El artista Miquel Barceló, que exhibe su obra en Madrid. | Javier Albisu

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Estuvo solo una semana en la Escuela de Artes Decorativas en Palma, pero ha tardado 40 años en olvidar todo lo que aprendió, ya fueran sus propias «manías» o a aceptar sus «contradicciones». «Es más importante desaprender, que aprender», reconoce Miquel Barceló. Para el artista (Felanitx, Mallorca, 1957), la pintura es justo eso, una técnica que se aprende tras años de práctica, donde lo fundamental es desaprender. Por eso, ironiza, la pintura es «una cosa de viejos», dice el pintor. Su nueva exposición, Kiwayu (hasta el 28 de mayo en la Galería Elvira González en Madrid), está formada por una treintena de coloristas acuarelas y una decena de cerámicas que reflejan ese afán por desaprender y que le ha llevado a exponer en museos de todo el mundo.

Los personajes y animales de estos nuevos trabajos parecen recién salidos de pinturas rupestres. Todos reflejan la estrecha relación del mallorquín con el mar. Las acuarelas las pintó en una apartada isla del norte de Kenia (Kiwayu), donde se refugió tras una mala racha personal. Todas las mañanas salía a bucear. «Cuando estoy encerrado en mi taller, tengo la sensación de que estoy debajo del agua. Para mí, pintar viene a ser lo mismo que bucear. Bajas, tomas aire, subes, respiras otra vez...». Sus zambullidas submarinas cobran vida en las coloridas acuarelas de Kiwayu con peces, gambas, cangrejos, corales, seres nadando y hombres que bien podrían ser el propio artista. Todo siempre rodeado de agua de tonos azules y turquesa.

Una de las piezas de la muestra ‘Kiwayu’.

Pese al optimismo que transmiten los colores vibrantes de Kiwayu, cuando las pintó estaba «más bien bajo» de ánimo: «Es curioso ver hasta qué punto las obras no nos representan, funcionan como un mundo paralelo». Sobre si el arte cobra un nuevo sentido en tiempos de guerra, explica que, a su juicio, no es algo de ahora, sino una constante en las últimas décadas. «Cuando hacía la Catedral, fue la primera Guerra de Irak; en Mali llevan años en guerra, yo lo siento como si fuera en Felanitx, porque son mi familia y mis amigos. Sucede cada día, con armas pagadas por nosotros, como ahora en Ucrania: nosotros pagamos esas bombas». «Es muy doloroso, pero no deja de ser una constante de estos tiempos», concluye.