a la lectura y luego pone ejemplos de cosas vinculadas a la literatura y a la escritura como objeto, también habla de Oriente... Diría que es un homenaje a la escritura y a la lectura.

Haciendo referencia al título, L’home de les tres lletres, Quignard afirma que «la lectura    es un robo sin ruido». Como poeta, traductor y editor, ¿pertenece a la misma clase de ladrones?

—No fui a la universidad a que me enseñaran a ser poeta, me hice poeta de joven, leyendo mucho. Conscientemente no he sido ladrón, pero en cierta medida usurpas maneras de hacer, de escribir y de enfrentarte a un poema. Todo se basa en la propia tradición, en mi caso en la poesía en catalán, en el romanticismo, novecentismo, en la Escola Mallorquina o en autores más contemporáneos, pero luego está toda la poesía mundial. A partir de ahí construyes tu espacio mental desde el cual dirás tu palabra, harás tu poesía. En cierto sentido todos somos ladrones. El lector se apropia cuando lee. Yo leo siempre en una mesa, tomando notas y subrayo cosas, aunque de forma discreta.