La escritora catalana Laila Karrouch posó ayer en las instalaciones del IES Son Pacs. | Pilar Pellicer

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En la persona de Laila Karrouch confluyen varios contextos que, lejos de chocar, la enriquecen. Escribe en catalán, aunque es de origen bereber, nacida en Nador, Marruecos, en 1977. Además, es enfermera, lo que le ha hecho «ver cosas que nunca había visto» durante la crisis del coronavirus, algo que ha reforzado sus creencias religiosas. Y, por si todo esto fuera poco, imparte charlas en institutos para «dar voz y escuchar a los jóvenes, de los que tenemos mucho que aprender». Este mismo lunes fue en el IES Son Pacs donde habló de su realidad como mujer musulmana y de su nueva novela, Que Al·là em perdoni (Columna Edicions), sobre el romance entre Samira, una joven que profesa el islam, y Jordi, un chico ateo. Este martes, además, lo presentará en el Espai de Cultura de Can Alcover de Palma (Sant Alonso, 21), a las 19.00.

Es entre estas charlas, con los alumnos del Son Pacs moviéndose de clase a clase, que Karrouch explica que la idea de la novela llegó, precisamente, de «hablar con jóvenes que me explican sus miedos y me preguntan qué pasa si como chicas musulmanas que son se enamoran de alguien que no cree en nada». La autora señala que es entonces cuando «puedes ver en sus mismos ojos que lo que te dicen es algo que les está pasando a ellas». A partir de ahí, «indago y me doy cuenta de que hay mucha historia detrás y de que esas familias de las chicas, y sus posibles reacciones, yo ya las conozco porque son la mía también».

Ser escuchados

Así nació Que Al·là em perdoni, una suerte de «Romeo y Julieta» moderna y con el contexto del romance entre personas de creencias prácticamente opuestas. De este modo, Karrouch reivindica el valor de «hablar con los jóvenes no solo para que te escuchen sino para que ellos sean escuchados también, porque para ellos, saber que otros han pasado por lo mismo o por algo peor y lo han superado, es muy importante».

En la historia del libro, Samira teme la reacción de sus padres al enterarse de que sale con alguien ateo, y en la familia de Jordi ocurre lo mismo ante el hecho de que salga con alguien que lleva pañuelo. Estos temores internos concuerdan con la visión de Karrouch, para quien «la peor intolerancia es la que uno tiene hacia uno mismo. Muchas veces el racismo o la intolerancia nacen de uno».

Preguntada sobre si cree que el romance entre una creyente y un ateo es algo poco habitual, Karrouch destaca que «se debe a que hasta hace poco el ateísmo estaba muy mal visto. Alguien que no cree en nada era algo muy grave, pero hoy en día la gente es más abierta. En cualquier caso, te haré una confesión: los argumentos más coherentes que he me han dado han llegado desde gente atea, y eso te hace reflexionar como creyente», comenta la escritora.

Ella misma sugiere que ahora se ha vuelto más religiosa a raíz «de la crisis que hemos vivido». Es entonces cuando su faceta de enfermera cuenta que «he visto cosas que no había visto nunca. La muerte de gente prematura, la forma en la que la muerte no elige entre raza ni nada». A raíz de ello, Karrouch reflexiona que «por esto creo que en el fondo no existe el ateísmo puro y duro, sino que todos creemos en algo porque en los momentos duros que he visto, hay pacientes agónicos que no eran creyentes y en ese momento dicen: Dios, sálvame».

Al final, pues, poco importa lo que uno cree o deja de creer, ya que el final de trayecto es el mismo para todos. Por ello, lo importante es «tolerar», y para ello es importante educar ya que «la ignorancia es el germen del racismo y la intolerancia». Es más, Karrouch añade que «la libertad de expresión sin filtros, que daña a otra gente, no es libertad de expresión», y reclama a todos «más tolerancia y aceptar a los que creen en una cosa o en otra, así como a los que creen y a los que no creen».