El escritor Lluís Massanet posa con su libro ‘Entretemps’. | Jaume Morey

TW
2

Lluís Massanet (Sant Llorenç des Cardassar, 1961) acaba de publicar el poemario Entretemps (Llibres del segle), un volumen que incluye un epílogo de Lluís Calvo que señala como uno de los temas principales la «vergüenza de una vida oscura».

Sus últimos poemarios se titulan A contratemps, Entretant, Interstici, En entredit y ahora Entretemps. Parece que hay cierto patrón temporal en su poesía.

—Hay un juego, pero muchas veces el juego se impone a mí. También hay muchas ‘t’, que se impone de forma explosiva, aunque sin hacer daño a nadie. Puede que, en efecto, haya esa referencia temporal. Las reacciones de los lectores no son las mismas nunca, nadie lee igual.

En cualquier caso, sí que los versos respiran nostalgia, que se expresa a través de la naturaleza. ¿Es inevitable ser nostálgico?

—Creo que lo somos, pero todo está preparado para que la nostalgia nos convierta en consumidores, en esclavos del consumo y del poder. No interesa que las personas sean nostálgicas, sino que sean productivas. Por otra parte, la nostalgia es algo íntimo, pero da mucho juego exteriorizarla en un libro de poemas. De todas maneras, no necesariamente tiene que expresarse con tonos elegíacos.

La suya no es una nostalgia de un mundo idílico.

—No, porque no creo que haya existido nunca un mundo idílico. No puedes vivir de espaldas, has de mirar al futuro y ser maestro del presente.

¿Cree que se tiende a idealizar el campo?

—Soy de Sant Llorenç des Cardassar, aunque no he vivido nunca allí, he vivido en Manacor, Barcelona y ahora, desde hace un tiempo, en Cala Millor, que es como un no-lugar. Vivo en casa de mis abuelos, donde se conserva una menjadora. Para mí, eso es un poema, hablar de esa menjadora que mi abuelo tuvo la delicadeza de hacer para los animales que transportaba desde Sant Llorenç hasta Cala Millor. Por otra parte, mis poemas son compactos y, lejos de hacer arqueología de las palabras, este lenguaje me sale natural porque he estado en contacto directo con la fuerza telúrica de la tierra.

En el epílogo, Lluís Calvo señala que la oscuridad del poemario es muy característica de la Isla.

—Puede que sea porque hemos conservado tradiciones que han desaparecido en otros lugares. Recuerdo subir por la calle del Mar de Sant Llorenç un día de fiesta y notar que alguien me observaba desde las persianas cerradas. Es algo que te condiciona mucho, sobre todo si manifiestas tendencias o gustos que no concuerdan con lo que se supone que tiene que ser tu vida.

El amor también puede ser despiadado. «L’amor és ossut com la mort», afirma en un verso.

—Es una manera de verlo, al revés. Siempre se ha dicho que el amor da la vida, que es el motor de la existencia. Sin amor no se puede vivir, no produciremos hijos para añadir a la cadena de montaje de las empresas. Pero el amor también mata una parte tuya. Mata un poco lo que somos, porque tenemos que hacer espacio para las cosas de la otra persona, renunciar a partes de nosotros mismos o, también, transformarlas.

¿No cree en el amor?

—El enamoramiento, para ser saludable, tiene que durar dos o tres meses. Después, se convierte en complicidad, en el amor auténtico. No podemos estar enamorados toda la vida, es imposible. El enamoramiento es una invención de otro; lo que buscamos es la proyección, la imagen, un estanque porque en el fondo somos narcisistas y todos necesitamos los estanques para ahogarnos.

Al final del libro cuenta una historia que traslada al lector a un monasterio de Siria.

—Es una parte mística y espiritual que para mí es fundamental, aunque no como miembro de ningún grupo eclesiástico. Me interesa la imagen del profeta, del monje, del desierto; arquetipos en el sentido de Carl Jung.