Rodrigo Fresán recala hoy en Drac Màgic. | ALFREDO GARÓFANO

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Allan Melvill cruzó a pie el congelado río Hudson la noche del sábado 10 de diciembre de 1831. Lo hizo solo, pero a Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) le dio «pena» que no lo hubiera hecho con el pequeño Herman «porque eso hubiera explicado muchas cosas y obsesiones del escritor». Para remediarlo y para reconciliar a padre e hijo, Fresán publica Melvill (Literatura Random House), una novela en la que las identidades, los tiempos y las ficciones se confunden. Lo presentará esta tarde, a las 19.00 horas, en la librería Drac Màgic de Palma junto a Nadal Suau.

En todo caso, Fresán apunta que «me gustaba la idea de que Herman y Allan en realidad conforman un envoltorio de un tema más universal y profundo: las relaciones entre padres e hijos que, de algún modo, se reescriben o corrigen». Efectivamente, Fresán juega con una pretendida confusión en la que, como él mismo reconoce, «cuesta distinguir entre el ventrílocuo y el muñeco, pero está bien que así sea». «Me interesaba que todo el volumen funcionara con diferentes estilos, con un tono elegíaco muy melvilliano que se va acentuando y que tiene que ver con las mismas fuentes que Melville: un centrifugado de la Biblia, de Shakespeare y de El paraíso perdido de Milton. A todo ese cóctel noble e inmortal le añado mis mortales defectos propios», matiza. Precisamente, el autor declara que «de Melville me intriga el modo en que se nutre de todo lo que le precede y a la vez anticipa lo que va a ocurrir después. De ahí que no fue comprendido en su momento, fue demasiado revolucionario».

Hacia el final del libro, Fresán recoge lo que supuestamente sí dijo Herman Melville en alguna ocasión: «Yo he preferido fracasar con originalidad que triunfar como imitador». De hecho, la novela es en cierto modo una historia de fracasos, lo que el autor califica de «poso nostálgico». «El saberse incomprendido tiene cierto privilegio. Como diría Melville, más de uno querría el fracaso, entre comillas. Porque anticipa claramente lo que harán Kafka y parte de la literatura del siglo XX. No es casual que en 1930 fuera redescubierto y elevado como autor», matiza.

Verdad

Además del cruce del río Hudson esa noche, hay otros dos datos verdaderos que Fresán incluye en la novela: «el pequeño Herman fue colocado en una suerte de custodio de la cama de su delirante padre» y su madre, Maria Gansevoort, probablemente añadió la ‘e’ al final del apellido para escapar de los acreedores que acechaban a la familia por las deudas acumuladas del padre. Bartleby es otra referencia recurrente en el libro, donde Fresán incluso insinúa la posibilidad de que el Ismael de Moby Dick sea «la aventura que el escribiente nunca tuvo». Lo que para el autor es indiscutible es «el alcance, la importancia y el sitio que ocupa Moby Dick», a pesar de contar también con detractores que «solo buscan llamar la atención». «Lo mismo pasó con Ulises de Joyce o con En busca del tiempo perdido de Proust, que tienen tantas otras lecturas extremas y excesivas, en el buen sentido». Esto último bien podría atribuirse a la particular visión de Fresán, quien responde: «Preferiría no pensar en eso».