El pintor Ramon Canet posó ayer para esta entrevista desde la galería 6A. | Pilar Pellicer

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En cuatro décadas pueden pasar muchas, muchísimas cosas. Prueba de ello es todo lo que ha acontecido en los últimos dos años en el mundo. Es un lapso de tiempo considerablemente amplio como para que cambie todo. No obstante, hay algunas otras cosas que, por persistencia, trabajo o por lo que sea, simplemente siguen ahí, resistiendo los envites del tiempo. La galería 6A es uno de esos lugares que se mantienen pese a todo y que celebra este 2022 sus 40 años. Y dentro de esas festividades, otro hito invariable: la pintura de Ramon Canet (Palma, 1950) con su exposición Cartes, cuya inauguración será este jueves a las 20.00 horas como demostración de que «siempre he pintado lo mismo: lo que me sale de dentro».

La unión del pintor y la galería es, además, algo más especial si cabe al tener en cuenta que fue él uno de los fundadores: «Me da vértigo pensar que han pasado 40 años, pero también tenía ilusión de hacer la muestra aquí». Al fin y al cabo, Canet se siente en este lugar «como en casa» y el taller de grabados es «prácticamente mi propio taller», declara. Así pues, la muestra une cuadros de grandes tamaños y en diferentes soportes como la tela, el papel o los grabados en los que, como de costumbre, predomina el negro, «presente toda mi vida». De hecho, para él «el negro no es sinónimo de ausencia de color, sino todo lo contrario». En este sentido, la exposición continúa esa relación entre Canet y el negro, pero teniendo en cuenta que «el soporte manda», por lo que «cada obra depende de ello». Además, cada creación es el resultado de «una tensión muy fuerte» y un proceso en el que hay «mucho pensar y poco pintar». Principalmente porque «soy muy reflexivo» y lleva a cabo «un trabajo antes de empezar una obra, enfrentándome al lienzo en blanco con la razón y la emoción trabajada para que cuando llegue el momento la ejecución sea rápida y directa», detalla.

Sobre esto, reflexiona que «el pintor debe estar preparado para ese momento» de ejecución como el corredor lo ha de estar para «correr los cien metros lisos». No obstante, todo ese lapso entre obras implica riesgos: «Esas épocas de espera son duras, son momentos difíciles en la vida, y, además, enfrentarte a una obra grande en blanco da miedo». A veces, «cuesta más que llegue el momento de pintar», confiesa, pero al final, cuando llega, «la pintura es un reflejo de la vida y, en el fondo, una carta de lo que tú vives y es una necesidad sacarlo», asegura. Pero no es una carta dirigida a nadie más que a él mismo, una misiva de apertura en la que «pongo todo de mí y si consigo que esa emoción llegue a los demás, pues genial, porque yo intento que mi pintura ayude a vivir, del mismo modo que me ayudó a vivir a mí», destaca. Sin embargo, las palabras se quedan en la orilla a la hora de explicar sus Cartes: «Es difícil de definirlo, es casi como una contradicción porque la pintura no cuenta nada, sino que es una cosa espontánea». La limitación del lenguaje cotidiano, por así decirlo, queda suplida por otro, el pictórico, del cual Canet juzga que «está completo, pero eso significa que está abierto y podemos hacer con él lo que nos dé la gana». Además, tampoco quiere decir que «esté todo pintado», sino que todo lo que pueda pintarse es ahora accesible al pintor.

Reflejo

Lo único que se necesita es «tener vivencias, internas o externas» que reflejar en los cuadros, y sentir esa «necesidad de sacar lo que llevo dentro». En cualquier caso, sí hay una condición para la obra terminada: «Tiene que generarme esa impresión que quería lograr. Si no lo sientes, hay que destrozar la obra», zanja Canet. Y lo dice alguien que sabe de lo que habla, ya que «llevo cuarenta años, pero siempre lo he hecho con el mismo proceso, pintando sin concesiones porque no eres el dueño de tu propia expresión». Hay cosas que no cambian.