La artista Marina Abramovic posa en la galería Horrach Moyà frente a una obra. | Pere Bota

TW
4

Su nombre debería ir acompañado de interrogantes. Se trata de una de las artistas más reconocidas de la performance, con acciones polémicas y que siempre ha empujado sus propios límites y los de los espectadores. Se trata de Marina Abramovic y estos días visita Mallorca por segunda vez y de manera ajetreada. Por un lado, inaugura hoy a las 20.00 horas en el espacio de Horrach Moyà de la plaza Drassana su exposición Life Death Inbetween, comisariada por Sydney Fishmann y que reúne en dos plantas obras de proyectos significativos como alguna pieza inédita. Y, por si esto fuera poco, mañana acudirá a la primera jornada del Atlàntida Mallorca Film Fest, que proyecta en el patio de La Misericòrdia Las 7 muertes de Maria Callas.

En la mañana de ayer, la artista serbia atendió a Ultima Hora en la galería que recoge etapas de su extensa carrera, una trayectoria marcada por performances como Rhythm 0, de las más sonadas, en la que durante seis horas permaneció inmóvil en el centro del espacio napolitano Studio Morra y en la que el público tuvo libertad absoluta para utilizar objetos sobre su cuerpo como una pistola, tijeras, un bisturí, así como uvas o una rosa con espinas. De esa acción salió viva (aunque incluso llegaron a apuntar la pistola a su cabeza), pero en muchas otras ha rozado la muerte. No obstante, Abramovic contesta tajante: «No quiero morir y el que esté aquí significa que, de momento, lo estoy haciendo bien». «Lo hago todo por el mensaje que quiero transmitir y, ante todo, estoy interesada en cómo de lejos puedo ir, pero no quiero morir», comenta, aunque puntualiza que es «consciente de que la muerte puede llegar en cualquier momento, sin predecir, y cada mañana pienso en ello y en cómo será ese momento». En cualquier caso, «sé que quiero morir conscientemente sin temor ni ira, pero no enferma ni en un accidente», explica la artista.

Asimismo, Abramovic relata que tuvo claro que su camino era el de la performance cuando, siendo niña, «con 12 años estaba estudiando las nubes para pintarlas y estaba tirada sobre el césped mirando al cielo cuando, de golpe, pasó un avión supersónico que dejó una línea de nubes que parecía un cuadro abstracto». Al cabo de unos instantes, el rastro «desapareció», pero la joven artista tuvo un «despertar» e «intenté conseguir un avión para poder pintar con él, pero pensaba que estaba loca». En cualquier caso, «empecé a explorar y estudiar y cuando hice mi primera acción con público sentí una electricidad que no había sentido nunca, y supe que esto era para mí». Algo que ella reconoce como «suerte» porque «otros se pasan la vida dudando sin saber si el medio que utilizan es el correcto», confiesa. A raíz de ahí, Abramovic inició un camino lleno de momentos tensos y muchos «errores», que considera «lo mejor del mundo porque lo importante es el viaje y si no lo intentas siempre te quedas con la duda».

Ópera. La Misericòrdia acoge ‘Las 7 muertes de Maria Callas’, obra realizada entre Abramovic y Willem Dafoe en la que la artista muere a manos del actor varias veces y de diferentes maneras. Es el resultado de una profunda admiración de Abramovic por Callas.

Miedo

Sobre el público, Abramovic confiesa «no esperar nada» de él, «pero todo de mí». «Si no lo doy todo, por mucho que me digan que ha sido mi mejor obra, yo sé que es mentira», algo que la ha llevado a estar horas y horas en situaciones de riesgo extremo aunque asegura «no tener miedo cuando hago una performance porque lo hago desde un estado superior de mí misma y sé que puedo con todo». Es más, confiesa que «solo tengo miedo a una cosa en la vida: los tiburones, aunque no sé por qué y es algo irracional», comenta entre risas.

Finalmente, Abramovic habla de la dimensión del tiempo, algo «muy importante» porque «cualquier actuación, con el tiempo debido, se va y acabas solo tú, sin fingir ni ser lo que no eres. Cuando algo dura tanto tiempo logra vida propia. Por eso creo que no podemos mirar al pasado ni al futuro, sino estar en el presente, que hace que el tiempo desaparezca». Ante ello, la duda: ¿Puede una vida, o incluso la muerte, ser una obra de arte? Abramovic medita y contesta: «Un panadero que hace el mejor pan del mundo es solo un panadero que hace buen pan, pero si lo hace en una galería o museo es un artista. Depende del contexto».