La cineasta extremeña Ainhoa Rodríguez.    | LUKASZ ADAMSKI

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Destello bravío, el primer largometraje de Ainhoa Rodríguez (1982), cosechó el año pasado en el Festival de Málaga la Biznaga de Plata Premio del Jurado y Mejor Montaje. Se ha dicho que es «el debut revelación del cine español de esta nueva década». Mañana, a las 20.30 horas, se proyectará en Multicines Manacor. Después, la directora protagonizará un coloquio con Francisca Mas. Además, este sábado, a las 11.30, en el Conservatori de Música de Manacor ofrecerá una clase magistral. Estas actividades están organizadas por Cinemaclub 39 Escalons en colaboración con Dones de Llevant, Aficine y el Ajuntament de Manacor.

Es una película sobre un pueblo, sobre sus habitantes, especialmente sobre sus mujeres, en la que realidad y ficción se confunden. ¿Cómo la concibió?
—Tenía la necesidad de rodar algo para volver a mis raíces, a la comarca extremeña de Tierra de Barros, que es de donde procede mi familia paterna. Es como que sientes que esa identidad también puede ser la tuya y, por tanto, puedes usarla fílmicamente. Y, al mismo tiempo, me apetecía muchísimo trabajar con actrices y actores naturales de un pueblo porque la materia prima que te ponen delante es un tesoro, un diamante en bruto. Necesitaba un pueblo para crear mi Cinecittà particular.

¿Cómo fue todo el proceso? Al tratarse de un pueblo tan pequeño no debió de ser tarea fácil.
—Elegí un pueblo pequeñito porque me tenía que hacer con él. Estuve viviendo allí nueve meses, monté unos talleres sobre cine, mujer y miradas no normativas con un grupo de mujeres que finalmente terminarían siendo las bravías de la escena de la merienda. Mientras, escribía el guion, me encargaba de las localizaciones y del cásting. Fue un trabajo orgánico, creativo y fascinante, a veces difícil y a veces apasionante.

Cartel de ‘Destello bravío’.

¿Y cómo la acogieron?
—Al principio el recibimiento fue con cierta ilusión, sobre todo por parte de las mujeres. La mayoría eran amas de casa, era como algo que podía ser un cambio, pero no acababan de creerlo. Yo era la forastera, por lo que había cierta distancia y suspicacia. Entre ellos se decían:‘Esta dice que va a hacer una peli, pero no te lo crees ni tú. Se va a traer a los actores de Madrid y nos pondrá a nosotros de fondo’. Hasta que llegó el día en que se había estrechado el vínculo, clave para hacer la película.

Hay elementos muy oníricos y de realismo mágico, pero no es una visión idealizada del pueblo. De hecho, muestra su crudeza.
—Soy extremeña y mis orígenes son de esa zona. Esas gentes son mis abuelos, incluso mi padre.No hay una mirada desde arriba ni hay una caricatura de sus habitantes. Es una mirada a los ojos, con amor y cariño, con el acercamiento propio de alguien que mima lo que tiene en frente porque de alguna manera forma parte de ella. Pero al mismo tiempo creo que para evolucionar es necesario abrir heridas, para que estas cicatricen. Para mí era también importante hablar de esa España que se está deshaciendo y que se aferra a sus tradiciones milenarias como una búsqueda de identidad. Algunas de ellas me parecían rancias pero también un acto de resistencia. Y todo eso desde una perspectiva de género que, para mí, es esencial. De todas maneras, la estructura heteropatriarcal o patriarcal a secas también se puede encontrar en el barrio de Salamanca.

Sexo y religión son grandes elementos de la cinta. Una combinación que puede resultar chocante, aunque tiene mucho sentido, ¿no?
—La religión, como otros sistemas de poder, someten a la mujer. Aunque no necesitamos a la religión católica para que la mujer esté invisibilizada, especialmente en la tercera edad. Es curioso que, en este pueblo, quienes iban a misa todos los días eran siempre mujeres. No había un solo hombre en la iglesia a excepción del cura y del monaguillo, los que tienen el mando.

Da la impresión que historias como la que cuenta su filme o Alcarràs, de Carla Simón, tienen más visibilidad ahora. ¿Lo ve así?
—No estoy tan segura. Es verdad que estos filmes pueden ser del interés del espectador porque beben de nuestros orígenes, de nuestra tradición y cultura. Pues, al final, la forma que tenemos de comunicarnos a través del audiovisual es una manera de identificarnos en esas historias. En los talleres que imparto, siempre sale como título preferido Pretty Woman. ¿Pero qué tenemos nosotras que ver con este filme? Realmente creo que tiene mucho más que ver con el márketing. No sé si la situación ahora es mejor, lo que sí tengo clarísimo es que son las películas que nos representan. Desde luego, en el caso de Destello, hay una intención de vanguardia en lo formal y en el cómo. Luego, es una combinación con lo que somos y con nuestra idiosincrasia, esencial para luego no carecer de alma.