Coque Malla, en acción este domingo en el Mallorca Live Summer (Calvià). | Laura Becerra

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Aquel chaval enfundado en un chaleco de piel, al más puro estilo Bono, que se desgañitaba despidiéndose de ‘papá’ ha cumplido los 52 años. Hace tiempo que Coque Malla vuela en solitario, lejos del amparo de sus Ronaldos, mítica banda de la que se separó en el 98, artífices de un puñado de himnos con los que celebrar la juventud. Rockero de buen paladar literario y poeta eléctrico por cuyo torrente sanguíneo corre el veneno de Dylan y los Stones. La sinergia entre la palabra y la guitarra fluye a sus anchas en su quíntuple álbum de grandes éxitos, El astronauta gigante. La atípica medida de este trabajo no es sino el testimonio de su abismal discografía, que presentó este pasado domingo en el antiguo Aquapark de Calvià, dentro del ciclo Mallorca Live Summer.

Alguien que entra en escena al ritmo de Richard Hawley se merece un respeto. Coque Malla solía hacerlo en sus conciertos y Mallorca no fue menos. El cantante desplegó ese repertorio repleto de pequeñas joyas, invisibles para la radio fórmula actual, en las que exhibe una voz que ha adquirido cuerpo y confidencial, muy lejos de aquel deje chulesco que tantos réditos le generó en sus años al frente de Los Ronaldos.

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Malla habla en sus canciones de mil y un temas, pero todos, o casi, se articulan en torno a su gran pasión, su obsesión: la mujer. Un elemento vigoroso y dinamizador que pulula, como el tiburón el arrecife, su obra. Que tiene mucha más miga de la que le atribuyen las malas lenguas. Puede que sus canciones sean sencillas, pero tienen aristas, margen para modulaciones, desplomes y crescendos; canciones que laten y en las que acontecen episodios que, en ocasiones, devienen sorpresivos. Crónicas sentimentales que arañan y remueven las tripas.