Milena Busquets recalará el miércoles en Palma para hablar sobre el oficio de escribir.  | GREGORI CIVERA

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«Escribir utilizando las menos palabras posibles, como Proust». Lo dice Milena Busquets (Barcelona, 1972) en su diario Las palabras justas (Anagrama), publicado este verano y que ya va por su quinta edición. La autora del súperventas También esto pasará y Gema charlará este miércoles por la tarde, a las 19.00 horas, con otro novelista, Sergio Vila-Sanjuán, en el Museu Fundación Juan March de Palma.

En Palma reflexionará sobre el oficio de escribir y sobre los retos que supone escribir autoficción y no ficción. Precisamente su último libro, Las palabras justas, es un diario que aborda estas cuestiones. ¿Debe leerse así, como un diario?
—Sí, es un diario absolutamente y debe leerse como tal. Sin embargo debo decir que desde el inicio supe que lo escribía para publicarlo, así que tal vez no sea un diario íntimo, sino un diario a secas.

En este sentido, ¿cree que es relevante que el lector sepa si lo que encontrará es ficción, realidad o una mezcla de ambas cosas?
—Creo que es lícito que el lector quiera saber qué es lo que va a leer, aunque eso no afecte a la calidad del libro (un libro no es bueno o malo por ser cierto o por ser una invención completa, la calidad de un libro no depende de eso). Esa curiosidad, el saber si las cosas que se cuentan ocurrieron de verdad, el saber si los Reyes Magos existen, es natural y lógica. Pero la literatura, la literatura de verdad, ya sea novela, diario, cuentos, ensayos, teatro o poesía aspira a una verdad más profunda, más alta por decirlo de algún modo y para llegar a esa verdad da absolutamente igual que inventes o que te bases en tu propia biografía.

A la gran mayoría de escritores les ofende cuando se les pregunta por esta cuestión. Sobre todo, a las mujeres. Muchas autoras lamentan que se suele preguntar más a ellas si lo que escriben sucedió de verdad, cuando a ellos se les perdona esa cuestión. ¿Por qué cree que ofende tanto esa pregunta?
—A mí no me ofende en absoluto. La curiosidad de la gente en ese sentido me parece lógica, queremos saber sobre los demás, también sobre los escritores. Y también quiero saber hasta qué punto En busca del tiempo perdido es una obra autobiográfica. Es normal. Somos seres curiosos y un poco chismosos.

A algunos les sorprendió que Annie Ernaux, gran autora de la autoficción, ganara el Nobel de Literatura. ¿Cómo lo valora?
—A mí no me extrañó nada. De hecho, lo deseaba y lo esperaba. Se puede hacer literatura de altos vuelos con tu propia vida. Lo importante no es el material que utilizas para escribir, sino lo que haces con ese material. Ernaux hace algo muy importante, muy novedoso, muy conmovedor y muy valiente. ¿Cómo no le iban a dar el Nobel?

En Las palabras justas dice que cuando tiene un problema, tiene otro añadido: saber cómo se lo contará a su psiquiatra. ¿Cree que los escritores están, tal vez, un poco obsesionados con la manera de contar las cosas, sea una película, un libro o a quién se han encontrado en el supermercado?
—(Risas). ¡Sí! Absolutamente. Los escritores tenemos un ego enorme y nos cuesta muchísimo desprendernos de él, pero lo intentamos.

De hecho, también asegura: «Escribir utilizando las menos palabras posibles, como Proust». Su obra, su carrera, ¿se encamina hacia esa máxima de usar ‘las palabras justas’, en referencia también al título del libro?
—Bueno, me parece un buen objetivo, sí. No creo que escriba nunca un libro largo, aunque nunca se sabe… Pero el próximo no creo que tenga más de 120 páginas o así.

¿Puede avanzar de que tratará?
—Será un libro de ensayos cortos sobre temas variopintos.

¿En qué momento una se da cuenta de que lo que tiene que decir puede ser de interés para alguien, para un público?
—Siempre dudas, siempre, pero a veces, después de escribir algo, tienes la sensación de que no está mal, de que hay algo válido ahí, y te pones muy contento, pero te puedes equivocar, claro. Pero cuando un texto o una frase no logra alzar el vuelo, lo sabes, lo notas y te pones de muy mal humor.

Se suele destacar o valorar de sus obras que hablan de amor y muerte. ¿No son, al final, las dos fuerzas que mueven todo?
—Sí, claro. No hay ningún otro tema que importe, esos dos lo engloban todo, nuestra experiencia entera sobre la tierra. No hay ningún autor bueno que no hable de eso.

Habla sin tapujos del amor romántico y del sexo. En el citado libro confiesa que «el amor bueno siempre acaba cayendo del lado de la novela romántica, del mismo modo que el sexo bueno siempre acaba cayendo del lado de la pornografía». ¿Diría entonces que cuesta hablar del amor sin caer en ñoñerías o frivolidades?
—¡Exacto! El amor a veces es frívolo y a veces es ñoño, y también puede ser profundo y es siempre intenso y todo el mundo lo experimenta de un modo u otro. Es el gran tema.