Isabel Servera, ante sus dos obras premiadas. | Teresa Ayuga

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Una obra compuesta con miles de puntos de colores pintados a mano y con un bolígrafo de punta fina. La segunda totalmente    opuesta, en una hoja en blanco y en su contorno una hilera de puntos de colores que recorre todo el marco, como si fuera el yin y el yang. Punt i seguit y Enmarcat (2019), son las dos creaciones que se encuentran dentro del dossier de la artista mallorquina Isabel Servera que sido galardonada con el premio Barbara H. Weil 2022.

Sus obras se caracterizan por la repetición y mecanización del proceso de creación de la artista, todo bajo los procesos artesanales realizados a mano de forma tradicional. Servera explica que «empecé a hacer este tipo de arte más automatizado para hacer una comparación de las personas con los robots, de que todo lo hacemos de una forma mecanizada y de casualidad surgió una forma muy peculiar de pintar».

A pesar de que todo sea automatizado hay errores y fallos porque se hace a mano «muchas veces no hay esta precisión y no siempre se sigue esta regla establecida». Incluso, «se como empiezo las obras, pero nunca como las termino, esto se debe porque los factores cambian y se me puede gastar un rotulador y tener que emplear otro nuevo, entonces se notará que la tonalidad no será la misma». Esto es lo que pensaba que le sucedería con los bolígrafos de punta fina de colores que utilizó en Punt i seguit, por su sorpresa «han aguantado bastante y aunque hayan pasado ya tres año todavía funcionan, mi idea era ir haciendo un degradado a medida que se fueran gastando, pero estuve dos años hasta que llegué hasta el final del papel».                                                                                           

Todo empezó en 2009    cuando empezó a experimentar y creó la primera pieza con este método de trabajo titulada Jornada Laboral de 8 hores. Para crearla «solo cogí un folio de puntos de tamaño A4 y comencé a dibujar líneas transversales con un bolígrafo BIC, tardé ocho horas en hacerlo, de ahí un poco la ironía y el doble sentido del nombre», gracias a esta la artista descubrió una nueva pasión y a la vez otra manera de crear. Entre todas sus obras «hay un diálogo eterno».

Pero su pasión por el arte viene desde que era pequeña «siempre he visto a toda mi familia hacer cosas con las manos, ya era a mi abuela o a mi madre coser, de ahí mi inquietud por todas las cosas artesanales y manuales. Así que, a la hora de elegir el bachillerato me decanté por el artístico y luego por la carrera de Bella Artes y la pintura». Los elementos que utiliza no son los más clásicos o los usuales en la pintura como los lienzos, sino que se decanta por los lápices de colores, rotuladores y papeles, materiales «más cercanos a nuestro día a día y que solemos utilizar y relacionar a la oficina o al colegio».

Inestable

Por otro lado, Servera confiesa que «es una profesión dura, en general ser artista lo es, solo te tienes a ti mismo y además es un sector muy inestable y difícil». Muy a su pesar la premiada pintora no vive solo de esto, sino que también es docente «es cuestión de encontrar un equilibrio entre los dos mundos, en mi caso la producción artística y la docencia, porque sin una no puedo crear la otra, ya que sin el dinero que gano en la docencia no podría pagar los materiales, por lo que para poder pintar tengo que trabajar. Un sobre esfuerzo en el que siempre priorizo el arte», sentencia la creadora.

En contraste, el hecho de recibir este reconocimiento como es el Premio Barbara H. Weil «es un impulso para seguir adelante, aunque antes de recibir un sí, detrás hay muchos no, por esto me hace mucha ilusión y estoy muy contenta por ello». El galardón le ha beneficiado con una residencia de diez días en Nueva York en la que espera poder «aprender mucho y darme a conocer, sobre todo crear una red de contactos y establecer muchos vínculos». Dos de sus obras, junto con las otras artistas nominadas, estarán expuestas en el Studio Weil hasta el próximo 21 de octubre.