Xavier Pla en una imagen de archivo. | M. À. Cañellas

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La prestigiosa Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset en 1923, dedica su número 496 a Cela y Pla, historia de una amistad. La entrega incluye tres artículos muy jugosos: el de Xavier Pla, profesor de la cátedra Josep Pla de la Universitat de Girona, y habitual de los círculos literarios de Mallorca; la transcripción de una charla sobre Pla que dio el mismo premio Nobel en el Colegio de España (París, 1997) y un artículo de David Viñas Piquer titulado Cela y Pla: dos estrategas para Mallorca. También se recogen las cartas que Cela envió a Pla desde la Isla. En una de ellas, fechada el 13 de marzo de 1978, Cela invita al autor de El quadern gris a participar en el homenaje a Miró que prepara Ultima Hora y Pere Serra.

Quién pudo con quién, ¿Cela con Pla o al revés?
—Cela y Pla ya se respetaban antes de conocerse personalmente. A Cela le interesó mucho Viaje en autobús de Pla y sus ecos se notan en Viaje a la Alcarria. Y para Pla, la voz literaria de Cela representa algo nuevo desde la generación del 98. Pero el encuentro en casa de Cela en Mallorca, en diciembre de 1956, no funciona, no conectan. Cela quiere quedar bien con Pla, agasajarle con elogios y obsequiarle con una comida exquisita. Al final queda mal y Pla acaba burlándose de su pose de escritor.

Dos bestias literarias que a veces estuvieron juntas, pero nunca revueltas.
—Les une la figura de Pío Baroja, a quien leen con pasión en su juventud. Pero les separa la ironía. En la obra de Cela no hay ni pizca de ironía, se toma demasiado en serio. En cambio, Pla es un irónico que puede ser cínico, mordaz, sarcástico y hasta cruel. Su divisa es: hay que reventar el globo de la pedantería.

Cela aseguró que Pla era el mejor escritor en catalán de todos los tiempos.
—Cela tenía un gran interés por la cultura catalana. Prueba de ello es que en Papeles de Son Armadans están Llompart y Vilallonga, Blai Bonet y Baltasar Porcel. Además, en el primer número publica nada menos que a Carles Riba. Para Cela, como para Miguel Delibes, Catalunya debía ser escuchada y respetada. No es como ahora, que Andrés Trapiello y Fernando Savater insultan y desprecian, sin ninguna preocupación por conocer lo que piensa el otro.

Pla dijo que tras la generación del 98 el panorama en castellano era un «yermo escuálido», menos la obra de Cela.
—Pla tiene unos gustos literarios muy establecidos: siente una devoción por dos autores de la generación precedente: Azorín y Baroja. Pero no le gustan Unamuno ni, mucho menos, Ortega y Gasset. Después de la guerra, sus preferencias en castellano se decantan por Cela y Delibes. A Cela, le reconoce que sus raíces están en el Lazarillo. Para Pla, Delibes es el ejemplo de escritor enraizado en la tierra de Castilla, le gusta su literatura de caza al aire libre.

Josep Pla y Camio José Cela en la casa del Nobel, ubicada en la calle José Villalonga, en una fotografía tomada en 1956.

Era raro que Cela se ofreciera tanto a Pla, le costó mucho conseguir un artículo suyo para Papeles de Son Armadans y Cela, incluso, se ofreció para traducirlo.
—En Papeles de Son Armadans, Cela quiere tener la firma de Pla. Le escribe una, dos y tres veces y Pla no le contesta. Parece que no se fía hasta tener en las manos el primer número, que además no le gusta. Está como enrocado. Pero, al final, acepta.

Pla, a propósito de su primer artículo elogioso, escrito en Destino el año 1955, le dijo que de haberlo leído «habría escrito mejor de usted». La cosa, desde luego, tenía guasa. Luego vino la entrevista de 1956 en Mallorca.
—La entrevista de Pla a Cela es muy divertida. Quizás injusta, porque aparece un Pla socarrón y malicioso que presenta a Cela como una «vedette» extravagante, vanidoso, vestido con una «robe de chambre». Le invita a comer langosta y becada. Lo que me sorprende es que Cela no supo entender el juego y se lo tomó muy mal. Hasta replicó en Destino para puntualizar que en su casa solo se comía langosta el día que acudía alguien como Pla.

Cela y Pla solían hacer, dentro de un orden, lo que les daba la gana, pero el catalán dijo del gallego que era «un individuo que iba suelto, pero no tan suelto». ¿Hasta qué punto cree que eran parecidos los dos?
—Diría que es el individualismo y la ambición literaria lo que les une. Pero sus estrategias de presentación son distintas. Pla había leído a Montaigne y se presenta como un ser insignificante, como un simple hombre que lee y escribe, como un payés. En cambio, cuando lees o escuchas a Cela, no tienes ninguna duda de que él se considera el mejor escritor de su tiempo.

Pla fue a Mallorca por vez primera en 1921 y en el Casino Mallorquín se encontró a don Joan Alcover leyendo el periódico, ¿qué se dijeron?
—¡Quién pudiera saberlo!

¿Cuándo publicará usted algún estudio sobre literatura mallorquina?
—Como director de la Càtedra Josep Pla de la Universitat de Girona, le confirmo que en noviembre aparece la correspondencia de Pla con Joan Estelrich, a cargo de la profesora Sílvia Coll-Vinent. Y el año próximo las cartas con Francesc de B. Moll, publicadas por la erudita menorquina Josefina Salord. ¡Dos homenots extraordinarios!