TW
0

Eduard Moyà (Palma, 1974) , doctor en Literatura por la Universidad de Queensland (Australia) y profesor de laUniversitat de les Illes Balears, vive en la casa de su bisabuelo en El Terreno, el que fuera el «barrio más moderno de toda Mallorca» en los años 30, pero que, a la vez, acogía la sede del partido nacionalsocialista. Ahora, Moyà vuelve a recorrer aquellas calles por las que se paseaban falangistas, pero también «turistas-artistas» de la mano de Francis Caron.

Se trata de un misterioso joven pintor, posiblemente austríaco o suizo, que se trasladó a la Isla, concretamente a El Terreno, justo después de terminar sus estudios. El artista, cuya identidad se esconde tras el seudónimo de Francis Caron –seguramente sugerido por su editor, Paul Frischauer–, relató su experiencia mallorquina en The Diary of a Painter (1939). Este texto de «gran calibre documental» está ahora al alcance de todos gracias a la Nova Editorial Moll y a Moyà, que ha traducido la obra. La presentación del volumen, Diari d’un pintor a Mallorca, será el 15 de diciembre (19.00 horas) en Quars y participará Sebastià Perelló.

«Francis Caron llega a Mallorca sin ninguna idea sobre la Isla o los mallorquines, con un bagaje cultural de lo que debía de ser una isla del Mediterráneo. Lo interesante es que, a medida que va descubriendo la cultura, se va despojando de la lectura oriental y, al final del libro, es un local más de El Terreno. Incluso se ríe de los extranjeros que llegan y no saben qué es una ensaimada», cuenta Moyà.

La identidad de Francis Caron, que todavía es un misterio sin resolver, tal vez no debería obsesionarnos tanto, reconoce Moyà. Con todo, sí que le gustaría despejar algunas incógnitas: «¿Por qué no continúa escribiendo ni pintando? ¿Por qué después de este diario no sabemos nada más acerca de él? He buscado en Canadá, en París, en Londres, y no he encontrado a ningún Francis Caron que haya realizado ninguna exposición. Mi conclusión es que tal vez desapareciera en un campo de concentración o luchando en la Segunda Guerra Mundial», detalla.

Por otra parte, Moyà advierte en el prólogo que «tradicionalmente nos ha gustado explotar y vender la mirada romántica de los viajeros que llegaban a Mallorca: el incansable tópico de la Isla como paraíso», con personalidades como George Sand, William E. Cook, el Arxiduc o Graves. Sin embargo, recuerda que antes de que llegara el autor de Yo, Claudio, la Isla contaba con muchos artistas y poetas extranjeros que pusieron a El Terreno en el mapa. «Creo que nos ha llegado la hora de saber que somos polifónicos. Parece que solo hemos tenido a Sand o al Arxiduc, pero han venido muchos más. Tenemos que aceptar que la mirada que han tenido los demás sobre nosotros es también un patrimonio nuestro. Nos pertenece y nos sirve para releer la ciudad», apunta.

Graves

Moyà afirma que Graves es una figura «incomprendida» y su obra es «poco leída por el público mallorquín». «Todo el mundo tiene la visión de Graves como un soldado que luchó en la Primera Guerra Mundial y viene a Mallorca para escapar de todo. Algunos tienen una visión mágica, lo imaginan enamorado y rodeado de musas. Tenemos el mito sobre Graves, pero ya estamos preparados para leer al Graves real, que es un escritor con mucho humor y profundidad, gran conocedor de la poesía clásica, pero accesible. Hay que romper los mitos y acercarnos a la palabra real que sale del autor», insiste.

En este sentido, Moyà analiza que «los libros de viajes del XIX y el XX viajan a un mundo de fantasía donde las islas del Mediterráneo son el último refugio de la vida de los clásicos griegos y romanos. Esto es lo que buscaba Graves. A partir de la Primera Guerra Mundial, los valores y los ideales de la civilización se caen. Y Mallorca fue este refugio del cuerpo, del disfrutar del presente que robó la guerra. Ese placer que ofrece el mar, el sol y el sexo. Y Diari d’un pintor es también uno de los primeros testimonios de un visitante en la Isla que prioriza la estancia veraniega a la invernal», subraya. En cualquier caso, sea quien fuere Francis Caron, su diario es el testimonio de una época y un barrio desvanecidos, pero que abre la puerta a reflexiones tan contemporáneas como pensar –o repensar– cómo nos gustaría ser vistos por los demás o cómo podríamos conseguir un «diálogo» con el turismo.