La Prohibida, en una imagen promocional de su nuevo álbum.

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En los 80, la música de La Prohibida no hubiera sido coto, casi exclusivo, de la comunidad underground. En aquellos días, la diva de lentejuela y tacón alto hubiera sido una diosa del baile, puede que hasta Giorgio Moroder –padrino de la electrónica y rey midas del hit– le hubiese compuesto algún pepinazo de ritmo sulfuroso con el que agitar la pista de baile en la hora bruja. El italo dance, el space disco y el future disco son géneros que no enamoran masivamente en la ‘era reggaetón’. Pero no todo es perreo en la viña del señor, aún quedan nostálgicos que se regocijan danzando bajo una rollerball, con los ojos cerrados y los dedos apuntando a la luna. Y aunque no están los tiempos para bailar, no hay mejor catarsis que aparcar la rutina y sumergirse en los ritmos de La Prohibida, una artista capaz de subir la temperatura y contagiar la fiebre del sábado noche. Compruébelo mañana, a las 21.30, en el Auditòrium de Palma.

Puede que nuestro coqueto Auditòrium no sea el libertino Studio 54 neoyorquino, el espacio ideal para canciones como Galaxia desierta (Ruido, 2019), pero también podemos cerrar los ojos y catapultarnos mentalmente a los 80. Y ya puestos, imaginar a Richard Gere, el gran sex symbol de la década, vestido de Armani y bañado en Drakkar Noir, danzando como un poseso de la mano de una inalcanzable y voluptuosa rubia de piernas largas. Nuevamente, este sería el marco ideal para escuchar y/o bailar a La Prohibida. Una artista que hace apenas unos meses arrancaba un crowdfunding para la financiación de su nuevo lanzamiento discográfico, un disco en formato acústico formado por versiones de varias canciones de su trayectoria y de otros artistas.

La Prohibida en acústico (2021) es el fruto de dos años indagando y recopilando aquellos temas que esta drag de profusa trayectoria siempre quiso interpretar. «Versiones propias y ajenas, lo llamo yo. He elegido las canciones más tristes de mi repertorio y otras que han formado parte de mi vida de alguna forma, pero todas tienen algo que ver. De alguna forma reflejan mi estado de ánimo durante estos meses de aislamiento, con mucho tiempo para la introspección». Por su carácter íntimo, el resultado acorta las distancias con el público; sin embargo, las canciones están cargadas de energía, ya que para la artista fue una obsesión desde el primer momento dotar de fuerza a las melodías, para alejarlas del resultado ‘flojeras’ del clásico disco en acústico. «Me satisface mucho el resultado, el trabajo del productor Guille Mostaza y los arreglos de Diego Perinetti es impecable, he disfrutado mucho del proceso». Mostaza es uno de los integrantes del dúo Ellos, con quien la artista hace tiempo que deseaba trabajar, «soy muy admiradora de su trabajo como intérprete y productor. Siempre ha habido mucho cariño mutuo y lo hemos pasado realmente bien en la grabación».

Proyecto

Tras lograr la financiación necesaria para poner en marcha este proyecto, la artista grabó el álbum en los estudios Alamo Shock, dando a luz once cortes que siguen la estela italo disco de 100k Años de Luz (2015), pero innovando con nuevos quiebres que coquetean con otros géneros. Su voz luce más potente y prístina y el concepto del disco se presenta sólido y muy cohesionado.