El cantante Andrés Calamaro actúa este sábado en el Auditòrium. | thomas canet

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El cantante y compositor argentino Andrés Calamaro (Buenos Aires, Argentina, 1961) se encuentra inmerso en una gira en la que repasa sus grandes éxitos, un tour que arrancó en 2020 pero se aplazó por la pandemia del coronavirus. Ahora, este veterano rockero regresa con fuerza a los escenarios y este sábado, a las 21.00 horas, recalará en el Auditòrium de Palma.

Vuelve a la carretera con sus grandes éxitos. ¿Echaba de menos estar de gira una vez superada la psicosis de la pandemia?
—Tampoco demasiado. Este oficio es más complicado de lo que parece. Puede perseguirte la adversidad, aquejarte el mal físico, empobrecerte el medio, desconocerte el mundo, pueden burlarse y negarte los otros...  La lumbre y la antorcha.

Decían que la pandemia nos haría mejores personas. ¿De qué le han servido estos dos años?
—De nada. No he tenido la entereza de Novak Djokovic. En marzo de 2020 interrumpimos la gira luego del primer concierto y volvimos a casa. Estaba escribiendo un diario en verso, decenas o cientos de versos por día para conformar 365 en décimas redondillas. En septiembre pude subirme a un avión y el año terminó bastante bien. 2021 fue otra película. Una de terror.

¿Qué ha preparado para el concierto en Palma?
—Ya veremos. Cada concierto es distinto. Espero no desplomarme en el escenario. Antes tocamos en Valencia, espero llegar entero a la Isla.

Celebra cuatro décadas de carrera. ¿Qué balance hace? ¿Se arrepiente de algo?
—No es una cifra inalcanzable, es cuestión de tiempo. Soy dos veces divorciado y arrepentido. Tampoco son cuarenta años de carrera porque no se supone que lleguemos a ninguna parte.

Su último disco, Dios los cría, es un álbum de duetos en el que revisita sus grandes éxitos. ¿Cómo ha sido reencontrarse con esas canciones y adaptarlas a la visión de otros artistas?
—Formidable. Las canciones existen para reencontrarlas, cada vez que las cantamos es distinta, incluso escuchar música es una disciplina dinámica y transformadora.

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Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, pero, ¿por qué qué sufren los rockeros?
—Pregunte eso a los viejos rockeros, seguramente contesten ‘problemas cervicales o sacro lumbares’. Son frases hechas, no se espera que tengan realmente contenidos, prefiero evitar los clichés de este oficio.

Recientemente ganó el Grammy con Hong Kong, su canción con C. Tangana. ¿Qué le motivó a colaborar con él?
—Sobran los motivos y C. Tangana sabe motivar a la tropa, es especial. Soy uno de los elegidos por el Capitán Pucho, es un tesoro de persona y de artista.

Fue el sexto Grammy de su carrera. ¿Cómo se reciben este tipo de reconocimientos?
—Recomiendo recibirlo por correo, viajar a Las Vegas es inconveniente para mí, que ni siquiera juego en al casino ni me interesa el trago o la marihuana legal recreacional. Pero me ha honrado compartir el premio con los autores de Hong Kong y cantar para Ruben Blades.

El mundo de la música ha cambiado con el streaming. ¿Cómo asume un veterano esta nueva manera de entender y consumir música?
—Estas cosas siempre están cambiando. El siglo XXI es imperdonable. Los cambios en la ‘industria’ no son lo más importante, ni trágico, de lo acontecido; este es el suicidio asistido de la cultura occidental.

No puedo dejar de preguntarle por el conflicto bélico en Ucrania. ¿Cuál es su perspectiva?
—No es mi conflicto. No niego la severidad de una escaramuza en las antiguas repúblicas soviéticas, pero hacer de eso un conflicto apocalíptico mundial me parece nada adecuado.

De hecho, el país ganó este sábado Eurovisión. España, con Chanel, quedó tercera. ¿Vio el festival?
—Eurovisión es para consumo irónico y queer. Nadie se lo toma en serio.