El veterano José Sacristán, en una imagen reciente. | Pablo Sar

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José Sacristán hace fácil el trabajo de presentarle pues su carrera y figura hablan por sí solos. De mirada analítica, férreo compromiso escénico y hercúlea fuerza sobre las tablas, la suya es una trayectoria que le ubica entre los más grandes de su arte en nuestro país. Los días 27 y 28 de noviembre acude al Auditòrium para regalar al público balear un poco de eso que mejor sabe hacer con Señora de rojo sobre fondo gris, historia del genial Miguel Delibes sobre la muerte de su mujer. Sacristán, que llega con el Premio Nacional de Cinematografía bajo el brazo, reconoce que «el texto tiene un material dramático impresionante y el valor añadido de que con él rindo homenaje a un amigo».

¿Cómo vive volver a Mallorca tras la dichosa pandemia?
— Volver a Mallorca, con o sin pandemia, es un placer siempre. Hay lugares a los que se peregrina y este es uno de ellos, qué duda cabe. Además, es una satisfacción porque el Auditòrium es un templo, un sitio realmente magnífico.

Llega, además, con el Premio Nacional bajo el brazo,¿llegan tarde este tipo de reconocimientos?
— Siempre es buena época para recoger reconocimientos y me siento muy contento. En cualquier caso, que estas cosas vengan cuando hayan de venir.

¿Qué puede contar de la obra?
— Es la obra más personal de Delibes y aunque él se protege con un pintor llamado Nicolás, todos sabemos que ahí está la historia de la enfermedad y muerte de su mujer. Lo que cuenta es ni más ni menos que una declaración de amor y cómo la memoria del amor puede vencer a la muerte.

Lleva de gira tres años con la obra, ¿cuál es el secreto de su éxito?
— El secreto está en la naturaleza con la que Delibes trabaja sus personajes e historias. Es una herramienta prodigiosa, el uso de la palabra de una manera sencilla y directa que es capaz de transportar a lugares de una poesía lírica maravillosa y una profundidad del conocimiento del alma humana. Miguel [Delibes] es un hombre que nos enseña a mirar y a mirarnos.

Es, además, el primer monólogo de su carrera.
— Sí, pero en realidad, si tienes una historia o un personaje bueno da igual estar solo que con quinientos. En este caso, además, el interlocutor es el público y mi propia conciencia.

La obra se ambienta en la España turbulenta del 75, ¿cree que ha cambiado el país?
— Sí que ha cambiado. Joder si ha cambiado. Se murió el enano en el 75 y desde entonces han pasado cosas, no todas podemos aplaudirlas, pero la línea no tiene nada que ver. Estamos bastante mejor, a pesar de lo que digan algunos, no te quepa ninguna duda.

¿Y qué hay de la sensibilidad del público durante este tiempo?
— El teatro se ha democratizado y ahora llega donde antes no lo hacía. Observo que sigue habiendo afición e interés y que no ha decrecido. Claro que me gustaría que fuera más, pero personalmente si me quejara sería un miserable.

¿Qué opina de la tendencia a la corrección política a la que parecemos encaminados?
— Esos límites me parecen legítimos, pero la creación debe ser libre y luego el que meta la pata, transgreda u ofenda, que pague las consecuencias. Pero no soy partidario de limitaciones previas.

¿Qué cree que es más difícil en este país: sacar una obra adelante o seguir votando a cierta izquierda?
— ¡Qué pregunta! (risas). Ambas cosas tienen su dificultad, pero con espíritu crítico y lo que se tercia a la hora de exigir o exigirme al votar, seguiré votando a la izquierda, sin ningún género de duda, del mismo modo que seguiré haciendo teatro por difícil que sea.

De sus posibles vidas, decidió ser actor, ¿qué hay en la actuación que le ha hecho seguir tanto tiempo?
— El jugar, ni más ni menos. No perder de vista al crío que fui. Para mí la base fundamental de este oficio al que me dedico es lo que tiene de juego, que es uno serísimo del que hay que conocer las reglas y respetarlas.

Al actuar hay que creerse siendo otro, ¿está eso cerca de la mentira?
— Todo lo contrario, nada más próximo a la verdad que la ceremonia del teatro. Como decía mi maestro y amigo Fernando Fernán Gómez: ‘Yo no engaño, anuncio que soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca, sabiendo que no lo soy, y sin embargo a la gente le pasa algo’. La necesidad de ser otro está en otras partes y el espectador es el que da razón de ser a mi trabajo.

Se ha dicho mucho que esta obra era su despedida de los escenarios.
— Pero yo nunca dije eso. Tengo compromiso hasta el año que viene, pero tengo 84 años y lo más sensato es que igual hay que quedarse más en casa. Pero por mi parte, mientras pueda seguir jugando, ahí estaré.

¿Significa eso que hay mucho por venir?
— Eso no depende de mí. Decía Caballero Bonald que somos el tiempo que nos queda. Bueno (risas), yo sé que de tiempo no queda demasiado, pero aprovechémoslo. No queda otra.