Pablo Alborán durante su actuación. | Pilar Pellicer

TW
2

El malagueño de oro empezó en la música como imitador de Alejandro Sanz, pero ha acabado vendiendo millones de discos. Además de batir todos los récords, recibir numerosas distinciones y protagonizar giras multitudinarias que desatan el fervor colectivo. En Palma agotó las localidades en pocos días. Para que se hagan una idea de su poder de convocatoria: horas antes del primero de sus dos shows, los aledaños del Auditòrium ya eran un hervidero.

Una vez dentro, con veintitrés minutos se retraso la luz se desmayó e irrumpió el protagonista, seguido de un griterío ensordecedor. Las primeras filas estaban ocupadas por ellas, que aguardaban impacientes al novio platónico de voz susurrante y abrasadora. Se veían pocas figuras masculinas, acompañantes, la mayoría. Aun no había dicho esta boca es mía y el público ya estaba al borde del knock out. Nos aguardaban dos horas intensas en las que asomarían todas las facetas del artista, la de baladista temperamental, al estilo Sergio Dalma; la de los medios tiempos aflamencados de su mentor Alejandro Sanz; y la parte más pop, más rítmica, de un repertorio que invita a ser coreado.

Ph03062299-09.jpg

Los fans de Pablo Alborán no dejaron escapar esta cita con su ídolo.

Apareció cuidadosamente despeinado, con barba de tres días y esa sonrisa felina que las derrite y acelera el pulso. No se puede decir que su Gira por Teatros despliegue una escenografía espectacular, pero al público le chifla ese diálogo entre instrumento y voz que converge en un universo fluido y elegante. Le adoran, y más de una –y de uno– le imaginan cual Apolo ataviado con minitoga y el pelo cubierto de purpurina, correteando delicadamente por el escenario. El hombre de la noche demostró que conoce el oficio, derrochó simpatía y no dejó de interactuar con sus anfitriones, sin duda sabe como llegar al público. Le ayuda su humildad, una condición que ha convertido en estandarte, porque Alborán es un antidivo que cultiva su perfil bajo. Pero es que además el muchacho toca la caja, el piano, la guitarra, tiene voz y no recurre a absurdos cambios de vestuario.

Ph03062299-07.jpg

Pese a no estar arropado por un conjunto de acompañamiento –de inicio, más tarde hicieron acto de presencia–, el andaluz demostró que una guitarra y su voz le bastan para emocionar. Arrancó con Hablemos de amor, un corte incluido en Vértigo, su último largo de estudio, publicado en plena pandemia, con el que reafirmaba su envidiable posicionamiento mediático y musical. Siguió Desencuentro, un tema de su álbum de debut, el homónimo Pablo Alborán (2011), en el que ya dejaba claras muestras de su facilidad para capturar explícitas estampas de amor. El saludo a la ciudad anfitriona vino acompañado de un breve parlamento: «Buenas noches Mallorca, perdón por el retraso, gracias de corazón a toda la gente que ha venido, la Isla es un lugar muy especial en mi carrera y en mi vida».

Emoción

El espectáculo desplegó distintas fases e intensidades, aunque todas transitaban la emoción. Una emoción que le ha hecho cosechar más de cinco millones de seguidores en Facebook y otros cuatro en Twitter. Todo un hito para quien comenzó desde el sofá de su casa grabando un vídeo que hoy suma millones de reproducciones, que le han encumbrado a una posición global dentro de la música en español. Como César, Pablo Alborán ‘llegó, vio y venció’. Un triunfo sin paliativos.