El pintor Grason Ratowsky posa con las botas pintadas. | Jaume Morey

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Con sus botas llenas de pintura, Grason Ratowsky nos recibe en la terraza de Es Baluard antes de viajar a Nueva York. Hace seis años que el artista americano convirtió la Isla en un oasis para él y su mujer, con quien vino para formar una familia que ahora completa su hijo Rothko. «Mallorca es el primer lugar en el que vivo que puedo llamar hogar», dice, y añade que la influencia isleña le ha calado hasta las trancas, trasladada a su pintura. Hoy podrá dar prueba de ello    en NuevaYork, donde participa en el evento Live for arts, enmarcado en el Festival Literatura Expandida a Magaluf (FLEM) que se celebra en la Gran Manzana y en el que Ratowsky participa con una performance de su pintura en directo.

¿Qué lleva a un artista neoyorquino a mudarse a Mallorca?
— Mi mujer y yo, tras viajar por Estados Unidos, nos instalamos en Nueva York, pero llegamos a un punto en el que queríamos formar una familia y frenar un el ritmo de vida. Yo había estado en Mallorca cuando era joven y me enamoré de la Isla, así que le propuse a mi esposa venir y aceptó. Y ya van seis años.

¿Cómo le ha afectado la Isla a nivel creativo?
— Ha sido una experiencia que me ha abierto los ojos y no me esperaba que me afectara tanto. El tiempo, la gente, la historia que atesoran los muros de las murallas. Hay una sensación de tranquilidad que te retrotrae a lo que es importante en la vida. No sabía por qué tantos artistas venían a la Isla, pero ahora sí.

¿Cómo se introdujo en el mundo del arte?
— Siempre he estado en el mundo creativo porque mi padre era artista y mi madre actriz. Íbamos a shows y me enseñaban cosas desde que era joven. He tenido pintura en mis dedos desde que tenía 2 años.

Una de las obras de tipo expresionista del artista.
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¿Cómo describe su arte?
— Expresionismo. Estoy muy influenciado por mis nociones internas que quieren decir algo, expresarse. Siento que reduzco lo que mi inconsciente quiere decir y me lleva a recuerdos o experiencias y esa es la belleza del expresionismo. Me abre los ojos a algo que no sabía ni que quería decir y alguien que ve la obra puede tener una perspectiva diferente y atarla a sus propios recuerdos y vivencias. Así, el cuadro vive, respira.

¿Hay algún rincón de la Isla que le inspire especialmente?
— Me siento muy conectado a las playas. Estar solo en calas, con esa agua perfecta, es mi espacio para sanar y conectar. Me siento muy inspirado allí.

¿Tenía algún lugar remotamente similar a eso en Nueva York?
— No, para nada (risas). En Nueva York vas a un club de jazz lleno de humo o a una galería de arte perdida entre las calles. Es su belleza.Allí se juntan los mejores artistas del mundo y tienes de todo: música, arte, espectáculos. Aquí todo tiene un rollo diferente, es incomparable. Yo prefiero estar inspirado por la naturaleza y lo que tiene que ofrecer porque como humanos emulamos a la naturaleza en todos los sentidos, así que volver al origen de esto me alimenta.

¿Qué opina de iniciativas como la que FLEM lleva a cabo en Nueva York?
— Creo que es un punto perfecto. Muchos artistas han venido a la Isla a practicar su arte y poder mostrar la moderna interpretación de eso es de gran valor. Además, cada vez hay más neoyorquinos y americanos que se dan cuenta de que Mallorca es más que un destino hollywoodiense de sol y playa. Actos como este ayudan en esa dirección.