El autor Daniel Gascón, en una imagen promocional. Foto: ANTÓN CASTRO | Antón Castro

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En Un hipster en la España vacía (2020), Enrique Notivol abandonaba Madrid empujado por una ruptura amorosa y por el desencanto de la vida moderna. Por ello, decide trasladarse a un pequeño pueblo de Teruel, La Cañada de Azcón, donde termina por ser alcalde. Sin embargo, la pandemia vuelve a poner todo patas arriba y gestionar todo el embrollo en una zona despoblada también tendrá complicaciones inesperadas. Esta segunda parte es la que narra Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) en La muerte del hipster (Literatura Random House, 2021), que presenta esta tarde, a las 19.30 horas, en La Biblioteca de Babel de Palma.

Hace justo dos años estalló la pandemia y muchos son reacios a leer novelas que traten sobre esta época. Aunque claro, este es un caso excepcional.
— Cuando escribí el primer hipster de repente me di cuenta de que el pueblo era invariable como el de las novelas de P. G. Wodehouse. Ese lugar que permanece como de cómic o caricatura. Justamente sucedió que en la realidad se produjo la pandemia, que provocó unos cambios en España en general pero también en la España rural. Así que decidí aprovecharlo y lo incorporé en la novela. En la aldea gala de Astérix siempre hay unos mismos personajes pero en cada episodio sucede una pequeña o gran perturbación, como la llegada del capitalismo. Además, decidí usar la pandemia para enseñar también cómo se había gestionado y las diferencias entre el campo y la ciudad, buscándole el lado humorístico.

Es sorprendente que, dada la situación de incertidumbre, tuviera ánimos de hablar de aquello y de hacerlo además con tanto sentido del humor.
— A veces el humor es algo que, como la literatura, te protege, te permite tomar distancia. Tuve la suerte de no perder a nadie cercano, en este sentido no me sucedió nada grave, aunque claro que viví el confinamiento y esa incertidumbre. En todo caso, es un humor más blanco. No me atrevía ni me salía hacer otro tipo de humor con según qué aspectos tan tétricos.

Ciertamente la pandemia ha propiciado situaciones muy surrealistas, un buen material para la literatura y la ficción en general.
— Sí, había amigos míos que vivían en pueblos que me contaban que la policía había parado cuatro veces a un hombre por ir a dar de comer a sus ovejas. Muchas historias me las han contado, pero también he usado y adaptado textos de instituciones como el Parlamento Europeo o
la UNESCO. La verdad es que la realidad resultaba tan exagerada que era difícil de creer, por lo que la tuve que rebajar. Todo era un poco kafkiano.

Huertos colaborativos, gallineros no heteropatriarcales, talleres de nuevas masculinidades… No se le escapa nada.
— Me río de todos pero con tono amable. Alguien me dijo que encontraba al protagonista irritante, hostiable, aunque le caía bien porque se hace al pueblo y se queda allí. En sitios pequeños hay mucho lugar para la excentricidad aunque al principio no lo parezca.

En Mallorca también se produce un choque, un contraste entre los pueblos y la ciudad.
— He venido a Mallorca en varias ocasiones. Recuerdo la primera vez, estaba en octavo de EGB y vinimos como viaje de estudios. Fuimos al Arenal. Éramos nueve en todo el curso y mi padre era el monitor. Nos llevó a la casa de Robert Graves y también visitamos a su amigo y admirado Miquel Àngel Riera. Mi padre le había traducido un libro, Los dioses inaccesibles (Destino, 1992).

‘La muerte del hipster’ es también una novela social y política.
— Mi trabajo como columnista es más analista y esto me permite hablar de temas parecidos pero con más humor y de manera más libre. Cuando escribes un ensayo intentas defender una posición o tesis. En cambio, en la novela no te casas con nadie, te ríes de todo y empleas las ambigüedad. Pienso que sacar las cosas de quicio hace que a veces las puedas ver mejor.

Siempre quedará el humor.
— Es también una de las herramientas que tiene el débil ante el poderoso. Como la mayoría de gente, no entiendo la vida sin humor, me faltaría un elemento esencial para entender la realidad, pues el humor ayuda a relativizar tu posición.

¿Habrá una tercera parte?
— Me he encariñado con el personaje y me gustaría volver allí, a esa versión disparatada de los pueblos de infancia. Lo que pasa es que ahora me apetece probar otras cosas.

Netflix compró los derechos de Un hipster en la España vacía, ¿qué puede avanzar?
— Hay varias versiones del guion, que no he leído, pero no hay nada muy concreto todavía. Ojalá se haga, pero lo audiovisual siempre es trabajoso.

El hipster se va del pueblo, aunque no muere.
— Es una muerte metafórica porque era el único hipster del pueblo, pero con la pandemia se llena de ellos, pesados como lo era él antes y claro, eso le incomoda.