En su nuevo número, la gaditana une flamenco y boleros por primera vez en su carrera para juntar las raíces de su familia. | R.C.

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Sara Baras es uno de esos nombres con enjundia, con peso, del panorama de la danza nacional. Su movimiento por el escenario es de los que se dejan notar, no pasa desapercibido. Prueba de ello son sus numerosos reconocimientos, incluido el Premio Nacional de Danza en 2003, y el haber pisado –rítmicamente, claro– algunos de los más importantes teatros del mundo con escalas en Nueva York, Génova, París, Madrid o Barcelona, entre otros. En esa apretada agenda siempre hay hueco para Palma y, en concreto, para el Auditòrium, adonde le hace «mucha ilusión volver», explica. Este reencuentro será el próximo 6 de agosto con Alma, una unión de flamenco y bolero que es un homenaje a su padre.

Alma une flamenco y bolero, algo que no había hecho hasta ahora, ¿cómo se da esta fusión?
— Se trata de un espectáculo con una energía muy bonita que me permite mezclar la fuerza del flamenco con esa suavidad de registro del bolero. Son melodías conocidas fusionadas con palos flamencos muy tradicionales.

¿Es usted, y su compañía, de las que se mueven por el camino ya conocido o con cada espectáculo hacen borrón y cuenta nueva?
— Respeto a toda persona que se queda con lo que le funciona, pero intento subir un escaloncito más siempre. Meterme cada vez en una historia nueva que, aunque tenga el sello de la compañía con 25 años de trabajo ya. Sabemos de qué pie cojeamos, pero nos introducimos en registros nuevos y la creación siempre empieza de cero. Eso nos da una energía bonita y que el espectáculo sea muy diferente.

Se da la circunstancia de que Alma no es un número más, sino que es un homenaje a su padre.
— Sí, tienes razón. Él era un enamorado de los boleros y hablábamos a menudo de la dificultad de combinar los palos del flamenco cuando se mezclaban. Su alma está presente en todo momento y ese es otro regalo añadido que tiene esta obra.

El alma es algo muy presente en la escritura de este espectáculo, pero ¿cómo de importante es dejarse el alma con cada función y sentir que se han vaciado cuando baja el telón?
— Es importantísimo y me parece muy bonito que se mencione porque ese es el lema de nuestra compañía: dejarnos el alma y el corazón y lo que haga falta para vivir las noches mágicas. La conexión con el público es vital y no hay que olvidarlo porque somos una compañía privada que vive del público. Por eso, el alma, la mía y la del 100% del equipo, es lo primero que ofrecemos todo el tiempo.

¿Qué opina en cuanto al inmovilismo de algunos con respecto a qué es flamenco y qué no?
— La verdad es que doy las gracias a los maestros como Paco deLucía, que era uno de los que nos enseñó que el arte es también aportar tu propia voz. Tener la libertad de expresarte como tú quieras es fundamental y los artistas ahora sienten como se sienten ahora, no como hace 100 años. La clave de todo es trabajar, respetar y recordar los consejos que nos han dado los maestros, pero también encontrar una forma propia de hacer las cosas.

¿Es el suyo un nombre que pesa demasiado a veces y encorseta a la hora de buscar nuevos formatos?
— Llevamos tanto tiempo que sinceramente a veces te da miedo, pero qué vamos a hacer. Siempre pensamos que nuestro último espectáculo es el mejor, pero hay que ser valiente y arriesgar, aunque sin que se nos vaya la cabeza. Hay que respetar también al público que nos sigue desde hace tanto tiempo, pero no puedes hacer siempre lo mismo, hay que aportar, y en el riesgo está la oportunidad de crecer.

¿Cuánto ha cambiado su forma de ver la danza en todos estos años?
— Pues muchísimo. Me queda mucho por aprender, aunque haya aprendido muchísimo. Mi forma de pisar el escenario es distinta. Antes me atraía la velocidad y lo difícil técnicamente, pero la madurez te hace buscar la belleza con lo más profundo de tu corazón y eso puede estar en una mirada o en un paseo. Sí que ha cambiado sí, ahora me encanta. Creo que bailo con más verdad que nunca.