El escritor y periodista Pere Antoni Pons posa para esta entrevista. | M. À. Cañellas

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Pere Antoni Pons (Campanet, 1980) reconoce que concibe la escritura como una forma de «rendir cuentas con uno mismo». Lo demuestra en su nuevo poemario, Dilema d’energies (Ensiola). El escritor y periodista también es el curador del volumen Poesia completa de Bartomeu Rosselló-Pòrcel, que acaba de publicar Editorial Barcino.

El poemario incluye poemas en verso, en prosa o incluso una canción de cuna. Es un libro muy completo.
—En el poema largo que cierra el libro se formula una doble pregunta. La cuestión de hasta qué punto un hombre puede soportar la tensión de las contradicciones de la vida, de los estados de ánimo antagónicos, de las ideas que se alimentan y anulan mutuamente, tenía que tener un correlato literario que es hasta qué punto un texto puede soportar la tensión de la heterogeneidad. En este libro tiene que caber de todo, porque en la vida y en la literatura es posible que quepa todo. Por ello, se incluyen dilemas de energías, destinos enfrentados y contradicciones que a veces te desgarran y otras te elevan.

En sus poemas se cuestiona mucho a sí mismo.
—Hay poemas autoafirmativos y sarcásticos. Pero sí, me interesa la idea de escribir para rendir cuentas con uno mismo, para dar una imagen que no sea la mejor ni la más propagandística, sino auténtica, que tenga un punto descarnado, que haya mala lecha contra el mundo pero también contra ti mismo.

Hay odio y amor. Es como si se diera un puñetazo pero también se abrazara.
—Tengo la teoría de que, cuanto más fuerte eres y más seguro estás de ti mismo, más te atreves a maltratarte y a criticarte. Cuando eres más frágil, cuando te sientes inseguro, necesitas ir por la vida autosubliminándote, mostrar tu mejor parte. En cambio, cuando hay una fortaleza íntima y una seguridad de fondo, que creo que ahora las tengo, te puedes atrever a ponerte en duda a ti mismo. Está bien y es necesario. Todo el mundo es merecedor de autoinflingirse dos bofetadas.

El poemario empieza con un autorretrato.
—Cuando en el confinamiento me pidieron para Poeta de guàrdia que recitara un poema mío elegí este. Para hacer el tuit un poco vistoso expliqué que sabía que a los 40, una edad que marca un punto de inflexión, haría un autorretrato pero inicialmente pensaba que me saldría al estilo Albrecht Dürer. Es decir, más automistificador, autosublimador, pero al final me salió un autorretrato más Lucian Freud, gran pintor realista que mostraba cuerpos humanos de forma muy descarnada y sucia.

De hecho, también hay mucha suciedad en sus versos.
—Es que en la vida hay mucha suciedad. Y quién te dice que lo pulcro no puede ser sucísimo. La vida lo demuestra cada día. Como digo en algún poema, los incorregibles son más de fiar. La poesía juega a eso, a ser antipropagandística, a incomodar, a ser extraña y a tener esos claroscuros. Como he dicho, si en la vida cabe todo, en la literatura también debería ser así. No creo que la literatura sea una segregación menos sofisticada de la vida, aunque sí puede ser la vida formalizada, convertida en palabras y en experiencia retórica.

El libro respira mucho desencanto, especialmente cuando, hacia el final del volumen, dedica un poema a hablar de Mallorca, Catalunya y Europa.
—No diría desencanto porque presupondría que ha habido un encanto. Nunca me he hecho demasiadas ilusiones en temas que afectan a las grandes comunidades y al funcionamiento del mundo. Vengo desencantado de fábrica. Ya intuía que el Procés iría mal, que la Unión Europea no sería la gran salvadora de los valores occidentales supuestamente tan buenos. Sí he sido ingenuo en otras cosas, pero nunca en temas políticos. Y está bien.

¿Qué puede contar sobre el libro de Rosselló-Pòrcel?
—Lo publica Editorial Barcino en su colección Imprescindibles, en la que ya ha publicado Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, y La punyalada, de Marian Vayreda. Tenían la sensación, que se ha confirmado por lo que se ha podido ver en Twitter, que mucha gente quería tener la poesía completa de Rosselló-Pòrcel pero no la podían conseguir. A Rosselló-Pòrcel le tengo leído desde hace mucho tiempo. Es el primer gran poeta moderno de poesía mallorquina. Está claro que los padres intocables son Alcover y Costa i Llobera, pero Rosselló-Pòrcel es el que incorpora las vanguardias, es un gran postsimbolista que juega al neopopularismo. Falleció a los 24 años y por ello tiene una doble aureola: la del genio precoz y la tragedia de quien se muere joven.

Qué lástima que no tuviera tiempo de dejar un legado mayor.
—Sí, pero en realidad ya dejó cosas extraordinarias. Cuando lees sus obras no piensas qué bueno podría haber sido, porque ya es extraordinario. Tiene seis u ocho poemas que son insuperables. Podría haber escrito algunos igual de buenos, puede que sí, pero estoy seguro que no mejores. A parte de eso, es un poeta muy querido y es verdad que la gente piensa eso, que es una lástima que no viviera 80 años.