Santiago Beruete posa en un jardín como no podría ser de otra manera.

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Para algunos, el paseo es una actividad filosófica. Para otros, la música sirve como terapia. Pero para Santiago Beruete, el jardín es el espacio donde pasan las cosas. Es un lugar en el que uno desarrolla paciencia por el respeto a los tiempos de la naturaleza y, a través de él, alcanza el autoconocimiento que permite «sanar el alma». Una tesis que explora en Jardinosofía y de la que habló en su reciente visita a la librería la Biblioteca de Babel, adonde volverá en unas semanas para presentar su próximo título, Aprendívoros, donde, como Aristóteles, defiende que todo humano desea aprender por naturaleza. Desde Ibiza, donde enseña en un instituto, el filósofo y escritor reflexiona sobre las virtudes de la jardinología y los beneficios que la filosofía puede tener en el mundo actual.

Usted es navarro, pero vive en Ibiza, ¿qué le llevó hasta allí?
— Llegué accidentalmente para pasar unas vacaciones y llevo 25 años. Aunque fue un arraigo que se desarrolló poco a poco, hasta que acabé trasplantado aquí.

¿Qué Ibiza se encontró al llegar y cómo ha cambiado?
— Era una Ibiza mucho más distinta. Me encontré una naturaleza amable que contrastaba con los bosques del norte y ahora, de hecho, me he vuelto más mediterráneo. Aunque poco a poco me fui viendo rodeado de esa otra cara de Ibiza, la del turismo poco respetuoso. Es un lugar que lleva transformándose toda su vida y ahora está en una mutación inquietante. Entre el modelo de antes del confinamiento, de millones de visitantes al año, o uno hacia un turismo más sostenible. La educación es un buen escaparate del daño que hace el turismo masivo.

En una entrevista anterior a la pandemia dijo que «cada vez hay más personas rotas», ¿cómo lo ve ahora tras la pandemia?
— Todos hemos salido muy heridos. Hay lugares más expuestos, como Balears por su dependencia del turismo, y creo que va a haber una larga convalecencia. La salud mental en algunas edades se ha visto muy resentida, como en los jóvenes y en los más mayores. En el instituto, uno de cada tres chicos presenta algún problema de ansiedad, hiperactividad, autismo, etcétera, y esto es una constante que también se percibe en los adultos.

¿Cómo puede ayudar la filosofía en un contexto así?
— Puede ayudarnos a reconectar con nosotros mismos. Algo que me viene mucho a la cabeza es lo que decía Sócrates: La filosofía es una terapia del alma.

¿Cómo se conecta la filosofía con el cuidado de un jardín como terapia o actividad?
— Las grandes lecciones de la filosofía son muy importantes, pero otro medio e interlocutor es la propia naturaleza. Estoy convencido, y lo he comprobado en carne propia, de que la naturaleza es un lugar útil para recobrar el equilibrio y sanarse. Lo primero que hay que recordar es que una de las acepciones de cultivar es educar. Son sinónimos, y lo mismo que un jardín, el aula es un entorno de cariño.

¿Qué valores puede aportar la labor de jardinería a las personas?
— Las personas que trabajan con plantas comparten valores esenciales como la paciencia, la voluntad de cuidar, y sobre todo, la fe en la semilla. Jardinería y educación han tenido un recorrido paralelo desde la noche de los tiempos.

¿Cómo se relacionan jardinería y educación según su punto de vista?
— La jardinería tiene mucho mucho de disciplinar nuestro propio espíritu y fortalecerlo. Epicuro decía que la filosofía debe ayudar a la salud del cuerpo y el alma, y creo que la jardinería también puede hacerlo. También se ve en la herencia de Rousseau, quien comparó en el Emilio a los jardineros con los educadores y decía que la buena educación debe evitar la poda artificial y conseguir que los impulsos naturales sigan su propio desarrollo.

¿Es mejor filósofo el filósofo jardinero?
— Los jardineros tienen mucho de filósofos y al revés también. El jardín aparece como terapia filosófica y si se pudiera resumir todo en una palabra sería eudaimonia, que se ha traducido por felicidad, pero literalmente significa florecer por dentro.

¿No ejerce una contradicción el plantar un jardín ya que, además del cuidado de la naturaleza, supone su control?
— Sí, porque de hecho es una manifestación del arte de la crueldad. Los jardines son nuestra forma de controlar la naturaleza, nuestro deseo de sumergirnos en ella coincide, pues, con el de dominarla. Ilustra esta contradicción y en el equilibrio entre las dos posturas está el objetivo a lograr, algo que puede ayudarnos con el ecocidio y el cambio climático.

En un contexto como el presente, en el que parece difícil hallar certezas duraderas, ¿cómo llegan la Jardinosofía y sus recetas para paliar la crisis de seguridad?
— Los grandes relatos que daban sentido a los discursos se han desvanecido, y volver a lo esencial, construir valor y sentido es lo que hay que hacer. Esto es nuestra humanidad más elemental porque seguir adelante después de la Segunda Guerra Mundial o tras Auschwitz es muy difícil. Mi tarea es recordar lo que nos ha ayudado a salir de los grandes retos históricos. Es decir, ser radical, entendido como volver a las raíces.