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Hay cosas que solo ocurren una vez en la vida y que se quedan en la retina durante años y años. Y luego está lo que le ha ocurrido al cineasta mallorquín Marcos Cabotá en Los Ángeles. El realizador, que se encuentra estos días en la ciudad californiana, ha relatado a través de su cuenta de Twitter la que es una de las anécdotas que más envidias pueden despertar entre los seguidores de Regreso al Futuro, entre ellos un servidor, y que ha narrado a través de un hilo en la red social para deleite de sus seguidores.

En el mencionado hilo, Cabotá detalla que aunque va justo de tiempo en su visita a Los Ángeles, sí ha podido sacar un poco para una «idea loca»:

Esa idea no era otra que ir a visitar el lugar donde se rodó la famosa escena del baile del Encantamiento bajo el mar en Regreso al futuro, donde Marty McFly, interpretado por Michael J. Fox, intenta que sus padres, Lorraine y George, se enamoren y evitar así su propia desaparición.

El lugar, como explica Cabotá, es un pabellón de deportes muy cercano a una iglesia metodista, y para allá que fueron él y un grupo de amigos. No obstante, al llegar, lo primero que encontraron fue a un trabajador extrañado al verles allí. Primer derrapazo del DeLorean:

Pero no todo iba a quedarse ahí. De modo que Cabotà insisitó no una ni dos, sino varias veces hasta que, ya sea por cansancio, pena o por la cara de ilusión que llevaba el cineasta, finalmente pudieron entrar al pabellón:

Las lágrimas caían de la emoción, pero este viaje solo acababa de empezar. Y es que el trabajador que antes casi les echa, ahora les propone subir al escenario y, sobre él, como si todos hubieran montado en un DeLorean invisible, estaba la misma escena que todos recordamos de la cinta. Todo igual. Exactamente igual. Ver para creer:

«¿Pero esto qué es?», se pregunta Cabotá, probablemente gritando (y con razón). El piano, la batería, la guitarra, los trajes de la banda, y hasta el teléfono de época estaban allí. Y, claro, eso hay que inmortalizarlo:

La razón de todo esto, les explica el trabajador, es que una empresa está redecorando todo igual que en la película para un evento privado. La suerte es de quien la persigue, dicen, pero ni con un DeLorean es fácil perseguir tanta fortuna.

Para acabar, Cabotá posa más feliz que una perdiz desde uno de los escenarios más míticos de la historia del cine y que reposa en la memoria de todos los que hemos disfrutado con la película solo que, esta vez, él lo ve todo desde su tarima, quién sabe si con alguien a punto de empezar a tocar los acordes de Johnny B. Goode.

Para que luego digan que los viajes en el tiempo son imposibles. Y sin DeLorean ni los 1,21 gigavatios.