Jeffrey Archer, miembro de la Cámara de los Lores, vive entre Londes, Grantchester (Cambridge) y Mallorca. Foto: TOBBY MADEN

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La vida de Jeffrey Archer (Londres, 1940) es tan estrafalaria que parece sacada de uno de sus numerosos bestsellers. Miembro de la Cámara de los Lores, entró en política, en el Partido Conservador. En 1974 un escándalo financiero le hizo perder toda su fortuna, que recuperó con la escritura. En los 80 volvió a la política con Margaret Tatcher y protagonizó varios escándalos. Estuvo en la cárcel a principios de los 2000 y allí continuó firmando novelas de éxito. Ahora, el expolítico y escritor que vive entre Londres, Cambridge y Mallorca, publica Por encima de mi cadáver (HarperCollins).

Publica un thriller de asesinatos, venganza y traición. ¿Por qué triunfan este tipo de historias en la ficción?
—Creo que es precisamente por eso, porque como son hechos que no forman parte de la vida normal de la gente, quieren saber qué ocurre en otras vidas extrañas, diferentes a las suyas. Sobre Por encima de mi cadáver, William Warwick es un hombre decente, una buena persona. A la gente le gusta mucho tener un héroe para identificar y, a la vez, hay un villano, Miles Faulkner, que es un hombre completamente malvado. Esa lucha del bien y del mal a través de dos personajes gusta.

Dicen que es un escritor muy disciplinado, que trabaja en hasta catorce borradores de cada libro. Y que siempre los empieza en Mallorca.
—Siempre. En mi casa de aquí, de Mallorca, ahora mismo estoy escribiendo el borrador número nueve. Y escribo en cuatro sesiones: de 6 a 8 de la mañana, de 10 a 12, de 14 a 16 y de 18 a 20. Suelo ir a la cama entre las 21.30 y las 22.00 horas. Esta mañana [por ayer] ya estaba en pie a las 5.30 y a las 6 estaba escribiendo en mi mesa. Ya voy por el último capítulo de mi nuevo libro. Anticipo poder terminar este noveno borrador esta noche [por la de ayer] a las 20.00. Me iré y volveré a Mallorca dentro de tres semanas y haré los siguientes borradores. Pero mi editor no podrá ver ninguno hasta el decimocuarto.

Y todo eso de su puño y letra, en libretas. Parece casi algo revolucionario hoy en día.
—Nada de revolucionario, lo que es es anticuado. Me gusta la sensación de la pluma o el bolígrafo moviéndose a través del papel. No soy capaz de mecanografia nada, no se me da bien. De eso se encarga Alison [su asistente personal].

Esa disciplina tan rígida, ¿le proporciona paz y tranquilidad?
—Cuando la gente joven me dice que quiere escribir una novela, la respuesta es disciplina. Les digo: ‘Vete al ballet’. Todos se sorprenden. Yo te diré el porqué de esta respuesta. Les digo: ‘Fíjate bien en la bailarina principal de la función y luego, mira a las que están detrás de ella. Ahora piensa en las miles de otras mujeres que hubieran deseado estar en ese escenario para ser la bailarina principal. Para eso son necesarias dos cosas: talento y disciplina’. Esa es la respuesta. Ellas también hacen sus catorce borradores antes de que tú veas el resultado sobre el escenario.

Portada del libro.

Es uno de los autores que más libros vende en todo el mundo, ¿es algo que le anima a seguir o, por el contrario, es algo que le pesa como una gran presión?
—No he tenido que trabajar desde Kane y Abel y de eso hace ya unos 40 años. Escribo porque me encanta. Si te soy sincero, no siento ninguna presión, simplemente me encanta. El hecho de que millones de personas sigan comprando mis libros es halagador. Soy competidor por naturaleza, pero no es eso lo que me empuja. Quiero que la gente me lea, tengo muchos lectores y por eso trabajo tan duro. Cuando entrego un borrador quiero pensar que es el mejor que soy capaz de entregar. Uno me puede decir que no le ha gustado demasiado y vale, lo acepto. Pero lo que no puede suceder es que yo esté de acuerdo con eso. Por eso sigo haciendo borradores, hasta que no quedan tachones ni borrones. Y algunas de mis mejores palabras o frases llegan tarde, en el borrador número diez, por ejemplo.

¿No permite a nadie leer esos borradores?
—Alison, por supuesto, porque los mecanografía, y lleva 26 años conmigo. Siempre me da su opinión. Mi esposa, Mary, es la última persona en leerlo. Ella es científica, es jefa del Museo de Ciencias Británico, la nombraron dama por sus servicios a la ciencia. Para ella es difícil que su mente divague por diferentes áreas, pero la puntuación y las comas se le dan muy bien. Suele entrar tarde en la lectura y tiene un papel particular. Sus respuestas son curiosas. Tiene gracia que una científica esté casada con un novelista, pero después de 55 años juntos puedo decir que funciona.

¿Cómo afronta esta nueva historia, protagonizada de nuevo por William Warwick?
—William Warwick tiene un nuevo rango y es un tema nuevo. En este libro es inspector jefe y tiene que solucionar cuatro casos de asesinatos sin resolver. Tengo un investigador jefe increíble, al que llamo superintendente John Sutherlad, que no me permite cometer errores técnicos. Aquí, William es la esperanza para solucionar todos esos casos imposibles. Después está una némesis por detrás, con Miles Faulkner, un malvado que intenta interferir en su trabajo y frenarle. Este es el cuarto libro de la serie y ahora estoy trabajando en el quinto. Aunque todos se pueden leer por separado, de forma independiente.

En esta nueva aventura hay lujo, arte, robos y falsificaciones. ¿Sus novelas beben de su experiencia vital o tiene que llevar a cabo una gran investigación?
—Siempre hay que hacer mucha investigación, antes, durante e incluso después. A los jóvenes que quieren ser escritores siempre les digo que tienen que conocer sobre lo que escriben. En mi caso, el amor por el arte, la política y el deporte, el trabajo en subastas… Todo eso se filtra en mis novelas. Como digo, tienes que conocer de lo que escribes. No podría escribir historias de fantasmas o dinosaurios. No habito en ese mundo ni me interesa. Tienes que adherirte a lo que entiendes y a lo que te gusta.

Muchos aspirantes a ser escritores tienen que buscarse un trabajo para sobrevivir. En su caso, se volvió a hacer rico con la escritura. Es algo, sin duda, bastante excepcional.
—Tienes razón, es raro y extraño. Es algo poco común y cualquiera que lea esta entrevista se tiene que dar cuenta de que no es un camino fácil para hacer fortuna. El punto de inflexión llegó con Kane y Abel y nos sorprendió mucho a mí y a mi mujer. Vendí un millón de copias la primera semana y en su 132 edición ya llevo 37 millones de copias vendidas. Esto no e lo normal. De mi primer libro se vendieron tres mil copias. No hay que ver la escritura como una manera de hacerse rico, sino hacerlo porque uno quiere. Un joven que me vino a visitar me dijo que dejó su trabajo para dedicarse a escribir. Vino a verme porque le interesaba mi experiencia. Todos sabemos que hacer un bestseller y que encima sea con tu primer libro tiene unas posibilidades muy limitadas. Ahora estamos a punto de descubrir si ese chico lo conseguirá o no. Pero si ese es tu plan para hacer dinero, no te molestes.

La verdad es que su gran novela, su obra maestra, es su propia vida. Es una demostración de que la realidad a veces supera a la ficción.
—Tengo 82 años y he tenido el privilegio de conocer a personas maravillosas, de haberme involucrado en proyectos fantásticos, en arte, deporte y política. Una vez otra mujer que me visitó me dijo: ‘No es justo, Jeffrey, has conocido a tanta gente fascinante y has tenido una vida tan intrigante que puedes hacer una novela de todo ello, pero yo en cambio no he tenido esa vida’. Le pregunté a qué se dedicaba. Era peluquera. Entonces le dije: «Tienes más acceso a historias trabajando en una peluquería que las que yo conoceré. Has de tener los ojos muy abiertos, absorber todo y reflejarlo en las páginas’. La respuesta a tu pregunta es que ha habido muchos políticos con carreras largas y distinguidas que han intentado escribir una novela. Por ejemplo, Boris Johnson, que ha escrito varios libros.

Si alguien busca su nombre en internet comprobará que casi siempre se refiere a usted como alguien polémico. ¿Se considera una persona polémica?
—Todo eso lo dice gente que no me conoce.

Escribió unos diarios sobre su experiencia en prisión. Han pasado veinte años de aquello, ¿todavía piensa en ello, es algo traumático?
—Fue una experiencia que tuve con 60 años. Tenía madurez para poder manejarlo y de hecho escribí tres libros sobre esa época. Es una experiencia que me permitió aprender y que pude meter en futuros libros, como El gato de nueve colas. Puede usar todo aquello. Insisto: hay que escribir sobre lo que uno conoce.