El actor Joan Vázquez, caracterizado como José Pérez Ocaña en una de las canciones que se cantan en la obra.

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En un mundo encorsetado de moralidad estricta y una normalidad opresora y excluyente nació José Pérez Ocaña (Cantillana, 1947), indescifrable e inclasificable artista y activista que fue libre antes que nadie más. «Yo lucho por ser yo, por ser persona», dijo ante la cámara de Ventura Pons en el documental de 1978 Ocaña, retrato intermitente. De toda esa esencia de libertad, pasión, energía y autenticidad bebe Ocaña, reina de las Ramblas, la obra musical que el Teatre Principal acoge este viernes y sábado y que cuenta con el actor Joan Vázquez en la piel de la icónica personalidad de Ocaña. Con texto de Marc Rosich y música de Marc Sambola, Vázquez muda su piel en la del artista para repasar con sus propias palabras su difícil vida y su trágica muerte.

¿Cómo dio con la figura de Ocaña?
— Me llamó Marc (Rosich), que escribe de manera brutal, y me dijo que estaba preparando unos textos sobre Ocaña. Yo no sabía quién era, pero los leí y empecé a mirar más cosas y me fui metiendo y metiendo más en su mundo y en el de la Barcelona de los 70.

¿Qué valor tiene una obra que recupera su persona más allá del mero homenaje?
— Es una figura que no se ha marchado y la gente joven que viene a ver la obra, que no le conocen, empatizan con su discurso que emergía en un momento muy concreto, la España del 77, pero es transferible a la actualidad. Sobre todo con ciertos partidos que quieren cosas cercanas al franquismo y aparece Ocaña, una figura libertataria, que está de rabiosa actualidad. Y lo está por los derechos LGTBIQ, pero también por la globalización o por la tendencia al turismo que ha enterrado esas Ramblas que eran una multiplicidad de identidades y que ya no existe, sustituida por comercios para cruceristas.

Se habla mucho de normalidad, pero Ocaña se oponía a ello, ¿cree que está sobrevalorada?
— En realidad nadie es normal y más ahora que por fin salen reivindicaciones de la diferencia. Ocaña era un visionario, un tío avanzado a su tiempo que bajaba las Ramblas cantando y travestido para protestar. Creo que la normalidad se ha quedado un poquito trasnochada.

Reina de las Ramblas. La figura de José Pérez Ocaña es icónica y mucha gente sigue recordándole en la ciudad condal, donde su huella fue muy importante.

Se reivindica la figura de Ocaña como lucha de los derechos LGTBI, pero él mismo huía de las etiquetas.
— Ese es el eterno problema: si no te manifiestas como gay, no das visibilidad al colectivo, pero si lo haces contribuyes a la diferencia. Él, en parte, se sentía más libre que todo eso, pero era un provocador nato e implícitamente se quitaba las etiquetas para ponérselas y viceversa. Lo que pasa es que no se ha descubierto todavía la fórmula para que todas las voces de la periferia se manifiesten como uno sin pensar en la diferencia.

¿Ha podido hablar con el hermano gemelo de Ocaña, Jesús, para saber qué le parece la obra?
— Pues en realidad sí. Allá por 2019, en el barrio de Horta, en una función había un señor muy sonriente y atento. Yo podía bajar e interactuar por aquel entonces, y le escogí a él y participó mucho, y pensé: qué majo. Al terminar se levantó y dijo: quiero decirles que estoy muy feliz y emocionado porque esta noche he vuelto a estar con mi hermano, y claro, la gente aplaudió y gritó. Y estas cosas son muy emocionantes porque sabes que es un personaje real, que existió, pero te puedes olvidar de ello y estas cosas te lo recuerdan.

A pesar de todo, ¿cree que hemos avanzado en cuanto a libertades desde la época de Ocaña?
— Hay que ponerlo en perspectiva. Si lo miras hace 40 años, hemos avanzado mucho. Hay gobiernos que han aprobado cosas como la Ley del Matrimonio Homosexual, pero si lo miras desde el punto de vista de los incidentes que ocurren con ciertos partidos políticos que lo estigmatizan o cierta violencia, pues parece que vamos para atrás. En cualquier caso es algo que no podemos perder de vista para que todos los pasos dados hacia adelante no se vuelvan atrás en un santiamén. Y Ocaña es un buen ejemplo para reivindicarlo.