La escritora y doctora jubilada Carmen Santos de Unamuno en una imagen reciente. | Teresa Ayuga

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Hay ocasiones en las que un apellido sí precede al nombre. Es el caso de Carmen Santos de Unamuno, cuyo epílogo nominal lleva, irremediablemente, a pensar en la figura de su bisabuelo, Miguel de Unamuno. No obstante, Carmen no busca, ni mucho menos, la comparación. Doctora de familia de profesión, desde que se jubiló quiso «aprender a leer mejor», y para ello pensó que lo mejor era «escribir». Y en solo un par de años ha acumulado un número nada desdeñable de textos recopilados en Pequeños relatos intrascendentes, en los que busca «mi propia voz» y, para nada, «compararme con mi bisabuelo».

El sello Balèria es quien recoge estos relatos en los que se nota «que hay un solo autor detrás», señala Santos que detalla haber intentado «llevar a cabo un proceso de aprendizaje con la escritura y cambiar de personajes, historias, escenarios, etcétera». Dicho de otra manera, buscaba su «propia voz» y no niega entre risas haberse «sorprendido al encontrarme escribiendo un relato en primera persona narrando lo que dice un arquitecto alemán de 45 años».

No obstante, aunque sí es su primer libro publicado, Santos no es ajena a la escritura propiamente dicha. «En medicina, si no publicas tus investigaciones es casi como si no las hubieras hecho, como si no estuvieran terminadas». Por esta razón, detalla que la publicación es «un paso natural más» y en dicho proceso «aprendes mucho en las correcciones, las revisiones, etcétera». No obstante, a pesar de toda esta experiencia, sí que advierte el cambio del lenguaje médico al literario. «La medicina es una profesión con una responsabilidad enorme con un estilo muy directo y científico. La sensación de libertad que da la literatura, que es más sugerente, no tiene nada que ver». Y rezuma tranquilidad porque «en medicina, cualquier error es brutal, pero en literatura, el equivocarte no afecta directamente a nadie». Por ello, sentencia: «Hacer algo tan placentero sin esa responsabilidad detrás es una gozada». Dicho de otro modo, «en medicina todo debe ser exacto, pero en literatura ha de ser verosímil, pero no tiene por qué ser veraz o cierto».

En cuanto a la temática de los relatos, no hay una específica y, además, ha intentado alejarse de su experiencia como doctora. Ella misma dice sentirse algo «sorprendida» porque «la medicina de familia es un balcón a la vida, y hay muchas historias que pensaba que plasmaría de mi tiempo en consulta, pero luego, entre varias razones, no ha sido así». Uno de esos motivos para este distanciamiento se debe a que «no he leído casi nada de literatura por culpa de la medicina». Lo explica en el sentido de que «es un campo tan amplio que requiere estudio constante, y me sentía mal leyendo algo que no fuera de lo mío», por lo que ahora «he querido dejar esa puerta cerrada».

En cuanto a la relación de parentesco con su bisabuelo, le preguntamos si lo de escribir va en los genes, a lo que Santos contesta que «no sé si va o si hay algo, pero si lo hay, bienvenido sea». Ella misma tiene claro «no renunciar a mi herencia ni mi apellido, pero al mismo tiempo la figura de mi abuelo es incomparable». También confiesa haber aprendido a disfrutar de sus textos recientemente. «Leí de adolescente novelas cortas como La tía Tula, pero no las comprendí mucho. No obstante, ahora las he disfrutado y me han encantado».

No sorprende para nada esta aproximación tardía a su figura, ya que en ocasiones la proximidad familiar genera el efecto del distanciamiento, y más si «era alguien que cuando era niña, en el colegio de monjas al que iba, era considerado un ‘hombre malo’», detalla Santos que, a su vez, destaca que «su figura no había sido elogiada hasta hace poco porque si algo era es valiente, por lo que siempre estaba en el centro del huracán, y ni los de un lado ni los del otro le reivindicaban y en Salamanca no había ni una calle con su nombre hasta hace poco».

Santos, a su vez, destaca que a pesar de la brecha temporal entre la muerte de su bisabuelo en 1936 y el nacimiento de ella, en 1955, sí describe que si tiene «alguna herencia suya y de mi familia es la de la palabra». Al fin y al cabo, su padre, médico también, «escribió de muchas cosas y era artista», y su madre provenía de las «clásicas», y todo ello, se quiera o no, logra quedarse. Y aunque una buena cosecha asegura una buena descendencia, si todo se hace bien, Santos prefiere no pensar en esa posibilidad y se conforma con que su prosa sea «legible. Eso ya sería lo más».