La colección de la Bartolomé March recoge más de 60.000 volúmenes de libros, publicaciones periódicas, opúsculos, epistolarios, mapas o códices, entre otros soportes, desde el siglo XIV hasta hoy. Sobresale la temática balear. | Pilar Pellicer

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La imponente puerta de acceso a la Biblioteca Bartolomé March de Palma se abrió este martes tras más de un año y medio cerrada para alegría y satisfacción de los investigadores que la frecuentan. Ubicada en el Palau March, con entrada en la calle Conqueridor, este enclave supone uno de los fondos de documentación local más importante de las Islas con miles y miles de ejemplares en su catálogo que abarcan desde el siglo XIV hasta hoy mismo con todo tipo de títulos desde libros, códices, opúsculos, así como publicaciones periódicas y otros impresos. Ahora su sala vuelve a ser poblada por sus usuarios, que a diferencia de otros espacios bibliotecarios, forman una pequeña comunidad de gente que lleva viniendo «toda la vida».

La mañana, eso sí, arrancó a ritmo pausado. La puerta se abrió a las 10.00 horas y los trabajadores lo tenían todo listo para recibir a los visitantes, algunos de los cuales habían estado llamando las semanas previas para preguntar sobre la reapertura. No obstante, el primero en llegar se hizo de rogar y hasta la media hora no apareció aunque lo hizo decidido: «Llevo un año intentando venir y por fin puedo hacerlo», relata Carlos, este historiador aficionado que prefiere no revelar qué investiga en estos momentos.

Sí narra que «llevo 30 años viniendo y ha sido muy duro estar tantos meses sin poder entrar» y no duda en confesar que «el cierre de la biblioteca ha sido una de las cosas que más me ha afectado de la pandemia, mucho más que los bares o las discotecas, pero bueno, cada uno tiene sus hábitos». A su vez, destaca el valor de este espacio al «ser el único que ofrece este catálogo de temática de Balears», y sin más dilación sube las escaleras para ser el primer usuario en cruzar la puerta en año y medio.

El ambiente familiar, de hecho, se hace notar cuando los propios bibliotecarios le reciben como si fuera un viejo amigo. Es entonces cuando el teléfono comienza a sonar. Al otro lado de la línea, una persona llama desde Binissalem preguntando si están abiertos. «Sí, puede venir cuando quiera», es la respuesta.

La mañana avanza y la cosa se va animando relativamente. El tráfico de usuarios de este espacio es menor que en otros lugares, pero es normal y, además, se agradece. No hay que olvidar que una biblioteca es un lugar casi sagrado de consulta y estudio.

Trato familiar

Otra usuaria, que prefiere no revelar su nombre, explica una historia similar que Carlos: «Lo he pasado terriblemente mal con el cierre de la biblioteca porque lo que tienen aquí no está en ningún otro lado». Aunque su alegría va más allá: «También estoy muy contenta de poder volver a ver a la gente de aquí», señala en referencia a los trabajadores. Es la bibliotecaria quien cuenta que «llevo trabajando aquí 30 años y ella ya venía de antes», a lo que la investigadora contesta que «eso es porque nos tratan tan bien aquí que volvemos». Acto seguido, se vuelve a su mesa para seguir consultando su epistolario sin desvelar, obviamente, ninguna pista más.

A las 14.30 horas, la puerta de la Bartolomé March se cerró de nuevo, aunque en esta ocasión solo lo hará durante unas horas para reabrir hoy, en horario habitual, y con una vuelta a la normalidad que se ha hecho de rogar demasiado, pero que ahora ya transita a la velocidad típica. Y, además, lo hace siendo protagonista de estas páginas que se sumarán a su fondo de miles de diarios archivados.