La obra fue encomendada por Pere IV el Cerimoniós hacia 1350 y fue desmontada a comienzos del siglo XX para ser repartida.

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Las obras de arte viven varias etapas. Entre ellas se encuentra su nacimiento o creación, su exhibición, su olvido. Y muchas de ellas viven también su resurrección en el mercado negro tras ser sustraídas, donadas, perdidas o directamente ignoradas por los responsables públicos o privados. En Baleares hay muchos casos de piezas cuyo paradero se desconoce, como el Plat de Sa Llebre, que fue robado en 1991 del Museu de Mallorca; de otros se conoce bastante bien cómo acabaron en manos privadas.

No obstante, hay un caso insólito y paradigmático: el de la misteriosa desaparición del antiguo retablo mayor de la capilla de Santa Ana, ubicada en el Palau de la Almudaina de Palma. Este conjunto fue desmontado a comienzos del siglo XX y se conservan algunas cumbreras, que se encuentran en el Museu de Mallorca. El resto de sus piezas se hallan en paradero desconocido, a excepción de una: la tabla central que, bajo el título de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, reposa nada menos que en la sala 65 del primer piso del Museo de Arte Antiguo de Lisboa, en Portugal.

La pieza es del artista Ramon Destorrents y data de alrededor del año 1350. Es un ejemplo de pintura gótica realizado bajo la orden de Pere IV el Cerimoniós para ser expuesto en el Palau de l’Almudaina tras la conquista de la Isla en 1343. Consta de más de un metro y medio de alto por más de uno de ancho y en ella se puede observar a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Además, aparecen varios escudos y elementos góticos de la época.

Museu de Mallorca
La historia del viaje de la pintura se halla fragmentada del mismo modo que lo está el propio retablo de la capilla del que se conservan partes en el Museu de Mallorca y el resto se desconoce.

Compra

Según explica Joaquim Caetano, director del Museo de Arte Antiguo de Lisboa, se sabe que esta pieza se incorporó al museo el 29 de julio de 1921, hace un siglo ahora mismo, y que se compró por una suma de 17.000 francos al marchante de arte francés George Demotte en París. No obstante, el trayecto previo de la obra hasta llegar a las manos de Demotte es mucho más esquivo, aparentemente. Según detalla el propio Caetano, hay «notas de José de Figuereido, el primer director del museo, que hacen referencia a la antigua colección de Michel Manzi [a quien la habría comprado Demotte], pero seguida de un signo de interrogación» por las dudas sobre la veracidad de esta procedencia.

El tal Manzi era otro marchante de arte que que se movió comprando y vendiendo obras en Europa durante varios años y tenía una galería en la misma ciudad de París. No es seguro que este hombre tuviera en su posesión la tabla central de Santa Ana y, aunque así fuera, mucho menos se sabe todavía sobre cómo pudo hacerse con ella desde que desapareciera de Mallorca a comienzos del siglo XX.
Historia

Caetano, a su vez, explica que «es probable que Demotte tuviera más piezas del retablo original, pero el interés del primer director del Museo por esta obra en específico se justifica porque contiene, entre los distintos escudos, uno referente a Portugal. Concretamente el de Leonor de Portugal, segunda esposa de Pere IV el Cerimoniós», quien fuera soberano de la Corona de Aragón y, entre 1343 y 1387, ostentó el título de Rey de Mallorca.

El apunte

La Interpol atribuye mal una obra robada en Mallorca

La Interpol publicó una lista en la que aparecen diferentes obras robadas de varios países. Una de las más de 700 que figuran en España es Cabeza de Madonna, que según la ficha del organismo aparece atribuida a un tal José Niçart, pero se trata de un error. Para empezar, el artista debería ser PereNiçart, un autor de origen flamenco que trabajó en Mallorca en el siglo XIV. No obstante, la pieza no consta de atribución real. Además, se sabe que fue robada en noviembre de 1969 en el antiguo Museo de laIglesia de Mallorca (germen del actualMuseu d’Art Sacre), inaugurado en octubre de ese año. Fue a plena luz del día en la mañana de un sábado debido al enorme interés que se despertó socialmente por el patrimonio eclesiástico tras el Concilio II Vaticano.