Rosalía dándolo todo en el escenario de Son Fusteret. | M. À. Cañellas

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Nunca el vis-à-vis entre el público fue tan variopinto. Rosalía ha conseguido lo imposible, juntar a padres, hijos, niños bien y jóvenes de la periferia en un mismo show. Un público transversal que compone, a fin de cuentas, eso que llamamos cultura de masas, un término con el que a veces nos llenamos la boca y que es capaz de colgar el cartel de ‘no hay entradas’ y vender discos como churros en estos tiempos azarosos y mutantes para la música.

Cantante popular, diva internacional, Rosalía atraviesa el momento más dulce de su carrera, la catalana concita complicidad, entrega y respuesta popular sobre cualquier escenario que pisa. Un reconocimiento al que no son ajenos los vasos comunicantes entre redes sociales y música, con la cantante participando activamente en redes y lanzando, uno tras otro, órdagos en forma de videoclips que pulverizan sus registros de visionado. Todo vale para llegar a lo más alto.

En Son Fusteret, ante 9.000 gargantas entregadas –entre las que incluso se rumoreó que se encontraban las de la reina doña Leticia, la princesa Leonor y la infanta Sofía–, esta artista que marida estilos con la facilidad que Arguiñano cocina un bacalao al pil pil, desplegó un montaje sobrio, con discretos juegos de luces y un cuerpo de baile de alto nivel.

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Fusión

Dejémoslo claro desde el inicio: su propuesta no dejó indiferente a nadie. Es la artista del momento, con una fusión de flamenco, pop y música urbana que se ha revelado expansiva y fuera de lo común; con un estilo que aniquila las fronteras entre culturas, generando una dualidad musical moderna y profundamente personal, de una joven fuerte, innovadora y orgullosamente femenina, que anoche enroló en un viaje musical seductor y polifacético a sus seguidores. Si aún no cree en el ‘fenómeno Rosalía’, ahí va el dato definitivo: su Motomami debutó en el número 1 de la lista global de Spotify, un logro inédito para un artista español. Ahí reside su poder.

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En cuanto al espectáculo, cualquier término relacionado con los fenómenos meteorológicos nos sirve para describirlo: tempestad, huracán, torbellino, ciclón… Rosalía tomó el escenario y a su estela se desencadenaron todo tipo de turbulencias. ¿Alguien duda a estas alturas que no es una fuerza de la naturaleza? Se encendieron las luces, se desmayaron los corazones y se disiparon los problemas. Comenzaba el show, dirigido por esta joven menuda de apenas 1,65 metros que ignora el significado de la palabra mesura. Y sonó Saoko, un trallazo que va directo de las neuronas a los tobillos, como Candy, el segundo corte de la noche. La catalana puso el listón alto desde el primer instante. Solo se habían consumido los primeros minutos de una velada que proyectaba alargarse hasta la medianoche.

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La artista Marina Abramovic tampoco quiso perderse la cita.

Con el tercer tema, Bizcochito, Son Fusteret ya se había convertido en una macro discoteca dominada por la suma sacerdotisa de los sonidos urbanos, dueña y señora de un espectáculo lleno de sorpresas, trucos escénicos, modelazos, bailarines, luces por aquí y destellos por allá. Puro exceso, puro entretenimiento, y un derroche vocal apabullante. El escenario siempre fue un trajín de cuidado, y nunca paraban de suceder cosas. La gente se pasó el concierto boquiabierta. Y la diva volaba, encumbrada en unas canciones que todos se conocían al dedillo.

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Distracción

Con tantos elementos de distracción, lo más lógico es que se perdiera concentración en la música. Ni por asomo. El público no perdía detalle de las letras y estribillos euforizantes, todo eran caras de felicidad, nadie se acordaba de la espera ni de la dichosa ola de calor que, como una suegra pegajosa, no te puedes sacar de encima. Estaban abducidos por la voz, el carisma y el duende de Rosalía, cuyas canciones pican de aquí y de allá haciendo innombrables guiños, que arrastra a su terreno aflamencado sin dejarse por el camino su arrolladora personalidad.

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Con fiebre

Durante el show interactuó intermitentemente con la audiencia, evidenciando que pese a su encumbrado posicionamiento sigue siendo aquella chica que, precozmente, llamó la atención de las discográficas con una propuesta innovadora y rupturista. Al finalizar el cuarto tema, el público comenzó a corear su nombre, ella recogió el guante y les dedicó los primeros parlamentos: «Mallorca què tal? Estic molt contenta de ser aquí amb tots vosaltres. No us mentiré, estic malalta, he estat amb febre, però no ho volia cancel·lar». Su paso por Palma fue sorpresivo y entretenido, en él puso de relieve su gran ambición artística y su innegable talento como cantante. Con eso debería bastar, ¿no?