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A priori, uno puede pensar que la nueva novela de Sebastià Portell (ses Salines, 1992) es muy diferente a la anterior, Ariel i els cossos (Empúries, 2019), por el tono, por los escenarios o la ambientación. Y que todavía dista más de su último libro, el ensayo Les nenes que llegien al lavabo (Ara Llibres, 2021). Les altures (Empúries) se centra en un personaje extravagante, incomprendido y olvidado: el artista Ismael Smith (Barcelona, 1886 - Nueva York, 1972). Como Ariel, Ismael es un personaje ambiguo que huye de las asfixiantes convenciones sociales y de la norma, una cuestión que abordó en Les nenes que llegien al lavabo aplicándola a los géneros y al canon literarios. Portell presentará Les altures en la Setmana del Llibre en Català de Barcelona y también participará en el Festival Literatura Expandida a Magaluf (FLEM).

¿Considera que es una novela muy diferente a las anteriores?

—Todos los escritores escribimos un mismo libro toda una vida. El reto que yo me he propuesto es que ninguno de los que escribo se parezca. No me quiero repetir y, sobre todo, no me quiero aburrir ni tampoco aburrir a quien me lee. Y es por eso que me gusta, formalmente, buscar otros caminos y maneras de contar las cosas o poner ciertos temas sobre la mesa desde el contenido. Pensé que era una buena idea el cambio de hablar sobre una persona que ha existido, de una persona de otra época y de alguien que además es bastante desconocido y que está por redescubrir y reivindicar.

Parece que la ambigüedad, lo que se escapa de la norma y lo diferente es algo que le interesa especialmente. Ciertamente lo que está definido es más aburrido.

—Es que, para mí, lo que está definido y cerrado no es materia literaria; puede ser otra cosa, pero no es la literatura que escribo yo.

¿Cómo conoció a Ismael Smith?

—Le conocí en julio de 2017 en una exposición antológica que organizó el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC). En ese momento estaba escribiendo Ariel i els cosssos y simplemente fui a ver una exposición como cualquier otra. Me gusta mucho el mundo de las artes plásticas aunque hasta ahora no había escrito sobre él y fui con una curiosidad artística. Y así salí, pensando que había conocido un universo artístico muy interesante que escondía detrás una trayectoria seguramente todavía más interesante. Así que cuando había terminado Ariel supe que esa era mi próxima novela.

El año pasado, en la entrevista con motivo de la publicación de Les nenes que llegien al lavabo, confesó que había tenido que volver a empezar de cero esta novela.

—Sí, pero es que ha sido el libro que más me ha costado escribir porque, además de la exigencia de la calidad literaria que siempre intento tener, implicaba una responsabilidad artística y personal hacia Ismael Smith y su obra. No soy la primera persona que reivindica su figura, por ejemplo el Museu d’Art de Cerdanyola siempre tiene obra suya expuesta o el colectivo de Barcelona El Palomar o el poeta Joan Vigó y, precisamente por ello, pensé que quería hacerlo bien; de una forma genuina que solamente la puedo haber escrito yo y que a la vez no traicione su figura.

En Les altures retrata a una sociedad que no acepta y no quiere a personas como Ismael Smith o como a su hermana, Anna Maria.

—Al final, todos los personajes de esta novela, a pesar de que alguno se piense que vive dentro de la norma, representan la rareza y la incomprensión más absolutas. Quería dejar claro que Ismael no está nunca solo. Como creador, siempre crea en un paisaje de artistas que siguen un camino similar al suyo. Y las personas que le rodean, no solamente los artistas, también tienen contradicciones, también tienen partes oscuras. Eso hizo que quisiera explicar a Ismael desde las figuras que están a su alrededor y no desde él mismo.

Dice que Ismael no está nunca solo, pero su historia es bastante triste.

—Sí, y quiero tener la esperanza que invite a interpretar, a reivindicar la figura de Ismael Smith con mucha más dignidad que como se ha hecho hasta ahora. Pero sí que es verdad que su trayectoria personal, a pesar de tener momentos de gloria en sus inicios y años de expansión por Europa, es de una decadencia progresiva. A pesar de esa voluntad de reivindicación, mi intención no era aleccionar ni adoctrinar a nadie, sino invitar al lector a tomar partido; que una vez que acabes el recorrido de Les altures y te hayas elevado y caído en el suelo con Ismael, decidas si eres su amigo, su juez, su vecino o si sencillamente respetas su camino. El título precisamente hace referencia tanto a esa elevación como a la caída, de la fama a la decadencia. Me interesaba plantear la visión clásica de un genio o un fracaso, un triunfador o un aficionado, alguien que no vale nada. Ismael tiene un poco de todo esto.

Aquí la unidad familiar es una obsesión llevada al extremo.

—En Les altures creo que he hecho el retrato más completo de un grupo humano que he escrito nunca. Quería hablar sobre los claroscuros de la familia como gran institución social que a veces nos aprisiona, pero que también nos protege. Un personaje que me ha marcado mucho es Mònica Marí Smith, que mata a sus hijos, metafóricamente, de tanto quererlos. Creo que es una buena metáfora de demasiadas relaciones heredadas de la humanidad.

La salud mental juega un papel importante en esta historia y no solo por el personaje de Smith, el hijo predilecto, envidiado por sus hermanos debido al favoritismo de su madre.

—Es una cuestión que atraviesa a todos los personajes y, de hecho, Ismael Smith termina sus días en un centro de salud mental y no se sabe muy bien por qué lo encerraron, aunque intuimos que es porque daba problemas, con sus escenas de nudismo. Él despierta la predilección de la madre cuando de pequeño sufre meningitis y está a punto de morir. Y, como sobrevivió, su madre sintió esa inclinación especial hacia él. Es, como decía, ese amor que protege y a la vez te condena y destroza. Creo que esa inclinación puede ser una de las cosas que le hicieron ser como fue. O así es como yo lo he concebido.

Es la primera vez que aborda el mundo del arte, ¿se siente un poco intruso?

—En absoluto, porque para mí Les altures no es una novela sobre arte, sino sobre una persona que resulta que era artista. Me preocupaba escribir sobre su vivencia y naturalmente su creación artística era una vía perfecta para hablar de él, pero no al revés. Me he sentido más intruso en la familia Smith que no en el mundo del arte. Hubo un punto de inflexión en la escritura de esta novela y es cuando Txema Romero, director del Museu d’Art de Cerdanyola, me invitó a hacer mi Ismael Smith. Y eso es importante, porque me preocupaba ser fiel a unos documentos, a una verdad, a hechos contrastables. Pero Les altures es una ficción y la gente ha de recibirla como tal.

Habla de reivindicación y, aunque la novela no es un manifiesto, sí que hay fragmentos más críticos, también con el mundo artístico. Da la sensación de que Ismael Smith fue un creador poco querido por los artistas.

—Creo que fue muy querido, pero por poca gente. Tuvo un círculo de amistades, aunque muchos murieron prematuramente; críticos que siempre lo reivindicaron, pero que poco a poco fueron perdiendo importancia y naturalmente estalló la Guerra Civil y lo trastocó todo. Era una figura muy difícil de procesar, de categorizar. Y no era inofensivo. Él siempre creaba contra la norma, sea la de género, la sexual y la de clase, pero también contra las instituciones familiares, religiosas. Incluso contra una cierta idea de realidad. Smith crea monstruos, figuras oscuras, personajes que no entran de ninguna manera en los cánones estéticos. Y no lo hace por ignorancia, porque no sabe que son feas, sino al contrario: lo hace porque cree que la fealdad también merece estar en un pedestal y ver qué pasa a partir de este gesto. Y lo curioso y triste es que décadas después de él los artistas de las primeras vanguardias lo hacen y se convierten en el centro del arte europeo. Por tanto, él de alguna manera se anticipa a estos creadores. Si en el mundo del arte estorbaba, en la sociedad también.

Son los que conocieron a Ismael Smith quienes hablan en Les altures, cada uno con sus pensamientos y formas de expresarse.

—Sí, cada capítulo intenta tener un estilo diferente, a pesar de que la novela es unitaria. Les altures abraza desde principios del siglo XX hasta los años 70, que es cuando muere en el hospital internado. En estos setenta años, en literatura, pasan muchísimas cosas y he querido hacerme eco a través de las voces del libro. Por eso cuando habla la vecina, Peggy Williams, recuerda al universo anglosajón realista; cuando lo hace Tineta, la niñera, es del estilo modernista de Víctor Català o Joaquim Ruyra; cuando sale Marià Andreu aparecen recortes de prensa como un homenaje al Noucentisme; los del final van hacia la novela psicológica. Así, cada momento que lees está escrito en una tendencia literaria predominante en esa época, sin que eso descoloque al lector o chirríe.

El protagonista está considerado como un artista maldito, un ‘enfant terrible’. ¿Le molestaría que se hablara de usted como el ‘enfant terrible’ de las letras catalanas?

—No es mi lugar, de ninguna de las maneras. Primero porque cada día soy menos ‘enfant’ y segundo porque no me interesa la terribilidad. Lo que me interesa es proponer conversaciones nuevas, interrumpir algunas dinámicas o inercias; pero no he venido ni a romper, a destrozar ni a provocar a nadie. De hecho, si alguno de mis libros provoca a alguien, eso dice más de las carencias de ese alguien que de mi intención. Hay gente que me ha intentado leer en clave de ‘enfant terrible’, sobre todo con Bowie [en 2016 publicó su primera novela, El dia que va morir David Bowie]. Y es una lectura válida, pero no es algo que me haya propuesto.