En la Planta Noble cuelgan del artesonado tres barcas de madera que dan título a la muestra. | Teresa Ayuga

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«La ruta sería larga. Todas las rutas que conducen al objeto de nuestro deseo son largas», dijo Joseph Conrad en La línea de sombra. Esa conocida cita, recogida a su vez por Carlos Fonseca en un capítulo de su libro El Museo animal, es la que ha escogido Guillem Nadal (Sant Llorenç, 1957) para dar la bienvenida a su nueva exposición: ...De sal i cendra! Esas palabras, hechas con acebuche y colocadas de forma descendente, acabando en cenizas, cubren la pared del patio de la entrada de la galería Pelaires, donde el artista inaugura esta propuesta mañana a las 19.00 horas.

Es una buena manera de adentrarse en esta propuesta de Nadal que, de hecho, se enmarca en un proyecto también editorial que publicará próximamente el prestigioso sello Turner con un texto del reputado escritor Iván de la Nuez. El volumen se titulará Al ras en alusión a lo «desprotegido». Y es que en ...De sal i cendra! el creador entremezcla piezas de diferentes formatos y épocas, desde 2001 hasta este mismo año, en una colección de lo que llama «historias mínimas, piezas que están entre el límite del naufragio o del fracaso, de llevarse a cabo o no, pero que a su vez tienen su propia identidad».

La planta baja de Pelaires se convierte en una extensión del taller de Nadal, con varias maquetas, así como cinco pinturas que contienen unos «desiertos verdes» que arropan al visitante con calidez. Por su parte, en la Planta Noble el espectador se encontrará una instalación de tres barcas de madera colgadas del artesonado. Dos de ellas llevan sal, mientras que la otra contiene un poco de carbón.

La ceniza y la sal son los dos elementos principales de esta muestra que incide en los paisajes desprovistos de elemento humano y en la destrucción. «La ceniza evoca el pasado que ha dejado de ser fuego y está próximo a extinguirse. La sal invoca un futuro corrosivo, reacio a apagarse», reza el texto de Iván de la Nuez que acompaña la muestra. Efectivamente, Nadal remarca que «la sal tiene un simbolismo bíblico muy potente, es un bien muy preciado y a la vez también puede significar la destrucción, pues en las guerras se usaba en los campos para que no volviera a brotar nada».

Finalmente, en la segunda sala de la Planta Noble, dos cráneos enfrentados «hechos a lápiz y fuego» representan «un viaje a lo largo del tiempo que acaba en el círculo de la vida de la isla utópica». La pieza central, de hecho, la conforman dos cráneos auténticos en lo que Nadal ha definido como «paisaje de la memoria».